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lunes, 12 de enero de 2015

Lussu en el altiplano: un testimonio italiano de la Gran Guerra


La práctica totalidad de la memorialística de Gran Guerra versa sobre carnicerías inútiles, el tedio de la trinchera y el temor a una muerte terrible. Jünger, Barbusse, Graves y un largo sinfín de escritores no defraudan. Con más o menos realismo invitan al lector a un macabro universo sensorial: lo cítrico del gas mostaza, el barro succionador de la trinchera y el insoportable hedor de cadáver que todo lo invade. Justo al otro extremo de la balanza se encuentra Emilio Lussu y su Anno sull'Altipiano.
Sardo de nacimiento y teniente de complemento en la famosísima Brigada Sassari, sus souvenirs son un soplo de frescura entre tanta atmósfera irrespirable. Confiesa en su prólogo que fue Gaetano Salvemini quién lo empujó a explicar sus experiencias, descritas por él mismo como un testimonio más.
Un Anno sull'Altipiano es un retrato fresco, divertido y en ocasiones hilarante. Insisto en la frescura por tres razones: un estilo nada tedioso, la disparidad de vivencias -no siempre bélicas- y la ausencia de moralina. Lussu evita pontificar. Su visión de la guerra es por norma desenfadada y nada arrogante, a pesar de la estupidez que impera en determinados mandos y círculos sociales. Soporta las contrariedades con estoicismo y un humor que lo alejan de lo sombrío.
Lussu escribió un Anno durante su estancia en un sanatorio suizo entre 1936 y 1937. Curiosamente el libro se publicó en Paris en 1938. Su antifascismo militante, el exilio y el propio contenido del libro entorpecieron su edición en Italia. No obstante, y a pesar de la censura, Un Anno sull'Altipiano se convertiría muy pronto en el referente de testimonio italiano de la Gran Guerra. La narración histórica de la obra abarca desde mayo/junio de 1916 hasta principios de julio de 1917. Encuadrado en la Brigada Sassari, Lussu vive en primera persona la ofensiva austríaca que tuvo lugar entre el 15 de mayo y el 17 de junio de 1916 en la zona del Altiplano de Asiago conocida como Strafexpedition (expedición punitiva) o Battaglia degli Altipiani. Concebida como un intento de abrirse paso hasta la llanura véneta y coger por la retaguardia al grueso del ejército italiano del frente isontino (Isonzo), la infantería de montaña austríaca consiguió adentrarse en territorio italiano y poner en jaque al ejército italiano, que tras una ardua resistencia logró cerrar la brecha y contener el avance enemigo. Durante esos meses Lussu promocionará de subteniente a capitán, tanto por su arrojo en el combate como por la ininterrumpida sangría en la oficialidad. El frente del altiplano no es el infierno del Carso o del Somme pero tampoco es un sector tranquilo: la estupidez (véase el elpisodio del Monte Fior) y la incompetencia de los mandos así lo evitan. A pesar de tratarse de un sector poco 'decisivo' estratégicamente hablando, el Alto mando italiano - con absurda gesticulación - se empeña en romper un frente del todo inaccesible. No ya por los exiguos medios con los que cuenta sino por la dificultad del terreno y la mejor disposición en el terreno de las tropas austroúngaras. A pesar del frenesí narrativo de Lussu y la emoción que desprende, la descripción bélica no alcanza en ningún momento el clímax de Jünger o Sassoon. Lussu consigue, sin quererlo, desdramatizar lo bélico añadiendo ingredientes o bien cómicos (en cierto momentos me recuerdan al Monicelli de Rufufú) o muy personales que disminuyen lo puramente trágico.
El mérito de Lussu radica en la naturalidad con que describe el funcionamiento del ejército, las contradicciones de la oficialidad y la miseria cotidiana del soldado raso. La sencillez auyenta lo fatídico e incluso divierte. No es fingida, fluye sin quererlo. A pesar de lo coral, Lussu sustenta sus recuerdos sobre dos personajes. Uno es el general Leoni, personaje verídico con nombre ficticio, y el otro es el cognac. Juntos o por separado, ambos actores generan múltiples tramas y anécdotas.
El general Leoni es el arquetípico general veterano, ignorante por completo de las nuevas tácticas, irascible, incompetente y arrogante. Lussu lo presenta en todo su esplendor y plenitud: de lo absurdo a lo cómico, de lo temerario a lo arrogante y así hasta el infinito. La clave, sin embargo, es que a pesar del odio que genera al lector, Leoni acaba siendo un elemento de que produce una simpatía extraña. Solo un ejemplo. Más o menos por la mitad de la obra, Lussu cuenta que al llegar a un puesto de oficiales se encuentra que varios de sus compañeros comentan con indismulada alegría la muerte del general Leoni. Un paréntesi (casi) inecesario: Leoni es odiado urbi et orbe, no solo por la soldadesca sino por todos los oficiales de la brigada que ven en él a un 'mal bicho' sin atenuantes. De vuelta del paréntesis, los camaradas de Lussu continuan diciendo que Leoni fue alcanzado por una granada y que murió en el puesto de socorro. A todo esto, el ir y venir de copas y brindis és un frenesí. El alivio se respira por doquier. Se elevan los vítores y las risas cuando de repente uno de los oficiales todo contrariado avisa que Leoni está más vivo que un ocho y que se acerca al puesto donde se encuentran. Al momento aparece Leoni, que sorprendido, inquiere cual es motivo de tal regocijo a lo que responde un oficial con una vaga excusa. Esta es solo una de las múltiples anécdotas que convierten la obra de Lussu en una boacanda de aire fresco. A ello ayuda, sin duda, la excelente traducción de Carlos Manzano, que transporta al lector a un universo carente de formalismos y de humilde humanidad. Si la obra de Lussu fuera una serie de TV, del general Leoni y sus historias se podría hacer un gran spin-off. Es un caudal inagotable de historias y vivencias, aunque algunas macabras.
El otro personaje que explora Lussu en toda su dimensión, y el más querido por la tropa y el ejército en pleno, es el cognac. El licor espirituoso es el verdadero hilo conductor de la obra. Sobre él residen todas las esperanzas y sobre él descansan todas las ilusiones. Lussu juega a la perfección con este elemento, presente desde el primer párrafo. Lussu marca territorio con el cognac - de hecho ante el estupor de camaradas reconoce que no bebe licores, solo vino y durante las comidas - y eso le permite observar la narración desde una posición más cómoda y 'serena'. No aprovecha su condición de abstemio con los licores para demostrar ninguna superioridad moral, bien al contrario. Su postura frente al cognac sorprende a sus camaradas que a momentos lo tratan de 'rarito'. La importancia del cognac reside en su capacidad para malear conductas, soportar la locura de la guerra y para demostrar que es el verdadero combustible de la guerra. La soldadesca ama el cognac, pero lo teme a grandes raciones. Sabe que la llegada de chocolate y de grandes toneles de licor solo presagian desgracias en forma de ofensivas inútiles. La relación de la oficialidad con el cognac es más sincera, incluso algunos lo prefieren a sus mujeres.
El cognac y el vino son omnipresentes en Un año en el altiplano como en otras obras, por ejemplo en el Fuego d'Henri Barbusse. La diferencia es que Lussu profundiza su efecto en los oficiales, y el francés lo hace en la tropa. La otra gran diferencia es que Lussu no limita la aparición del alcohol a momentos de tensión sino que lo convierte en el mejor amigo del oficial, pistola a banda. La condición abstemia de Lussu le proporciona una distancia respecto a la narración, le otorga una visión privilegiada y lo aparta de la vorágine. Lussu presenta la guerra como una paradoja en la que tanto el soldado como el oficial solo son capaces de mantener la calma y el arrojo en manos del alcohol. Lussu también explora el sinsentido de la guerra, y quizá ésta es la mejor manera: convierte al cognac en el mejor salvavidas en el peor de los naufragios. El cognac no es solo el diván en el que psicoanaliza la guerra. El cognac y el vino proporcionan algunas de las mejores anécdotas del libro. Un libro que, como decía al principio, muestra un paisaje distinto del de la tétrica (y canónica) memorialística de Primera Guerra Mundial. Un último apunte para cinéfilos. Un año en el altiplano sirvió de base argumental para el film de 1970 Uomini contro dirigido por Francesco Rossi. A destacar la gran actuación de Gian Maria Volonté como teniente Ottolenghi y la genial performance de Alain Cuny como general Leone. Sobre este último cuesta dilucidar cual de los dos es más odioso, el literario o el de celuloide. Eso sí, un consejo: leer antes el libro.

Emilio Lussu. Un año en el altiplano. Barcelona : Libros del asteroide, 2010. Trad. de Carlos Manzano.

lunes, 5 de agosto de 2013

Andrea Graziani, el justiciero que se apeó del tren


Viernes 27 de febrero de 1931. Estación de tren de Calenzano, una pequeña población a pocos kilómetros de Florencia. Varios operarios de la línea férrea, advertidos por unos pasajeros,  se acercan a una masa amorfa situada cerca de la vía en dirección a la capital toscana. Se trata del cadáver de un hombre mayor. Al poco acuden las autoridades. Examinan el cuerpo, y tras examinar algunos enseres, concluyen que es el cuerpo del General Andrea Graziani, actual Lugarteniente General de la Milizia Volontaria per la seguridad nacional italiana. Entre la documentación encontrada se halla el billete de tren con destino a Verona y la cartero de mano con más de cuatro mil liras, documentación personal a parte.
Desestimado el móvil del robo, y en ausencia aparente de otros indicios, la investigacion de la policia concluye que la muerte del General Graziani se produjo por un error fatal: equivocó la puerta de los servicios con una puerta de salida del vagón. La noticia apenas ocupó tres días en la prensa, apenas se hicieron eco tres diarios locales, Il Gazzettino, Il Veneto y La Provincia. Caso cerrado para la policía y los medios. Pero por que tanta prisa en un caso con tantos interrogantes.
En primer lugar, como era posible que un viajero tan asiduo a la línea Roma-Verona equivocase la puerta del lavabo con la de salida. Segundo,  como era posible que si el tren viajaba de Roma a Verona, el cuerpo se hallase en la vía del sentido contrario? Y tercero, por qué la prensa y los autoridades se dieron tanta prisa en cerrar el caso como si de un accidente se tratara? La clave a todos los interrogantes era la identidad del muerto y su papel durante la Gran Guerra.

Andrea Graziani (Bardolino, 1864) inicia muy joven su carrera militar. En 1882 ya es subteniente, participa en la expedición de Eritrea de 1887 y en 1904 ya es docente en la Scuola di Guerra. Por sus servicios en el rescate del terremoto de Messina y Reggio Calabria (1908) recibe una condecoración. Coronel en 1914, es ascendido a Mayor-General antes de la guerra y durante la misma comanda las brigadas Jonio y Venezia en la Val Sugana y la división 44ª en Pasubio durante la Strafexpedition austrohúngara. A partir de marzo de 1917 su fama aumentará con el mando de la 33º en el sector del Carso. Definido por sus propios compañeros de 'durísimo, inquieto, autoritario y poco propenso a dar importancia a las pérdidas humanas', Graziani hace honor a sus referencias. Del 23 al 26 de mayo todas las operaciones de la 33º consistieron en localizar en la tierra de nadie a los soldados que se habían rezagado en los ataques anteriores y dispararles con total impunidad. No era la primera vez que recurría a esta 'justicia' ni sería la última. Tras el desastre de Caporetto y a fin de 'conducir con orden' la retirada es nombrado Ispettore Generale del Movimento di Sgombero el 2 de noviembre de 1917. Será el encargado de coordinar el repliegue del ejército italiano tras el Tagliamento y más tarde tras el Piave. Graziani no ahorrará energías -ni ejecuciones- en pos de su objetivo. Cumplirá a la perfección su cometido. Nombrado el 2, al día siguiente fusila sumariamente al artillero Alessandro Ruffini por 'llevar un cigarrillo en la boca mientras marcha y mirarlo mal a su paso'. La atrocidad del caso Ruffini será tal que la prensa lo rescatará en 1919. Ruffini será el primero de los casi sesenta soldados y ciudadanos que Graziani ordenará fusilar en solo 13 días, del 3 al 16 de noviembre de 1917. El Generale fucilatorerecibirá como premio a su lealtad y 'buen hacer' el mando de la división checoslovaca en mayo de 1918. Su casillero tampoco quedará a cero. Ocho serán los voluntarios checoslovacos del ejército imperial fusilados por la espalda. Acabada la guerra, en enero de 1919 se retira y 1927 es promovido a General de Cuerpo de Ejército. Con el advenimiento del fascismo, y su obvia adhesión, el régimen le concederá un cargo menor pero adecuado a sus méritos. Su consideración de patriota seguirá sin mácula hasta su muerte.

La muerte de Graziani fue sorpresiva, pero en ningún caso misteriosa. El mismo de día de autos la policía ya sabía las causas de la muerte y, por supuesto el móvil. No hacía falta mucha astucia para saber que a Graziani lo había matado la guerra, o mejor dicho, su sanguinaria y gratuita represión durante la guerra. La venganza guió al sujeto o sujetos que arrojaron a Graziani del tren. Parece que antes le propinaron una buena paliza, pero tampoco es seguro. La policía, pero sobretodo el regimen, taparon el asunto. No interesaba que la guerra y sus 'vendettas' tuvieran una publicidad que no fuera ciego patriotismo. Por que publicitar que a un general laureado le habían dado una paliza y luego lo habían tirado del tren? Como era posible que en la nueva Italia, renacida tras la Gran Guerra, se matasen a los héroes?

Atrás quedaba la campaña que inició el diario Avanti! en 1919 para reivindicar a los soldados que habían sido impunemente fusilados por una justicia militar basada en el abuso y en una estructura caduca y elitista de mando. En agosto de 1919 el diario socialista sacó a la luz el caso Ruffini. Rescató a testigos del caso y mostró la triste arbitrariedad de la guerra y de los mandos. Incluso el general al mando del regimiento envió una carta alabando la actuación de sus hombres durante el repliegue... !!! La conclusión era clara: Ruffini había sido ejecutado por capricho, por una arbitrariedad más de un general que regía sobre la vida y la muerte por el impulso del capricho y de su albedrío tornadizo. Graziani expuso sus cartas. Envió una carta al Avanti!que fue publicada donde exponía sus altas motivaciones siempre amparadas por el bien de la Patria. La campaña duró unas semanas. El caso Ruffini era uno de cientos. Y sería un familiar o amigo de esos cientos quién se cobraría la justicia apeando al general del tren.

Fuentes:

jueves, 10 de enero de 2013

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (VI)


Acto V y último: 'Il Maggio radioso'
La rúbrica del Tratado de Londres el 26 de abril desencadenó los hechos a velocidad endiablada. El 4 de mayo Sonnino comunicó a Viena su desvinculación de la Triplice y Cadorna recibió órdenes de acelerar la mobilización. Paralelamente, calles y las plazas seguían siendo un hervidero de manifestaciones interventistas y actos en favor de la guerra, a pesar de que la gran mayoría de la población se mantenía en una neutralidad silenciosa. Aunque el Parlamento permanecía cerrado -no había sesión hasta el 19 de mayo- el Consiglio no descansaba. Consciente de ello, Giolitti volvió a Roma el 9 para conversar con Salandra y otros miembros de su gobierno sobre la veracidad de determinados rumores sobre la entrada de Italia en la guerra.
La tensión política iba en aumento. Mientras la mayoría parlamentaria (liberales, católicos y socialistas) mantenía posturas claramente neutralistas, las demostraciones de la pequeña minoria interventista subían de tono. Roma cogió el testigo de los sucesos de Génova y los grupos interventistas, formado mayoritariamente por estudiantes, organizaron día tras día actos -no siempre pacíficos- en favor de la intervención.
En la arena política, y a pesar de que no consiguió conocer de primera mano la existencia de ningún tratado, Giolitti supo intuir cuáles podían ser los movimientos del gobierno Salandra. Se entrevistó con el ministro del Tesoro, con el rey y con el propio Salandra para hacerles saber que no era el momento de entrar en guerra y que, en caso de derrota austríaca, se 'conseguiría' igualmente parte de la lista giuliana negociando con los vencedores. En la misma línia y sabedores de las intervenciones de Giolitti en favor de la neutralidad, unos trescientos parlamentarios y un centenar de senadores le mostraron su total adhesión dejándole en su domicilio sus tarjetas de visita. Era un muestra expresa del apoyo parlamentario a la neutralidad y una muestra de palmaria desconfianza ante las tareas del gobierno Salandra respecto a la guerra.
El golpe de efecto del Parlamento neutralista desconcertó al gobierno y al sector interventista. La división era cada vez más visible y aunque Salandra no parecía inmutarse, el desconcierto dio paso a la ira y a la reacción de los sectores autoritarios, así como a todo el interventismo radical y democrático que empleó todas sus fuerzas para mantener a Italia en la senda belicosa. La prensa afecta sacó a relucir todo su 'arsenal' y los máximos exponentes del interventismo militante como d'Annunzio no escatimaron medios ni verbo para vilipendiar y violentar a los sectores neutralistas, parlamentarios y Giolitti incluidos.
Agazapado tras el ruido, Salandra ultimó su jugada maestra. Ante la ausencia de apoyos y la falta de confianza en su gobierno, el 13 de mayo presentó la dimisión irrevocable de su gabinete al rey Vittorio Emanuele III. El monarca, sabedor del pacto y activo interventista, no tuvo otra opción que ofrecerle la llave del Consiglio a Giolitti, que éste rechazó. El viejo estadista piamontés intuyó un posible acuerdo con la Entente y no quiso verse envuelto en semejante tesitura. La historiografía posterior ha señalado que un gobierno Giolitti podría haber dado marcha atrás en lo concerniente a Londres, pero las mismas fuentes señalan que no se sintió con fuerzas para luchar en dos frentes: plantar cara a la Entente y sofocar un incendio interno con tantos pirómanos sueltos. En este punto radicó la hábil maniobra de Salandra. Sabía que Giolitti no querría llevar a Italia a una guerra incierta, pero que tampoco querría extenuarse en apagar la creciente tensión de la calle. Él, en cambio, estaba en su salsa. Tiraría adelante con la intervención en la guerra y de paso acrecentaría en control policial interno con la excusa de la ampliación de poderes.
Los días posteriores a la dimisión del gabinete Salandra supusieron un rosario de manifestaciones y algaradas en las principales ciudades italianas. El cénit se decantó totalmente a Roma, donde el 15-16 de mayo se alcanzó el clímax interventista. Que la escalada de violencia verbal y física comenzaba a ser alarmante lo demuestra el hecho de que el propio Giolitti fuese increpado y zarandeado por un puñado de interventistas radicales que lograron entrar a la fuerza en el edificio del Campidoglio.
Ante la negativa de Giolitti de aceptar el encargo presidencial, Vittorio Emanuele volvió a ofrecerle el Consiglio a Salandra. La renuncia de Giolitti dejó huérfanos y desconcertados a los sectores neutralistas del Parlamento mientras la ruidosa minoría interventista incendiaba la calle por la guerra y los sectores silenciosos del neutralismo social se quedaron en sus casas. El 'partido de la guerra' -según terminología de M. Isnenghi- había triunfado.
El ruido callejero se acrecentó con la reanudación de las sesiones parlamentarias el 19 de mayo. El Parlamento, más que un órgano de soberanía popular, se había convertido en una caja de resonancia de la nueva política de la piazza. Los acordes de la política fatta entre adoquines resonó por todas las bancadas a modo de amenaza y coacción. De esta forma, y como colofón a meses de tensión, el 20 de mayo el Parlamento apoyó la decisión de intervenir en la guerra y votar a favor de los créditos de guerra presentados por Salandra. El 24 de mayo Italia entró en guerra con la Entente y muy especialmente contra Austria-Hungría.
Las 'giornate radiose di maggio' o il maggio radioso', tal y como las describió d'Annunzio,  significaron una de las grandes cesuras de la historia de la Italia del siglo XX. La teoría del 'golpe de estado' ha surgido en numerosas ocasiones como explicación para describir el proceso político e institucional que culminó en mayo de 1915 con la entrada de Italia en laQue las negociaciones con la Entente fuesen secretas, que hubiese incluso miembros del propio gabinete Salandra que no estuviesen informados o que -más grave aún- no se informase en ningún momento a la oposición de los tratos con los aliados denota una falta extrema de pulcritud democrática que acabaría lastrando el sistema político italiano en 1922. Sin embargo, lo que sí significó un cambio en la vida política italiana fue la aparición de una nueva forma de hacer política. Una política más gestual que teórica, que amparada bajo el nuevo rol de la sociedad de masas usó el espacio público de la plaza y la calle para edificar una alternativa a la política oficial. La piazza se convirtió en el ágora desordenada donde intelectuales y sindicalistas extremistas incitaron a una parte muy definida de la sociedad liberal, estudiantes universitarios sobretodo, para repetir y reiterar hasta la saciedad algunos de los 'mantras' que más tarde utilizaría el fascismo en plena década de los veinte.
Así pues, en la teoría del 'colpo di stato', a banda de figurar en el elenco de protagonistas un sector muy concreto de políticos con extensas e indisimuladas relaciones con elementos muy destacados del mundo de la banca, la industria y de los medios de comunicación, se añadió el nuevo coro de representantes de una cultura subversiva con el dogma, el sistema y las formas de la vieja política. Lo que ignoraban los que detentaban el poder en 1915 es que siete años más tarde su falta de visión y miopía junto a la perversión de las normas más elementales del juego liberal les pasarían factura. La nueva política della strada e la piazza aprovechó la crítica posguerra y las grietas del política oficial para fagocitar lo construido en 1861.
Fuentes:
Isnenghi, M. et al. La Grande Guerra 1914-1918. Il Mulino, 2008.
Melograni, Piero. Storia politica de la Grande Guerra, 1915-1918. Mondadori, 1997.
Pieri, Piero. L'Italia nella Prima Guerra Mondiale. Einaudi, 1968.

viernes, 4 de enero de 2013

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (V)




ACTO IV. 26 ABRIL 1915: ELPACTO DE LONDRES (Y CON EL DIABLO)

Desestimadas las negociaciones con Viena, Sonnino decidió liquidar lo que quedaba de la Triplice por la vía rápida. Dio carta blanca a Imperiali, embajador italiano en Londres, para que retomase y cerrase un tratado lo más ventajoso posible con la Entente. Aunque se gestó a rebufo de algunos triunfos militares rusos, fue precisamente Moscú quién intentó torpedear el acuerdo en más de una ocasión. No por considerar exigua la ayuda militar italiana, sino porque sus pretensiones chocaban de frente con parte de los acuerdos a los que habían llegado con Italia, como el de Racconigi. Rusia consideraba que las compensaciones territoriales de la Dalmacia, la península istriana y parte de la costa albanesa perjudicarían a sus aliadas eslavas de Serbia y Montenegro. Y acertó, la postura codiciosa de Italia afectó en gran medida a la confianza generada para un nuevo status quo balcánico, que solo se superó con acuerdos puntuales y concesiones como la de Rapallo en 1920.
A pesar de las advertencias rusas, Londres y París aceptaron el acuerdo. Sabían de la limitada potencialidad del ejército italiano pero eran conscientes de que algunos de los artículos del Tratado jamás se cumplirían. Por parte italiana, la ilusa satisfacción de haber suscrito un acuerdo beneficioso para los intereses territoriales (y coloniales) patrios cegó sus graves consecuencias. En primer lugar, la obligación de entrar en guerra al cabo de un mes de haber firmado el pacto, 25 de mayo de 1915, sin haber informado previamente al Parlamento y a miembros de la oposición liberal, como por ejemplo Giolitti. Al error de cálculo interno se unía el absoluto secretismo con el que se llevaron a cabo las negociaciones y la exagerada lista de peticiones que lastraron y pervirtieron la imagenItalia en el conflicto y por la que tanto había luchado di San Giuliano en evitar.
Curiosamente, los puntos del tratado no se conocieron hasta que la prensa bolchevique publicó en 1917 algunos de los documentos que comprometían parte de la política exterior rusa como medio para desprestigiar al anterior regimen zarista. El Pacto de Londres constaba de dieciséis artículos. Los tres primeros establecían las cláusulas que regían la participación militar italiana. Los artículos 4º al 13º detallaban las compensaciones territoriales, incluyendo el Trentino, el sector de la Venezia-Giulia, la Dalmacia, Albania, partes del imperio Otomano - en caso de desmembramiento - y otros reequilibrios coloniales. El 14º 'obligaba' al Reino Unido a conceder un préstamo de guerra de al menos 50 millones de libras esterlinas, el 15º respaldaba la opción italiana de negar la mediación papal en la consecución de acuerdos de paz y el 16º, y último, establecía el carácter secreto del pacto, el calendario de intervención y la negativa a que Italia firmase la paz por separado con algunos de sus enemigos, suscribiendo de paso el acuerdo de 5 de setiembre de 1915 que habían firmado Francia, Gran Bretaña y Rusia.
El conocimiento del Pacto de Londres por la opinión pública comprometió los intereses italianos y lanzó una seria duda sobre los presuntos valores defendidos en la guerra. La fórmula de Italia pediendo y la Entente concediendo dañó a la imagen civilizatoria de la guerra. Fue precisamente esta visión de 'mercadeo persa' la que acabó dando al traste con gran parte de la reclamaciones italianas en Versailles. En junio de 1919, Francia se desdijo de algunas de las peticiones 'exageradas' - atendiendo, claro, a intereses particulares; el Reino Unido se autoexcluyó y fueron los Estados Unidos, con Wilson a la cabeza, los que se negaron a ceder mucho de lo reclamado. Wilson arguyó que Versailles debía iniciar un nuevo período en política internacional y que, por tanto, no podía tolerarse que la diplomacia subterránea ni sus pactos secretos rigiesen el orden mundial.
La negativa aliada a ceder en gran parte de las peticiones italianas junto a las reacciones airadas - con abandono incluido de las negociaciones - de los representantes italianos, generó el inicio del mito de la Vittoria mutilata de inspiración fascista. El clima in crescendo de la victoria incompleta cimentó la creencia (y la propaganda) de que el sacrificio italiano en la Gran Guerra había sido en gran parte traicionado. Este fue solo uno de los efectos funestos del Pacto de Londres a nivel interno. El verdadero cataclismo político tuvo lugar en el mayo de 1915 con la obligación de aplicar el artículo 16º del tratado que consitía en proclamar el estado de guerra, movilizar al ejército e intervenir militarmente en el conflicto. Firmar un tratado fue sencillo, lo difícil sería aprobarlo por un Parlamento ignoto e ignorado y que además era claramente neutralista.
Los movimientos y maniobras que en mayo de 1915 lograron hacer entrar a Italia en la guerra fueron el punto y final de una etapa no solo política, sino histórica de Italia. La cronología política del Maggio radioso colocó al regimen liberal en el 'corredor de la muerte' y significó la entrada en escena de una nueva forma de política (y nación) completamente distinta.
Continúa en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (VI)

lunes, 10 de diciembre de 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (IV).

Viene de: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (III).




ACTO III. NOVIEMBRE 1914-ABRIL 1915: 'IL SACRO EGOISMO' DE SONNINO 

DRAMATIS PERSONAE III 

Sidney Sonnino 


A la muerte de di San Giuliano, la cartera de exteriores pasó a Salandra, quién tras un breve interim (4 de noviembre) la traspasó a su mentor y amigo Sidney Sonnino. De padre judío (convertido al anglicismo) y de madre escocesa, Sonnino profesaba el protestantismo en una de las naciones más católicas del mundo. No fue un obstáculo para su carrera, pero jamás tuvo el carisma o la clientela de Giolitti. Por tres veces detentó el cargo de Primer ministro del Consiglio italiano, aunque ninguno de los tres períodos superase los tres meses. Más exitoso fue su cometido como ministro de finanzas y del tesoro entre los años 1893 y 1896, donde logró capear las diferentes crisis económicas del país. No consiguió sanear totalmente la economía italiana, pero la dirigió hacia una mejor adaptación a los tiempos venideros. A pesar de sus múltiples relaciones con la prensa - compaginó durante años su carrera política con el periodismo y fue el propietario de una de las cabeceras más importantes de Italia, 'Il Giornale d'Italia' - nunca destacó por su elocuencia y oratoria. Íntegro, aunque suspicaz, trabajó siempre desde la sombra y el secretismo. 
Sonnino fue un representante destacado de la vieja derecha conservadora. Triplicista convencido, batalló para la entrada italiana en la Triplice desde 1881. Incluso desde su columna en la Rassegna settimanale rechazó algunas de la posturas irredentistas y abogó por romper el aislacionismo italiano. Su pensamiento estuvo siempre, o casi siempre, en la órbita de la Triplice. Tanto, que a primeros de agosto de 1914 reclamó a su discípulo Salandra un alineamiento claro con las Centrales. Solo los vientos de la guerra y la adopción (miope y oportunista, según Pieri) de postulados nacionalistas, le hicieron cambiar de tercio y virar hacia la Entente. El objetivo era lícito pero fallaron las formas.
Muerto di san Giuliano, Salandra y Sonnino no tardaron en caer en la trampa de presentar a Italia como una oportunista. Lastraron la imagen de la República italiana y de su participación en la guerra de interesada y egoista. Se desconoce quien lo lo acuño (Salandra o Sonnino), pero la aparición y difusión en la prensa (y luego por las cancillerías) del término 'Sacro egoismo' persiguió a Italia desde el otoño de 1914 a 1919 en Versailles. Sonnino asumió la 'lista' de di San Giuliano como dogma de fe y transformó su cartera de exteriores en maletín de vendedor de crecepelos y otros potingues. La lógica bélica, sin embargo, alteró sus planes triplicistas. Decidido a apretar (chantajear) a los austríacos, que acumulaban derrota tras derrota, se topó con la torpe miopía de la corte vienesa. Con Berchtold dimitido (o más concretamente defenestrado), Sonnino chocó con Burian, maniatado por la política inmovilista del imperio. Los rusos se retiraron de Lodz, pero los laureles pasajeros no convencieron al oscuro Sonnino, que como buen pisano era un negociante voraz. Exigió cesiones visibles e inmediatas, pero Viena recelaba de la díscola aliada. Le emplazaron al final de la guerra, pero Sonnino se impacientaba. El circo bajó el telón en abril, aunque los meses de enero a marzo de 1915 mostraron su faceta más torpe, y lo peor: anticipaban lo que ocurriría cuatro años más tarde en Versailles: impertinencia, intemperancia, impaciencia y falta de tacto. Todo lo contrario que di San Giuliano y su política de sentido común. 

Il Popolo italiano 

El volumen y complejidad de este apartado, así como el evidente protagonismo en el desarrollo de la intervención italiana en la guerra obligan a dedicarle una entrada aparte. No obstante, y para no alterar la estructura y sentido del presente artículo se ha realizado una aproximación somera sobre la sociedad italiana en la antesala del conflicto] 

La guerra fue calando desde el inicio en todos los sectores de la sociedad italiana. Desde las clases más humildes a los círculos más influyentes, el conflicto europeo se fue introduciendo de forma ininterrumpida configurando discurso, ideología y manifestación política. En este sentido, y ajenos a la política gubernamental, se formaron -de forma más o menos organizada- dos posicionamientos respecto al conflicto. Por una parte, los contrarios a la guerra se aferraron al neutralismo, aunque con matices que iban de la neutralidad más absoluta (buena parte del socialismo) a la condicionada (el bloque católico). En el extremo contrario, los partidarios de la guerra o interventistas también se dividieron en dos tendencias paralelas, formal e ideológicamente. 
En la génesis y desarrollo del neutralismo y del interventismo, el rol de la prensa y de gran parte de la intelectualidad italiana fue trascendental. La prensa enseguida tomó partido. En el bando neutralista, representado principalmente por el mundo del socialismo y del Partido socialista italiano, el diario Avanti! tuvo desde el inicio una ascendencia decisiva. Por contra, el interventismo democrático, para diferenciarlo del revolucionario o radical, tuvo en el diario milanés 'Il Corriere della sera' y en su editor jefe Luigi Albertini un paladín incansable en la lucha por su defensa. También 'Il Giornale d'Italia' de Sonnino traspuaba un indisimulado intervencionismo, al que se sumaría el beligerante 'Il Popolo d'Italia' sufragado con fondos francobritánicos y dirigido por el neoconverso Mussolini cimentando el interventismo radical de los D'Annunzio, Marinetti y co. 
La intelectualidad italiana se inclinó mayoritariamente por la intervención, aunque la guerra, y los valores que en ella se enfrentaban, dividieron al heterodoxo magma que formaban universitarios, académicos y artistas. Parte de la comunidad universitaria y académica, discípula y admiradora del gran universo cultural germano, se decantó por la causa triplicista. Mientras que por causas antagónicas y sobretodo políticas, los amantes de la cultura francesa y de los valores británicos tomaron partido por la causa aliada. 
El mundo del arte se sumió casi por completo en la causa interventista. Sus mayores exponentes, tanto escritores como artistas plásticos, militaron activamente en el interventismo radical, especialmente los representantes más destacados del futurismo como Marinetti, Boccioni, Edda, y otros. El partido de la guerra, tal como definió Isnenghi, lo formaba un conglomerado amorfo de elementos de todas las clases sociales y colores políticos. Lo que hoy se llamaría movimiento transversal, tuvo en algunos políticos, periodistas, catedráticos o artistas a sus más fervientes defensores y altavoces. En este sentido, y como gran paradoja del proceso italiano, si bien la mayor parte de italianos se abstrajeron de la guerra, fue esta masa informe la que bastió el edificio ideológico para la entrada italiana en la guerra. La creación de un estado de opinión favorable a la guerra se cimentó sobre tres factores. En primer lugar, a planteamientos políticos y nacionalistas basados en las opiniones y reflexiones del mundo académico y universitario. Sobre esta base, y tomando como bandera algunos de estos postulados nacionalistas, los artistas más significados e implicados en la causa, lanzaron una campaña furibunda en pos de la intervención del lado aliado, que encontró en determinados medios el principal altavoz y plataforma para su difusión. Y por último, el partido de la guerra se formó con aquellos políticos que, acorde con algunos círculos financieros e industriales, aprovecharon - y patrocinaron- el estado de opinión para proponer una intervención que estuviese conforme con los supuestos intereses del pueblo italiano. 
Los meses que transcurrieron de septiembre de 1914 a mayo de 1915 fueron testigos de una gran mutación en el sentir político de la sociedad italiana. No tanto por el cambio de actitudes respecto al conflicto, sino por el radicalismo que tomaron algunos de sus postulados y manifestaciones. El neutralismo siempre se movió en los esquemas de la corrección política e ideológica, como el interventismo democrático. Lo que trastocó el escenario político y la concordia social fueron los medios que utilizó el interventismo radical para imponer sus postulados. El interventismo revolucionario consiguió crispar la política italiana. Sus manifestaciones y mítines, así como los artículos de prensa de sus líderes, consiguieron crear una profunda división en el cuerpo político y social italiano. Se emprendieron campañas de acoso y derribo contra elementos neutralistas e interventistas acusados de tibieza. Se señalaron como traidores a la patria a determinados neutralistas y lo peor, la calle se convirtió en el nuevo escenario política, anticipando la política italiana del futuro. 

Mussolini 

La mayoría de historiadores definen al Mussolini prebélico de elemento perturbador. Otros de agitador y todos, de oportunista. Ciertamente, su evolución desde el neutralismo más intransigente hasta el interventismo más frenético -cito a Pieri- bebió mucho de los tres. Agente aliadófilo a banda, sus manifestaciones y sentido político concentraron en él la sintomatología de aquellos ciudadanos imbuidos por el espíritu de un interventismo militante y radical. Incluso su mutación política no fue ajena a los tiempos de la neutralidad. Abandonó a sus antiguos camaradas del partido socialista y el diario Avanti! por postulados más acordes con los signos de los tiempos. No obstante, su 'milagrosa' conversión al interventismo fue el fruto de un estudiado tacticismo político. 
En septiembre de 1914, el neutralismo del PSI comenzaba a ser visto como un elemento indolente y sospechoso de antipatriotismo (opinión impulsada, claro, por la prensa interventista), la apisonadora alemana se había parado en el Marne y el incipiente interventismo radical se encontraba huérfano de líderes. Mussolini ansiaba erigirse en 'la voz' de la marea interventista, y tras observar que la retórica y la liturgia del interventismo revolucionario se adecuaba a sus registros, no tardó en sobresalir au dessus de la melée. Como pez en el agua y desde su nueva tribuna, 'Il Popolo d'Italia', azotó con especial virulencia verbal al neutralismo y al interventismo moderados. Sin apenas diferencias, los acusó de connivencia triplicista y antipatriotismo. 
A partir del octubre de 1914, Mussolini tuvo un papel vital en el nuevo clima político italiano. La nueva forma de hacer política o, el nacimiento de 'la política de la calle' le fueron como anillo al dedo. Su afilado verbo y su gestualidad se adecuaban perfectamente a los nuevos tiempos. La confrontación política se recrudeció. El adversario político se convirtió en enemigo, y contra el enemigo se usaron todo tipo de métodos. Mussolini y sus Fasci se bautizaron en las luchas del invierno y la primavera de 1914-1915. Jamás tuvieron el carácter violento ni gangteril de los años 1919-1924, pero anticipaban lo peor. De hecho, las nuevas manifestaciones políticas y la crispación no abandonarían Italia hasta bien entrada la Segunda Posguerra. El linchamiento del neutralismo fue el primer episodio en el asalto al poder que culminaría en 1922. Mussolini, sin embargo, no fue el único culpable, sino un protagonista más. Hacia tiempo que el edificio liberal mostraba signos de cansancio estructural. Pero no fue hasta mayo de 1915 que las maniobras y requiebros de los máximos líderes del Parlamento (Salandra y Giolitti) le asestaron el golpe mortal y finiquitaron la legitimidad de la clase política italiana. 
La guerra hizo el resto. 

La política y la opinión pública se contagiaron de mútua inquietud respecto a la guerra. Posiciones claramente definidas a principios de agosto, eran ahora totalmente difusas e inciertas. Las circunstancias y el desarrollo de la guerra cambiaron perspectivas y en el caso italiano el viraje tenía visos interventistas. La neutralidad languidecía. Moría sola, pero entre todos las enterraban. La indefinición y opacidad gubernamentales junto a las ruidosas campañas en determinada prensa hicieron subir el soufflé interventista. La mayoría de la población seguía estando en contra de la intervención, pero la balanza seguía decantándose por la guerra. El triplicismo de Sonnino no estaba hecho a prueba de Marnes y, muy a pesar suyo, comenzaba a girar hacia la Entente. Los 'negocios' con las Centrales estaban encallados, o mejor, Austria no estaba por la labor de ceder en período bélico todo lo reclamado por los italianos. Burian, defenestrado Berchtold, seguía atado en corto y el círculo del Hofburg se negaba a regatear con el Trentino por muchas presiones que tuviese de Berlin. A inicios de diciembre los austríacos iniciaron otra ofensiva desastrosa contra Serbia. Los italianos, y especialmente Salandra y Sonnino, pensaron que cederían, pero tampoco. Cerraron filas y se lamieron (otra vez) las heridas y el orgullo. La opción triplicista, por racana y sobretodo por los reveses militares, comenzaba a no interesar en las altas esferas italianas. La balanza se decantaba por la 'solución di San Giuliano' aunque al obtuso grito del 'Sacro egoismo'. Con el nuevo año (1915) las cosas seguían donde estaban: Austria se negaba a cualquier concesión erritorial, Alemania clamaba por un entendimiento e Italia esperaba un gesto. Ante algunos avances exitosos de los austríacos en enero, Sonnino impelió al Hofburg a definirse, pero no logró respuesta. La paciencia del impaciente comenzaba a resquebrajarse. Ni las artes de Bülow, ahora en Roma, lograron acercar posiciones. La Entente seguía siendo más generosa y la sordera incompetente de Austria fue palmaria. Cansado y ninguneado, Sonnino ordenó al embajador italiano en Londres entablar negociaciones de alto nivel con la Entente. El Pacto de Londres comenzaba a gestarse.

Continúa en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (V).

lunes, 12 de noviembre de 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (III)

Viene de La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (II)




ACTO II. AGOSTO-OCTUBRE 1914:NEUTRALITÀ, SABLES INQUIETOS Y SUBASTA A LA ITALIANA 

DRAMATIS PERSONAE II 

Luigi Cadorna 


"L’operato del generalissimo fu largamente influenzato dal clima di contrasto politico nel quale si volse la guerra: contrasto fra partigiani ed avversari della guerra, a tutt’oggi non ancora spento. E poichè mio padre fu assunto ad esponente dell’intervento e dell’intransigente volontà di vittoria, è ovvio che gli eredi del neutralismo,fossero essi giolittiani, cattolici o socialisti, che la guerra subirono od in qualche modo ed in varia misura avversarono, siano poco disposti a lusinghieri riconoscimenti, anche se questi rientrano nella pura verità storica “. 

Así justificaba su hijo Raffaele, también militar, parte de la leyenda negra que acumuló su padre a lo largo de la jefatura del ejército italiano durante los años 1914-1917. Destacan dos ideas. La de un personaje mecido por las fuerzas de la historia, y más concretamente por el clima político y los ocultos entresijos del poder, y por otro lado, la creencia de que los partidarios de la neutralidad (giolittianos, católicos y socialistas) tergiversaron parte de su trayectoria a sabiendas de falsedades históricas. Ciertamente, la figura de Cadorna no deja indiferente a cualquiera. Como otros personajes del período, generó una feroz controversia entre sus defensores y detractores. Los primeros justificaron sus decisiones militares -la mayor parte, fracasos- en base a las coyunturas geográficas, a las deficiencias inherentes del ejército, a los mandos intermedios, a la tibieza del gobierno, etc. 
Los críticos -con otros datos- personalizaron en el militar piamontés lo peor del mundo castrense: indisimulado desprecio por la vida del soldado, decimaciones arbitrarias, decisiones militares absurdas, desconocimiento absoluto o carencia de un plan militar global, etc. La inmensa bibliografía sobre la participación italiana en la guerra no ha logrado conclusiones de consenso. Existe, no obstante, un escenario más uniforme de los primeros meses de Cadona como Jefe del Regio Esercito. Sobre estos, un análisis detallado de las relaciones entre el gobierno, el rey y el propio Cadorna aporta una visión muy interesante de las dificultades inherentes al papel del jefe del ejército italiano en la futura contienda. Aunque su carrera militar fue notable (Mayor general en 1898, general de división en 1905 y comandante del Cuerpo de ejército en Génova en 1910), Cadorna siempre se vio plato de segunda y eso le fomentó un gran desdén por la política y los políticos. Desde 1898 hasta su designación como jefe del estado mayor del ejército el 27 de julio de 1914, fueron numerosos los colegas que le pasaron por delante (Hensch, Zuccari, Pollio). Sus contínuas quejas y manifestaciones tampoco ayudarían. Sus relaciones con el monarca no eran malas, pero el ubicuo Giolitti jamás confió en él. La animadversión sería mútua. Con Salandra las cosas no irían mejor. 
Durante los meses de julio de 1914 a mayo de 1915, Cadorna fue el pelele de los políticos. Conscientes de sus prerrogativas constitucionales, Salandra, di San Giuliano y el propio ministro de la guerra Grandi lo obviaron y ningunearon abiertamente durante las primeras semanas de guerra. Tampoco Grandi era informado de todos los acuerdos del gobierno y eso también le provocó una gran desconfianza hacia él. Vista la cronología y el sentir de las decisiones podría decirse que sus vaivenes resultaron ridículos. 
Extrañado, pero respectuoso con el papel del rey como jefe supremo de los ejércitos, Cadorna le envió un memorándum el 31 de julio donde se detallaban los detalles de la movilización y distribución de las fuerzas que se iban a enviar a Alsacia, de acuerdo con las convenciones militares establecidas con Alemania. Al día siguiente, y desconociendo - aunque intuyendo - la neutralidad italiana, Von Hötzendorff reclamó a Cadorna que le enviase tropas de soporte para sus acciones en Serbia. A mediodía los planes se truncaron con la declaración oficial de neutralidad. Cadorna seguía en el alero. El 3 de agosto estupefacto ante el silencio del gobierno, recomendó la movilización del ejército en la Valle del Po y su concentración a un máximo de tres días de marcha de ambas fronteras (Francia y Austria). Salandra y di San Giuliano le comunicaron que era imposible, que sería interpretado por ambos países como una declaración de guerra encubierta. Insistió, pero el gobierno se mantuvo firme. Consideraban que declarar la neutralidad y enviar el ejército al Piave o al Tagliamento eran acciones contradictorias y que sería malinterpretado por las Potencias centrales. Cadorna cedió, pero su papel hasta la intervención no fue fácil, aunque peor lo sería durante la guerra. El clima político y el temor a la derrota acrecentaron la importancia de los fracasos militares, aunque -sin duda- algunas de sus decisiones alimentarían la controversia futura respecto a su papel en la guerra. Piero Pieri, uno de los mejores historiadores militares de la Italia contemporánea, lo definía como un hombre muy seguro de si mismo, de gran lucidez y de una enorme visión estratégica. Destacaba, sin embargo, que era extremadamente susceptible, tozudo y de escasas dotes comunicativas lo que le contraindicaba para un cargo como el de comandante supremo de las fuerzas armadas italianas. 

Vittorio Emanuele III
Soldado, burgués o rey victorioso fueron algunos de los epítetos que recibió VE III durante su vida como rey. El hecho es que fue un rey atípico teniendo en cuenta su dinastia. Especialista en numismática, filántropo y firme partidario de las políticas sociales, el rey Sciaboletta (espadín)- en referencia a su baja estatura y el tamaño de su espada - era reservado, un tanto esquivo y nada amante de la liturgia ceremonial de las grandes monarquías. Atento a los cambios que se operaban en la Italia del nuevo siglo, intentó proporcionar una especie de concordia social validando la mayoría de leyes de marcado contenido social. 
El recuerdo de su padre, Umberto I, y una cultura acorde con la época le proporcionaron una visión más progresista de su pueblo. A nivel internacional, abogó por el mantenimiento táctico de sus obligaciones con la Triplice, aunque fomentando siempre el entendimiento con Francia y Rusia. Estallada la guerra y consciente de la difícil tesitura italiana, confió en el gobierno Salandra y en las artes de di San Giuliano. Durante el interregno neutralista, tuvo que buscar un lugar de consenso entre el creciente interventismo y las tesis neutralistas de gran parte de los políticos y la sociedad. Antitriplicista convencido, sustentó y animó los contactos de Sonnino con la Entente después del octubre de 1914, aunque sus métodos no lo convenciesen. VE III fue informado en todo momento de las negociaciones con la Entente, así como del 'mercadeo persa' con las Centrales. Suscrito el pacto de Londres en abril de 1915 y sabedor de las dificultades que tendría el gobierno para imponer la intervención se dejó guiar por el estratega Salandra. Quizá no fue su acción más afortunada, como tampoco lo sería la del 9 de setiembre de 1943, pero el 'Sacro egoismo' era un proyecto muy tentador. Como Giolitti durante más de una década, y sin ser consciente del todo, contribuiría a la deconstrucción del edificio liberal, y a un menoscabo de la institución que representaba. 
Su papel en el 'Maggio radioso' de 1915 fue de vital importancia. Neutralizó la crisis del gobierno Salandra ofreciendo a Giolitti una manzana envenenada (la promesa de entrar en guerra el 24 de mayo) y tras la negativa de este, aceptó la dimisión de Salandra sancionando de rebote la intervención en la guerra y asestando un golpe de muerte al trastocado sistema político italiano. 

Neutralità
La neutralidad italiana el agosto de 1914 no fue una decisión precipitada. Salandra y Di San Giuliano coincidieron plenamente en ella. Los giros y contragiros diplomáticos solo fueron una cortina de humo para esconder la verdadera motivación de permanecer neutrales. La lógica y el sentido común se impusieron a la espera del desarrollo de los acontecimientos. A pesar de los interminables 'litigios' territoriales con Austria, Italia no tenía motivo que le impeliese o urgiese a entrar en una guerra europea. Ni su integridad territorial estaba amenazada (aunque los sectores más irredentistas temiesen por ella en caso de una victoria de las Potencias Centrales), ni la obligaba ningún acuerdo o pacto internacional, a pesar de las reinterpretaciones y 'letras minúsculas' del articulado VII de la Triplice. Por su parte, la gran mayoría de la sociedad italiana recibió la declaración oficial de neutralidad con alivio. 
En contraposición a Francia, Alemania, Austria e incluso la Gran Bretaña, la guerra no despertaba júbilo alguno en el pueblo italiano. En el sur de Italia, a diferencia del norte con una tradición más risorgimentale, la guerra se veía como una calamidad que empujaba a los hombres a la muerte y a sus familias al hambre. La muerte, la desocupación del campo y la amenaza de una posterior invasión no eran fantasmas del pasado, sino que estaban todavía frescos en el imaginario. El mundo obrero y la ciudad presentaban otra realidad, aunque no muy distinta de la del Mezzogiorno. La concepción que se tenía de la guerra no era especialmente positiva ni halagueña. Sin embargo, y con el devenir de los meses, fuertes corrientes de influencia en gran parte de las clases medias y liberales, dibujaron la guerra como una salida lógica al engrandecimiento del estado-nación italiano como el último paso del Risorgimento mazziniano. 

Movilizar o no movilizar ... 
Durante los meses de tensa neutralidad, Cadorna jugó a los soldaditos en su pizarra. Impetuoso, pero celoso de sus prerrogativas, intentó dar una imagen de eficiencia que distaba mucho de ser real. Y él lo sabía. Su inquietud no procedía exclusivamente de la ignorancia de los planes del gobierno, sino a la pésima preparación y predisposición de su ejército ya comprovadas en la aventura libia. En agosto de 1914, el ejército italiano era claramente inferior a sus posibles enemigos, fuese Francia o Austria. Un claro déficit en armamento (sobretodo en artillería pesada), paupérrimas ratios de ametralladoras por regimiento y la falta de oficiales y suboficiales cualificados eran carencias muy graves y preocupantes. Si a esto se le sumaba un sistema logístico insuficiente y una preocupante ausencia de planificación estratégica, el panorama era inquietante. 
Por todo ello, el sentido común de di san Giuliano recomendaba calma y sosiego. Para asentar una neutralidad favorable, o para en caso de guerra, preparar correctamente a las fuerzas armadas. Preparativos a banda, la cuestión sobre la movilización era alarmante. Una movilización inmediata hubiese supuesto una grave amenaza para la neutralidad mientras que una desmovilización por tiempo indeterminado suponía un grave peligro en caso de ataque repentino. La propia composición del ejército italiano complicaba todavía más las cosas. Ideado para cohesionar la aún frágil unidad de los ciudadanos italianos, el mando del ejército dictó que cada regimiento se formase con personas de dos regiones distintas y distantes, que se localizase en una tercera región y que al cabo de 4 años, ésta cambiase de región. Con semejante distribución era comprensible que la mobilización italiana preocupase y mucho a los altos mandos del ejército. Si a los problemas de concentración de tropas se le añadían las pésimas condiciones de transporte en una geografía tan dispar, la inquietud se tornaba en temor. Grandi intentó tranquilizar a Cadorna recordándole las grandes obras de mejora y fortificación en las fronteras septentrionales del Véneto en 1908, pero el jefe supremo seguía ensimismado con un plan de movilización parcial que no existía. 
Grandi le propuso dos opciones. Reunir -al menos- las divisiones del ejército permanente y con el tiempo concentrar el resto, o reunir -de momento- los seis cuerpos de ejército que formaban el ejército italiano septentrional. Cadorna dijo que no, que todo o nada! Y fue nada. Obsesionado y dolido, elaboró diversos memorándums que acabarían en papeleras reales y ministeriales. Los tempos diplomáticos no coincidían con los militares. Y además las relaciones entre los políticos y Cadorna eran casi nulas. Tanto fue así, que cuando di san Giuliano le preguntó a finales de septiembre si era posible una intervención, el militar le dijo que no podría ser. Argumentó que el invierno estaba cerca y que apenas contaban con pertrechos y uniformes hivernales. 

Quién da más?
El 4 de agosto, el di San Giuliano aseguró por carta a Salandra que tendrían al menos un mes de tregua diplomática antes no comenzasen las presiones de ambos bandos. Se equivocó. El 5 de agosto, el embajador en San Petersburgo Carlotti llegaba con 'presentes'. Francia y Rusia (con el plácet del Reino Unido) habían acordado -bajo mano- ofrecer a Italia el dominio completo del Adriático, un protectorado sobre Valona y la soberanía completa de las islas del Dodecaneso. Condición: Italia debía intervenir inmediatamente en el Trentino y su flota debía cerra el canal de Otranto. Comenzaba la subasta italiana. La Entente seguía generosa. El 6 volvió a la carga con la Dalmacia y el 8 de agosto se sumaba Trieste junto con negociaciones directas en Londres. 
Por su parte, y a pesar del enfado inicial, la puja de la Triplice no se hizo esperar. El embajador Flotow ofreció negociar sobre el Trentino. Pero comparado con los regalos de la Entente era miseria. La diplomacia italiana estaba muy presionada, pero la espera estaba mereciendo la pena. El 9 de agosto di San Giuliano despertó del sueño neutral. La neutralidad italiana no podría mantenerse. Demasiados cantos de sirena con lisonjeras melodías: el Trentino, Valona, el Adriático, el Dodecaneso e incluso Trieste !!! 
Di San Giuliano comenzaba a posicionarse y la Entente era la apuesta más segura. Con extrema inteligencia listó las que serían condiciones irrenunciables para una intervención: 1º. Ninguna paz por separado; 2º Cooperación inmediata entre las flotas italiana, francesa y británica para destruir la flota austríaca en el Mediterráneo; 3º Reintegro del Trentino y otros territorios italianos en poder de Austria-Hungría al Reino de Italia; 4º Albania dividida entre Grecia y Serbia, pero con la costa neutralizada; 5º Regimen internacional para Valona; 6º Devolución de las islas del Dodecaneso en caso de supervivencia del Imperio turco; 7º Cuotas en las indemnizaciones de guerra y 8º Mantenimiento de las alianzas para el periodo de la posguerra. 
La guerra, no obstante, proseguía y Marte estaba de parte de la Triplice. El rodillo alemán seguía imparable y di San Giuliano pedía calma, mucha calma y ninguna salida de tono a los suyos. Advirtió a Londres que si no cambiaban un poco las tornas Italia no se iba a meter. Conscientes del momento, la puja de Berlin subió. En caso de derrota serbia, Austria la anexionaría y cedería el Trentino y algún otro territorio. Eran simples promesas, nada tangible. El 26 de agosto, ante la perspectiva victoriosa de la Duplice, di San Giuliano admitió la neutralidad como la mejor opción. Pero las tornas volvieron a cambiar. A mediados de septiembre se certificó el fracaso austríaco en Serbia y aún peor: la apisonadora alemana había sido frenada en el Marne. Italia volvía a la carga. El hábil siciliano, consciente de su cercana muerte, echó el resto. A banda de las ocho peticiones de agosto, Italia obtendría áreas del Asia menor y territorios africanos de la derrotada Alemania, se redefinirían las fronteras entre Libia y Túnez e incluso se pediría a Francia una cesión de Túnez. 
Las negociaciones descarrilaron el 25 de septiembre. Cadorna, dispuesto a intervenir una semana antes, hizo saltar las alarmas cuando se negó a una intervención inminente arguyendo deficiencias materiales y logísticas por la inminencia del invierno. El mundo al revés. Cuando di San Giuliano reclamaba pausa, Cadorna desenvainaba el sable y ahora que el siciliano marcaba el paso, Cadorna se volvía prudente. Octubre reclamaba calma y mientras los ejércitos se atrincheraban, las cancillerías hicieron cálculo de daños. 
El ministro siciliano murió el 16 de octubre. Con él se fueron el temple, la visión y el cerebro de la diplomacia italiana. Lo sustituyó Sonnino y 'il sacro egoismo'.

Continua en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (IV)

viernes, 26 de octubre de 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (II)


Viene de:  La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (I)



ACTO I. JULIO DE 1914, ENTRE EL ARTÍCULO VII Y EL CASUS FOEDERIS 

DRAMATIS PERSONAE II

Di San Giuliano

Liberal y anticlerical practicante, Antonino Paternò-Castello -más conocido como Di San Giuliano o Marqués di San Giuliano, fue un cultivado aristócrata siciliano de enorme visión política. Dotado de un exquisito sentido de la diplomacia y de un pragmatismo a prueba de alianzas, consiguió aposentar a Italia entre las potencias europeas, aunque fuese en un segundo plano. Desempeñó la cartera de exteriores en dos ocasiones, la primera entre 1905 y 1906 y la segunda entre 1910 y 1914. Entre ese intervalo, y dado su prestigio, los gobiernos Giolitti y Luzzatti lo designaron como embajador en Londres y París. A pesar de su triplicismo, siempre tuvo voluntad de acuerdo con Francia, y especialmente con el Reino Unido. Conocedor del Foreign Office y con una gran inteligencia geopolítica, sabía que la partida italiana se jugaba en Viena y que Alemania sería su gran valedora, pero siempre se guardó las espaldas con la Albión. Más consciente que nadie de la 'peninsularidad' italiana y del papel que todavía jugaba la Armada británica como policía de los mares, intentó por todos los medios no enemistarse jamás con Londres. Jamás perdió de vista los territorios italianos dentro del Imperio austrohúngaro, como tampoco desdeñó la posibilidad de convertir el Adriático en un mar italiano. Albania, Libia y la salvaguarda de las islas del Dodecaneso serían algunas de sus bazas. Pero no todo fueron laureles. La guerra de Libia, de la cual fue un notable impulsor, fue un desastre y en la cuestion albanesa no estuvo muy afortunado. Su figura, sin embargo, seguía siendo muy respetada. Su padrino político (Giolitti) cayó en febrero de 1914, pero su experiencia y conocimientos eran tales que Salandra le requirió para exteriores un mes después. Sus diferencias políticas eran notorias, pero en cuestiones internacionales coincidían plenamente: recuperar los territorios irredentos (Trentino e Istria) y asegurar la influencia en sectores de la costa oriental del Adriático (Croacia y Albania). Para la consecución de ambos, el equilibrio en los Balcanes era vital ya que cualquier alteración del status quo obligaba a la potencia alterante a compensaciones, tal y como preescribía el artículo VII de la Triplice. No obstante, el articulado de la Triplice siempre se leyó en clave interesada, como en el caso de la anexión austríaca de Bosnia-Herzegovina (1908). 
Consciente de ello, el de Catania se convirtió en el perfecto exégeta de los acuerdos de la Triplice, convirtiendo poco a poco sus interpretaciones en comodines para la gran partida en la que siempre jugaría con ventaja. Conocedor de los movimientos centrífugos en el si del Imperio, como del nerviosismo imperante en Viena, el de Catania decidió esperar. Sabía que tarde o temprano saltaría la chispa y que solo era necesario estar ahí para recoger los frutos, tanto si Austria era vencedora como perdedora. En caso de que Austria volviese  a alterar el mapa balcánico exigiría una compensación. Y en el caso de que fuese derrotada en una guerra, exigiría a los vencedores la reposición de los territorios irredentos. Hasta ese momento, Italia actuó con sibilina astucia. 
En 1912, Austria (como Francia y la Gran Bretaña), la conminó a devolver a soberanía otomana las islas del Dodecaneso o a ser compensada en base al artículo VII. La diplomacia italiana se negó rotundamente argumentando que éstas pertenecían al área geográfica asiática y que tenían que ver con Libia, no con los Balcanes. Y así se llegó hasta agosto de 1914. Fue entonces cuando fiel a su estilo, el di San Giuliano,  mostró todo su repertorio de amagos, faroles y apuestas que llevarían a Italia a una benevola neutralità. Su mérito fue doble. Por una parte, convenció a su propio gobierno de las virtudes de no entrar en la guerra y esperar. Y de la otra, dejar abierta la puerta a un futuro entendimiento con las fuerzas de la Entente, especialmente con Gran Bretaña. Su muerte el 16 de octubre de 1914 no solo significó la pérdida de un excelente diplomático y político, sino el certificado de muerte de una neutralidad inteligente. 

Berchtold 

Figura seductora y carismática o un político tímido e indeciso? La historiografía siempre ha tendido a situar al conde Berchtold entre estos dos polos cuando la realidad es más simple. Berchtold combinó de forma indistinta ambas facetas. Como embajador era un anfitrión excelente y sus recepciones eran la comidilla entre las élites europeas, mientras que su periplo como ministro de exteriores de la doble monarquía fue un cúmulo de despropósitos hasta enero de 1915. Los estudiosos del hombre político han convenido en destacar que su falta de experiencia y de tacto ‘internacional’ así como su incompetencia y espíritu pusilánime, lastraron la política exterior de su país llevándolo al desastre. Los historiadores más críticos exponen que su amarga experiencia como embajador en Rusia durante cinco largos años (1906-1911) condicionó su política balcánica y su actitud absolutamente contraria a un entendimiento con la gran potencia asiática. Otros, añaden a estos ingredientes, la contínua presión del ‘partido de la guerra’ afincado en el Hofburg con Von Hötzendorff y el embajador Hoyos a la cabeza. 
Un análisis preciso de su gestión en los tres episodios más destacados al frente de exteriores corrobora la conjunción de los factores antes descritos. Durante las guerras balcánicas, Berchtold y su equipo de asesores erró no solo por defecto sino por efecto. A la falta de visión política (Liga balcánica) se añadió una gran estrechez de miras con el incendio de la Segunda Guerra Balcánica y el consabido aupamiento de Serbia a potencia balcánica, resquebrajando aún más un status quo hiperfrágil. Holger Herwig, uno de los especialistas más reputados en esta materia, sostiene que a la falta de vigor político y manifiesta dejación en la cuestión de la guerras balcánicas de 1912-1913, Berchtold intentó contraponer una excesiva dosis de ímpetu y miopía en la crisis de junio-julio de 1914. No obstante, admite, que las fuerzas y la determinación mostradas por Austria sobre la cuestión serbia en el verano del 14 no tuvieron una impronta exclusivamente berchtoldiana. Afirma que se vio superado por las circunstancias y empujado por sus asesores y las fuerzas vivas del régimen a plantear una solución extremadamente drástica al contencioso serbio. Sobre este punto es curioso señalar como a Berchtold le sucedió lo mismo que a Bethmann-Hollweg: ambos creyeron poder acotar el conflicto austroserbio a una guerra de baja intensidad. 
Con Italia bailando sobre su neutralidad, la ceguera política de Berchtold fue in crescendo. Lejos de apagar un fuego, Berchtold y su 'equipo de pirómanos' echaron gasolina al fuego ninguneando al odioso aliado y negándole la mayor en cuestión de tratados. La diplomacia alemana impuso –otra vez- la cordura. Si Austria conseguía derrotar a Serbia y alterar el mapa balcánico bien podía ceder el Trentino. Pero el núcleo duro vienés siguió negándose hasta finales del invierno de 1915, pero ya era demasiado tarde. Viena estaba desquiciada. Tanto, que el partido de la guerra defenestró a Berchtold por insinuar cesiones a Italia y encumbró a Burián como marioneta a su voluntad. El delirio era tan grande que incluso se planteó la invasión de Italia camuflando una pataleta con factores estratégicos!! Un detalle más de la política errante y suicida que mantuvo Viena con respecto a la partida europea e italiana. No hay duda que de Austria-Hungría estaba en una hora decisiva, pero ni Berchtold, ni aún menos sus asesores estuvieron jamás a la altura de sus responsabilidades. 

DEP 

La guerra iba a finiquitar la Triplice. Ya fuese por su carácter defensivo o por la actuación de algunos de sus miembros, dejó de existir y actuar como tal el 2 de julio de 1914. La guerra no había estallado aún, pero las decisiones tomadas desde ese día condicionaron totalmente los actos de sus miembros, conduciéndolos a una espiral de consecuencias inesperadas. Se han escrito cientos, miles de libros y artículos sobre las causas más inmediatas de la guerra, así como de la febril actividad diplomática que siguió des del 28 de junio hasta el 4 de agosto de 1914. La historiografía sobre el conflicto ha elucubrado numerosas teorias sobre el estallido de la guerra, su alcance y especialmente sobre los principales protagonistas y/o culpables de que se globalizase. Sobre la cuestión austroserbia, recientes investigaciones concluyen que la doble monarquía, y por ende Alemania, deseaban una resolución rápida y focalizada del conflicto. 
Tanto los servicios secretos austríacos como los rusos sabían que detrás del complot de Sarajevo estaban miembros de la inteligencia serbia, y que si bien no existían documentos sobre la implicación directa del gobierno serbio, se sabía que el gobierno de Nikola Pašić conocía (y permitía) las actividades de la Mano Negra, la organización terrorista serbia que organizó el regicidio. Por ello, pero principalmente por geopolítica, el gobierno austríaco decidió intervenir unilateral y militarmente contra Serbia. Las tensiones en el si de la doble monarquía no fueron pocas. El primer ministro húngaro, el conde Tisza no dudó en advertir de las consecuencias y de la posibilidad de negociar con el gobierno serbio y la comunidad internacional. Pero sus sugerencias cayeron en saco roto, el partido de la guerra austríaco (Von Hötzendorff, Berchtold y el propio Kaiser Franz Joseph) tenía muy clara la intervención. Temían la implicación rusa, pero sospechaban que Alemania les daría su apoyo, y que acceptaría el envite respaldando su acción punitiva sobre Serbia. Contaban con la experiencia de 1908, pero esta vez no ocurriría lo mismo. Alguien acceptó el desafío y la partida se complicó. 

Artículo VII

 Los primeros intercambios de opiniones entre Viena y Berlin sobre el affaire serbio se produjeron el 2 de julio y el 5 Austria ya tenía el plácet alemán para actuar contra Serbia. Se trataba del famoso 'cheque en blanco' del Kaiser Wilhelm II al conde Hoyos, ministro de exteriores austrohúngaro. Berlin estaba decidida a respaldar cualquier acción que llevase a cabo Viena sobre la cuestión serbia. Mientras, Italia seguía en silencio. Ni se le esperaba, ni -por supuesto- se le consultaba. La Triplice comenzaba a oler a muerto, aunque Roma conservaba sus triunfos. La Triplice no era una alianza ofensiva, por tanto no podían contar con ella. Y en caso que los hechos aconsejasen mantenerse a la defensiva, tampoco podrían contar con ella por el simple y trascendental hecho de no haberla consultado. 
Cierto que los valses italianos habían creado desconfianza, pero ningunearla manifiestamente en cuestiones de tamaña importancia no fue una decisión precisamente inteligente. Creían que 'tragaría' como en 1908, pero actuar contra Serbia, respaldada por Rusia y con estrechos lazos económicos y estratégicos con Francia, requería un mayor quórum y discusión. El articulado de la Triplice estaba de parte italiana. El artículo VII prescribía muy claramente que cualquier acción que supusiese una 'ventaja territorial' para un miembro debía compensarse con el acuerdo o la negociación de otros territorios conlindantes o mediante indemnización económica. Y evidentemente, Austria no estaba todavía por esa la labor. Con los meses y los reveses ya lo estaría. Empujada por Alemania, no fue hasta el 15 de julio que Austria decidió informar a Italia de las decisiones iba tomar su gobierno respecto a Serbia. Cuando Viena habló de 'corregir estratégicamente las líneas fronterizas', el ministro de exteriores italiano di San Giuliano exigió una mayor concreción en las medidas. Ante el revuelo italiano, el 21, el embajador austríaco Merey recibió órdenes de seguir en las vaguedades, aunque comunicó a di San Giuliano que, a pesar, del lenguaje firme contra Serbia, se intentaría encontrar una vía pacífica al asunto. 
Poco crédulo y gato viejo, Di San Giuliano preguntó al embajador si podía informar a la prensa italiana de que Austria no buscaba, en ningún caso, anexión territorial alguna, a lo que Merey se negó en redondo. Que Austria despreciaba la postura italiana lo demuestra el hecho de que Roma no recibió una copia del ultimátum hasta el 24 de julio, un día después de haberla enviado a Belgrado!! La demora, pero sobretodo el contenido del mismo indignó a di San Giuliano que protestó enérgicamente al embajador alemán. Le reprochó no solo la violencia del lenguaje y las exigencias, sino -y peor- no haber consultado a Italia en ningún momento de la redacción. Di San Giuliano consideró el ultimátum como un 'acto de agresión' y advirtió que en el caso de que Rusia interviniese, Italia permanecería neutral. La Triplice estaba muerta. La respuesta serbia llegó el 25, y como era de esperar no satisfizo al partido bélico vienés por lo que ese mismo día se ordenó una mobilización parcial del ejército. La caja de Pandora estaba abierta. Ese mismo día en Berlin, el embajador italiano hizo llegar una declaración oficial en la que Roma lamentaba profundamente todo lo relacionado con el ultimátum y muy especialmente la actitud alemana. La decepción con Alemania no acabó ahí. Cuando Berchtold cuestionó la vigencia del artículo VII esgrimiendo que este solo era aplicable en los territorios otomanos de los Balcanes, y que no era preceptiva ninguna compensación en caso de ocupación provisional, Alemania estuvo a su lado. La Duplice era un hecho consumado.

In extremis
El 28 de julio hubo una cierta distensión. Las noticias de una inminente intervención rusa exigían sentido común y Alemania conminó a Viena a suavizar las tensiones con Italia. Austria se avino a parlamentar pero no se podía hablar ni del Trentino ni de cualquier otro territorio en litigio. Alemania seguía apoyando la línea austríaca e Italia seguía en silencio. Berlin sabía que el tiempo corría de parte italiana y apremiaba a Viena para un acuerdo. El 29 el embajador Merey se reunió con di San Giuliano para comunicarle que cualquier tipo de compensación territorial se haría efectiva solo cuando se rompiese el equilibrio balcánico, es decir cuando Serbia fuese derrotada. Di San Giuliano, sin embargo, reclamó la compensación de forma inmediata. Fue otra jugada maestra. Conocía de antemano la negativa austríaca a una petición de ese tipo. Y por ello decidió tensar las negociaciones. Merey telegrafió al momento, pero Viena calló por tres días hasta que Rusia declaró la guerra el 1º de agosto. Las hechos se precipitaron. Ese mediodía, y antes de recibir una respuesta afirmativa de Austria a sus demandas, el Consejo de Ministros italiano declaraba la neutralidad. Declarada oficialmente al día siguiente, el gobierno italiano la justificó por la vulneración del artículo VII de la Triplice y especialmente por la ausencia de un casus foederis. La decisión no gustó allende los Alpes, pero tampoco los cogió desprevenidos. Los representantes de la nueva Duplice no temían una entrada de Italia en la Entente. Consideraban que la defección italiana era previsible y que una vez la guerra les fuese favorable negociarían -mezquinamente- para recoger parte del botín.

Continua en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (II)

martes, 16 de octubre de 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (I)



La historia de la Primera Guerra Mundial está plagada de hechos insólitos. Extraordinarios, misteriosos, otros simplemente inexplicables. La intervención italiana en la guerra el mayo de 1915 forma parte de este selecto último grupo. No solo por su extrema particularidad, sino por el contenido trágico y trascendente de determinadas decisiones personales.
Este episodio de la historia italiana plantea más interrogantes que respuestas. Como pudo entrar en guerra una nación que mayoritariamente reclamaba la paz? Qué mecanismos empujaron a determinados sectores de la clase política a subvertir el juego democrático? Qué intereses ocultos (o no) influyeron a participar en una guerra sin apenas garantías de éxito militar? Qué sucedió para que Italia abandonase la Triple Alianza y se uniese a la Entente? Estos interrogantes y muchas otras cuestiones no pueden resolverse desde una óptica estrictamente italiana, sino desde una prisma más panorámico e internacional.
La guerra fue un gran cataclismo para la sociedad italiana, pero no solo en términos humanos o materiales sino por los medios que se utilizaron para llegar a ella y que definirían, en gran parte, el devenir nacional italiano durante décadas.

PRELUDIO

De aquellos polvos vienen estos lodos ...

La Italia de 1915 era una nación muy poliédrica. Nacida en la forja de los movimientos románticos de principios del XIX, no alcanzó su plenitud nacional hasta 1861 cuando después de una guerra civil encubierta y algunos episodios más heroicos que otros, logró unificar bajo el trono de Victor Manuel II una pléyade de reinos, ducados y otros territorios autónomos de la península Itálica. La unificación italiana no fue un proceso pacífico. Querida por unos pocos, deseada por otros y permitida por el resto, las naciones europeas con intereses en la península dejaron su impronta. Las dos más visibles, la pseudocupación-protectorado francés sobre Roma y los estados pontificios, y la no-resuelta cuestión austríaca sobre los territorios del nordeste peninsular: el Trentino o sud-Tirol y la ciudad de Trieste, principalmente. Mientras que el asunto romano llegó a su fin en 1870, el tema de los territorios irredentos (no liberados) se convirtió más en una llaga sentimental que una cuestión de estado. Prueba de ello fue el tratado que firmó Italia con Alemania y su sempiterna enemiga Austria-Hungría en 1882 dando lugar a la Triple alianza (Triplice) y desatando la ira de los círculos nacionalistas italianos.
Italia fue siempre una peligrosa ciénaga en la que los poderes económicos y territoriales defendían sus privilegios bajo el ropaje de los partidos políticos. Bajos las élites piamontesas desde el primer momento, el juego político fue basculando muy lentamente hacia el sur, no sin fuertes resistencias. Con el tiempo, los ricos industriales del norte y la cosmopolita burguesía piamontesa de corte liberal encontraron un sorprendente aliado en los terratenientes del Mezzogiorno, que gobernaban sus latifundios como los políticos del Norte el Parlamento. La comunión de intereses suavizó -en parte- las tensiones territoriales pero fue prostituyendo el bisoño sistema político. Los vientos del Ottocento anticipaban la tormenta del nuevo siglo. Desde Cavour a Salandra, pasando por Crispi o Giolitti, el parlamento italiano se convirtió en altavoz de las luchas intestinas entre liberales y conservadores por la alternancia, mientras católicos y socialistas ofrecían una oposición más formal que real y los radicales jugaban a la peligrosa aritmética de las mayorías. La arena política era el fiel reflejo de los difíciles equilibrios territoriales y el libre mercado de las corruptelas. Nula o poca discusión ideológica, simple pragmatismo de estado. La época dorada de este regimen de clientelismo y de posibilismo político, conocida como Età Giolittiana, perduró entre 1901 y 1914.

DRAMATIS PERSONAE I
Giolitti o el canto cisne del liberalismo italiano

Durante los primeros años del siglo, y hasta mediados de 1914, Giolitti dominó la política italiana. Sus bazas fueron una gran cintura ideológica, un increible don para la negociación y una exquisita elocuencia. Su expediente: cinco gobiernos como presidente del Consiglio y otros cuatro con su sello y plácet. Durante su trayectoria política, controló (y manejó) el engranaje parlamentario, mantuvo difíciles equilibrios entre políticas de corte social, llevó a cabo dudosas nacionalizaciones, fomentó el proteccionismo agrario, impulsó empresas coloniales de dudoso éxito y reformó el sistema electoral con la implantación del sufragio universal. Su enorme visión político le llevó a intuir el papel de las masas en la creación y consolidación de Italia como nación, aunque refrenó el ímpetu radical de los socialistas con la connivencia de militares, industriales y la alargada sombra de la Iglesia a la busca de un acuerdo duradero con el ala más moderada del socialismo italiano. Y aunque tuvo notables momentos de gloria, como su tercer gobierno de 1906 a 1909, los medios utilizados en la laberíntica y oscura política italiana socavaron, sin duda, el propio sistema, provocando que una gran -enorme- parte de la sociedad italiana identificase el vértigo de los tiempos modernos con la descarnada y sórdida casta política. Giolitti concebía la política italiana como un coto cerrado donde las cuestiones más esenciales para el país se decidían mediante inexplicables alianzas entre grupos de intereses y personas con las ideologías siempre al margen. La transparencia democrática se difuminó bajo los pactos e indisimulados intereses de partido; la diplomacia de corredores sustituyó a la discusión parlamentaria y la corrupción política fue norma a pesar del claro del desarrollo económico y social del país.
Los años de Giolitti permanecen como una época de claroscuros. Allí donde el ordinato progresso civile (subsidios, reducción de jornadas laborales y de la explotación infantil y demás políticas de corte social) tuvo un aumento más espectacular, los mecanismos del edificio político más se resintieron. Su excesivo pragmatismo deconstruyó el sistema por el que tanto habían trabajado Cavour y sus correligionarios piamonteses, e incluso él mismo! Consciente del pesado engranaje parlamentario para la aprobación de medidas necesarias, y sobretodo, para evitar veleidades revolucionarias, actuó de forma poco 'reglamentaria' y colegiada. Giolitti fue fagocitado por sus propias decisiones, y muy especialmente por la introducción del sufragio universal. El movimiento obrero retomaba sus reivindicaciones con especial virulencia, los católicos reclamaban su sitio y un nacionalismo cada vez más inquieto insistía en políticas exteriores más agresivas. Víctima de las alianzas, las elecciones de 1913 le obligaron a buscar otros compañeros. Esta vez los radicales no cedieron y como un Houdini maniatado, el mago piamontés se vio obligado a dimitir en marzo de 1914. Dejó a Antonio Salandra para que le mantuviese el trono caliente. Pero ni conocía a Salandra, ni su ambición. Tardó en volver, fue en 1920 pero la situación había cambiado mucho.

Salandra: El zorro de Troia


Entre los adeptos a Giolitti se encontraba el rey Vittorio Emanuele III. Cuando se precipitó la crisis de marzo de 1914, aceptó -como siempre- las sugerencias del de Mondovi y  nombró a Salandra como primer ministro. De familia de propietarios de la Puglia y talante conservador, era discípulo de Giolitti, pero íntimo de Sidney Sonnino. Curiosa combinación que luego se trasladaría a su obra de gobierno. Activo en política desde hacía algunas décadas, había hecho su cursus honorum a la sombra de gobiernos liberales y conservadores, alternando subsecretarías con otras funciones de gobierno. Su figura política no era de excesiva talla, pero tenía ese curioso don de 'estar en el momento oportuno en el lugar adecuado'. Giolitti lo apadrinó a la espera de un breve interregno, pero el viejo piamontés se equivocó al pensar que Salandra sería un peón más en su partida. Durante los casi dos años de gobierno (marzo 1914 - febrero 1916), demostró ser un animal político de gran astucia y diáfana visión. Anhelaba liderar un bloque conservador de corte liberal, cimentado sobre intereses industriales y financieros del norte en alianza con los terratenientes y propietarios de la Italia meridional. Una ecuación muy sencilla: mercados exteriores, proteccionismo agrario y férrea disciplina interior. Para ello consideraba imprescindible desplazar de la arena política a los sectores socialistas, tanto moderados como radicales, a los que acusaba de alterar la paz social. Éstos y especialmente el movimiento obrero y sindical se lo pusieron en bandeja. La Settimana rossa en junio de 1914 le proporcionó la excusa. Jugaba con las cartas marcadas. Sabedor de lo que iba a ocurrir cuando llegase al gobierno, Salandra se reservó también la cartera de interior, a banda de la presidencia del Consiglio. Fiel a sus principios, no escatimó medios en sofocar las revueltas y marcar el ritmo de su política interior. Pero la fortuna aún seguiría de su parte. Los sucesos de Sarajevo le depararon un segundo triunfo: una guerra en ciernes.


La Triplice (Triple) alianza o la lógica del vals

Desde 1882 hasta 1914, la política exterior del gobierno italiano estuvo marcada por su pertenencia a la Triple Alianza. Las tensiones francoitalianas por el control de Túnez y el deseo de aislar a Francia en el panorama diplomático europeo, llevaron a Bismarck a rescatar Italia del ostracismo diplomático en el que se encontraba, y situarla -al menos- en un segundo plano de la partida europea. A banda de los objetivos esenciales, la inclusión de Italia en la Triplice (nombre que recibía en italiano) permitiría equilibrar la voracidad austríaca sobre los Balcanes, a través del mantenimiento del status quo y de la reclamación italiana de los territorios irredentos. En el plano estrictamente militar, la inclusión de Italia a la Triplice restaba un posible aliado a la causa antialemana, apuntalaba un frente italoalemán contra Francia y equilibraba -en parte- la balanza de fuerzas navales en el Mediterráneo mitigando la amenaza británica.
Italia renovó su alianza en 1887 y al año siguiente se concretó un acuerdo militar con Alemania de carácter defensivo. El compromiso, renovado por segunda vez en marzo de 1914, consistía en el envío por parte de Italia de cinco cuerpos de ejército (10 divisiones) y dos divisiones de caballería al sector de Alsacia-Lorena. Alemania se convertía – de facto - en el manto protector de Italia, pero a cambio se le exigía un quid pro quo en forma de ayuda militar en caso de ataque francés. Los votos de amistad se reafirmaron en 1888, pero las mutaciones que se operaban a nivel internacional requerían cintura. Italia no quería verse atrapada entre dos fuerzas motrices y opuestas. Consciente de su 'peninsularidad' y del peso de la flota inglesa como garante de las rutas comerciales, dejó por un tiempo sus aventuras etiópicas para centrarse en su papel mediterráneo. En 1896 estrechó lazos con Rusia casando al príncipe de Nápoles, futuro Vittorio Emanuele III, con la princesa Elena de Montenegro, permitiendo -de rebote- una resolución pacífica de la cuestión tunecina en 1900 con Francia. Francia garantizaría los intereses italianos en Túnez, a cambio de que ambos tuviesen manos libres tanto en Libia como en Marruecos. Posteriormente llegó el acuerdo con la reina de los Mares. Italia podría ocupar Libia si se rompía el equilibrio africano, y si apoyaba inequívocamente a Inglaterra en Egipto.

Estas jugadas inquietaron a los alemanes, a pesar de que no se violaban los acuerdos de la Triplice. La templanza del canciller Bülow despejó los nubarrones al dirigirse al Reichstag para afirmar que "en un matrimonio feliz, el marido no puede reprender a su mujer por si ésta baila un vals con un extraño. La cuestión importante es que no se acabe marchando". Pero Italia era vista como una díscola bailarina de valses al son de la lógica de sus intereses. Preveyendo la configuración de nuevas y estrechas alianzas, Alemania empujó a Rusia a una guerra con Japón. La derrota dejó a Rusia envuelta en graves problemas internos, pero además afectó a las ya endebles relaciones que tenía Gran Bretaña, debilitadas por su política asiática y la delimitación de sus áreas de influencia. Privada de su 'gran' aliada, Francia vio como Alemania vetaba su ocupación de Marruecos en la Conferencia de Algeciras (1906). La fortuna sonreía a la Triplice, pero la situación en los Balcanes se estaba enrareciendo. En 1903, una conjura militar acabó con la dinastia serbia de los Obrenović de tendencia austrófila que fue sustituida por la de los Karađorđević, claramente antiaustríacos. Los rusos tocaban a rebato. Conscientes de su debilidad, acordaron con Gran Bretaña las áreas de influencia sobre Persia y Afganistán e iniciaron una política claramente europea centrada en los Balcanes. La doble monarquía no se amedrentó. Las convulsiones que se estaban produciendo en el Imperio turco por la revolución de los Jóvenes Turcos en 1908 pusieron en bandeja de plata la ocupación austríaca de Bosnia-Herzegovina. La maniobra no gustó a nadie, ni a Bülow, que en ayuda de su ambicioso aliado, se vio obligado a advertir a Rusia que no aceptarían presión alguna. Advertencia que repitió, en forma de ultimátum, en marzo de 1909 y que cerraría la crisis balcánica en falso. Este fue el segundo envite de la Triplice.

Viena siguió su partida. Advirtiendo futuros choques, el jefe del Estado Mayor del ejército austríaco Von Hötzendorff propuso la intervención militar de Italia aprovechando la caótica situación del país transalpino tras los terremotos de Messina y Reggio Calabria la Navidad de 1908. La Triplice comenzaba a ser más virtual que real. Esta vez Italia bailó con Rusia. En octubre de 1909, los respectivos gobiernos firmaron el Acuerdo de Racconigi, por el que se comprometían a mantener el statu quo balcánico, favoreciendo el desarollo de las entidades nacionales en lugar de la expansión imperial austrohúngara. La cooperación italorusa no finalizó en los Balcanes. Italia prometió apoyar las pretensiones rusas sobre el Bósforo y los Dardanelos a cambio de tener vía libre en Libia. Jugada maestra. El plácet italiano a las ambiciones rusas incorporaban otro actor al juego mediterráneo con el afán de reducir la hegemonia francobritánica. Rusia le devolvió el favor. Desveló a la diplomacia italiana que en 1904 se selló con la doble monarquía un pacto secreto de no agresión en los Balcanes, totalmente contrario a los intereses italianos, Albania incluida. Los acuerdos de la Triplice olían a papel mojado. Alemania también bailó sola en la crisis marroquí de 1911. Resultado: Francia acabó cediendo a Alemania un tercio de sus territorios del Congo a cambio de Marruecos. Tercer y último órdago victorioso de la Triplice.
Italia se fregaba en silencio las manos. Roto el equilibrio africano se lanzó a ocupar Libia. El Imperio turco, superado por la situación de inestabilidad balcánica, actuaba ya a la defensiva. La resolución de los conflictos territoriales entre serbios y griegos con los búlgaros permitieron crear la Liga Balcánica. Próximo objetivo: ocupar las zonas de dominio turco que todavía quedaban en el continente europeo. El 30 de mayo de 1913 se dio por terminada la guerra con la derrota del Imperio turco. Perdió la totalidad de los territorios europeos, excepto la parte europea de Constantinopla (Istanbul). La Primera Guerra Balcánica puso de manifiesto la evidente fragmentación del territorio balcánico, y sobretodo las ansias expansionistas de la mayoría de naciones. Inquieta por la victoria de la Liga, la diplomacia austríaca sembró la discordia entre Bulgaria y sus antiguas aliadas con la esperanza de que los búlgaros derrotasen a los serbios y a los griegos. Otra decepción austríaca. La derrota búlgara en la Segunda Guerra Balcánica (verano de 1913) trastocó profundamente sus planes para los Balcanes. Serbia salió triunfante y con renovadas aspiraciones nacionales (y territoriales). La primera, Bosnia-Herzegovina. La segunda, una salida al Mar adriático. Austria-Hungría quiso aprovechar el momentum para noquear a Serbia y decretó una mobilización parcial en julio de 1913 que solo con numerosas amenazas lograron parar Bethmann-Hollweg y Di San Giuliano. Esta vez funcionó el freno de la Triplice, pero la sombra del oso ruso ya erraba por la Panonia.

En 1912, los viejos sueños imperiales italianos se tiñeron de sangre. La guerra de Libia fue un triple fracaso militar, económico y político. A nivel diplomático no fue mejor. Episodios como el del puerto de Prevesa o las acciones contra los navíos Carthage o Manouba tuvieron un claro efecto negativo. Francia, Inglaterra e incluso Rusia rechazaron los métodos poco escrupolosos del gobierno italiano. Otro giro de vals. Italia buscó refugio en sus viejos amigos y renegó de las nuevas amistades. Austria, como siempre, fue reacia a transigir con Italia. Pero Alemania la obligó a ratificar lo obtenido por Italia en la Paz de Ouchy y juntas volvieron a suscribir los acuerdos de la Triplice en diciembre de 1912. Eran tiempos para sumar. Austria e Italia firmaron una convención naval a rebufo de la francobritánica. En caso de guerra, ambas flotas cooperarían para contrarestar la potencia de la armada francesa en aguas mediterráneas. A la alianza naval siguió la terrestre. Pollio, el jefe de Estado mayor del Regio Esercito, confirmó a sus socios alemanes la ayuda en caso de ataque francés, aunque los términos habían cambiado, en vez de cinco cuerpos de armadas serían tres. Las convenciones y acuerdos militares no alteraban la naturaleza defensiva de la Triplice. Por esa razón, aunque por otras menos lícitas, Italia se negó a secundar a Austria en acciones militares contra Montenegro y Serbia, en abril y agosto de 1913. La doble monarquía estaba inquieta. El Imperio se iba desmoronando poco a poco y se sabía amenazada por Rusia, su verdadera enemiga en el tablero balcánico. Italia seguía su propio ritmo. La guerra le había impuesto un duro correctivo, pero a nivel internacional su gran valedora seguía siendo Alemania con la que mantuvo buenas relaciones hasta agosto de 1914. La guerra y las intrigas triplicistas tornarían la armonía en traición.