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jueves, 11 de septiembre de 2014

El Somme desmitificado: la batalla por Thiepval, 26-30 de septiembre 1916 (I)


Los inesperados éxitos británicos frente a Montauban y Mametz y el enérgico avance francés por el flanco derecho el 1 de julio de 1916 cambiaron la estrategia a seguir en el Somme. Los desastres al norte (Beaumont-Hamel, Serre) y en el centro del ataque (Ovillers, La Boiselle) convirtieron el sector de Thiepval en el punto sobre el que pivotaría el resto de la ofensiva. Los peores pronósticos se cumplieron y el Big Push se convirtió en una guerra de desgaste sin cuartel que los políticos habían querido evitar a toda costa. Durante los meses y semanas que siguieron los nombres de Trônes, Bazentin, Fricourt o Delville entraron a fuego en la historia militar de la Gran Guerra. En el sector al sureste de Thiepval, los avances británicos, australiano y canadiense se iba sucediendo con cuenta gotas a un ritmo de bajas casi inasumible. Fricourt, Ovillers o La Boiselle -que habían resistido enconadamente los ataques del 1 de julio- fueron cayendo. Pozières pasaba a ser un objetivo de máxima prioridad: era imprescindible para asegurar el flanco izquierdo más allá de la cresta de Thiepval, al este. La conquista y consolidación de Pozières (23 de julio - 7 agosto) supusieron el bautismo y el primer sacrificio australiano en Europa. No obstante, y a pesar de la caída de Pòzieres, Thiepval -firmemente defendida- seguía siendo el mayor obstáculo para cualquier avance en el sector del Somme.
Desde Thiepval se controlaba la parte septentrional de la cresta del mismo nombre, así como el terreno al norte del Ancre (y su valle) que iba desde Beaucourt, pasaba por Beaumont-Hamel y Serre llegando hasta Gommecourt. A banda de su situación estratégica, los alemanes decidieron reforzar la posición durante los meses de julio y agosto al percartarse de su extrema importancia como eje en el ataque británico. La inactividad británica permitió en parte que los alemanes fortificasen eficazmente sus posiciones con total tranquilidad. La línea de frente (Joseph trench) junto a otras cuatro líneas de defensa (Schwaben, Zollern, Hessian y Stuff trench) fueron renovadas, reforzadas y conectadas con otros puestos fortificados como la granja Mouquet o los reductos Schwaben y Zollern. Junto al dédalo de trincheras, los restos de Thiepval se encastillaron de tal forma que los mandos británicos tuvieron que modificar sus tácticas de guerra. Los combates en el Somme, como había sucedido en Verdun, cambiaron tanto el despliegue defensivo como las maniobras de ataque. El devastador bombardeo de las posiciones alemanas y el brutal coste en bajas provocó que el mando alemán optase por una defensa abierta, con pequeñas unidades distribuidas a través del terreno y con parapetos como cráteres, bodegas o ruinas. Durante el bombardeo y el ataque británico abandonaban los parapetos y refugios dispersándose a campo abierto tras las defensas que les proporcionaban los cráteres y otros montículos de cascotes o ruinas. La defensa alemana ganó, sin duda, en elasticidad y eficiencia. Evitó la destrucción en masa de unidades parapetadas en trincheras semiderruidas e indefendibles y, sobre todo, confundió a los mandos británicos sobre el poder de sus bombardeos y el porqué de la increible resistencia alemana. El mando alemán logró que posiciones enteras resistiesen durante semanas con puñados de soldados dispersos de cráter en cráter al mando de una o dos ametralladoras y una bolsa de granadas.
Pozières, High y Delville Wood o Guillemont fueron anticipando el nuevo despliegue táctico, pero los combates por Thiepval y su sector fueron la consumación, el súmmum. Thiepval se convertió por méritos propios en el paradigma de la adaptación al terreno, de la elasticidad defensiva y de la improvisación en tácticas de ataque.

Previa
El 3 de setiembre dos divisiones del IIº Cuerpo (39ª y 49ª) atacaron al norte de Thiepval. La 49ª llevó el grueso de la operación. Tras un breve bombardeo atacó frontalmente el reducto Schwaben. No hubo sorpresa. 1.800 bajas y ni un solo metro de terreno ganado. Gough y Jacob (comandante en jefe del IIº Cuerpo) culparon a las tropas de falta de compromiso y coraje. Curiosas apreciaciones si se tiene en cuenta que los batallones implicados perdieron entre un tercio y la mitad de sus efectivos atacando uno de los puntos mejor fortificados del Frente occidental. Haig, tras los combates de Flers-Courcelette el 15 de septiembre, insistió a Gough en que debía aprovecharse el momentum y que era indispensable tomar el resto de la cresta de Thiepval fuese como fuese. Las tropas de Gough se unirían el 25 de septiembre a una operación conjunta con Rawlinson a su derecha y los franceses más al sur. El desgaste de sus divisiones le obligaron a plantearse un breve paréntesis pero las escaramuzas (y las bajas) se siguieron a lo largo de esas dos semanas en los alrededores de la granja Mouquet (Mouquet Farm). Por cuestiones que aún no están muy claras - quizá por la participación de los tanques - la batalla por Thiepval se planeó para un día después de lo programado, el 26 de septiembre pasando 35 minutos del mediodía.

Planes
Para el ataque sobre Thiepval y su cresta, Gough destinó cuatro divisiones dispuestas a lo largo de un frente de unos 5,5 kilómetros, que iban desde Thiepval y la granja Mouquet hasta las afueras de Courcelette en el sector canadiense. En el flanco derecho, la 1ª y 2ª canadienses (Byng) atacarían al norte y al este de Courcelette intentando capturar la trinchera Regina (Stuff para los ingleses y Staufen para los alemanes) situada un poco más allá de la cresta. Para ello tenían que sobrepasar y ocupar las trincheras Hessian, Zollern y Kenora, cerrando el frente a la derecha. En el flanco izquierdo de los canadienses, la 11ª División británica -en su primera ofensiva después de Gallipoli- tenía como misión conquistar la granja Mouquet y los reductos Zollern y Stuff, para luego avanzar hasta la trinchera Stuff, continuación de la trinchera Regina en ese sector. En el flanco izquierdo del ataque, los objetivos más difíciles se dejaron a las tropas de la 18ª División de Maxse, quiénes habían demostrado una gran preparación y arrojo el 1 de julio.
Tras su 'descanso' en Flandes, Gough asignó a los hombres de Maxse la conquista de Thiepval y el reducto Schwaben, que tantas bajas había causado a las divisiones 36ª y 32ª el 1 de julio y el 3 de septiembre a la 49ª. La operación presentaba enormes dificultades. El objetivo final (las trincheras Regina y Stuff) se encontraban en una vertiente opuesta a la línea de ataque y fuera del alcance de la artillería británica. Por si fuera poco, antes de llegar a ambas líneas se encontraban cinco de las fortificaciones más inexpugnables de todo el frente: la granja Mouquet, los reductos Zollern y Stuff, Thiepval y el reducto Schwaben.

A nivel de superfície los restos de la granja Mouquet eran solo ruinas. En el subsuelo, sin embargo, estaba compuesta por un triple sistema de bodegas y refugios conectados a través de túneles. Las entradas a los sótanos estaban disimuladas entre las ruinas dificultando mucho el avance de la infantería. En la teoría, una cortina de artillería en progresión (la famosa creeping barrage) podía permitir el avance sin excesivas bajas hasta la posición, pero una vez que la protección de fuego desapareciese la infantería estaba a merced de cualquier ataque procedente de las bodegas sin que la artillería pudiese evitarlo. La principal misión de la infantería británica era buscar las entradas al sistema de túneles, cegarlas y liquidar cualquier foco de resistencia. La principal amenaza alemana era el fuego de ametralladora escondido entre las ruinas y los cráteres junto a los granaderos que permanecían ocultos.
Reducir o neutralizar los reductos era aún más difícil. A diferencia de Mouquet farm, éstos se encontraban a gran distancia de las líneas británicas. La gran distancia entre las líneas obligaba a que la 'cortina de fuego' fuese perfecta, tanto en su precisión como en el ritmo que debía seguir el avance de las diferentes oleadas de la infantería (cien metros cada tres minutos). Cualquier retraso provocaría que la infantería perdiese su 'protección' y que fuese alcanzada por las ametralladoras alemanas situadas en los reductos. Por si fuera poco, los reductos también contaban con posiciones fortificadas internas, que albergaban a compañías enteras prestas para cualquier contraataque dentro de la posición. Como en el caso de la granja Mouquet, una vez la infantería se introducía en un espacio tan reducido la artillería amiga no podía ayudarles y los combates se tornaban en un verdadero cuerpo a cuerpo.
Thiepval también entrañaba sus propias dificultades. En su superfície apenas permanecía piedra sobre piedra pero bajo la posición del castillo existían cerca de 150 bodegas o sótanos, que podían alojar compañías de ametralladoras y granaderos. Como en Mouquet, la cortina de fuego podía facilitar el arribo de unidades pero una vez allí los alemanes podían emergir a la superfície y rechazar cualquier ataque con un potente fuego de ametralladora o con una lluvia de granadas.
A nivel de artillería los mandos optaron por hacer un cálculo a grosso modo y destinaron unas seiscientas piezas de artillería de campaña y unos 280 obuses de diferentes calibre para un ataque en un frente de casi seis kilómetros. En potencia de fuego, la cobertura artillera para la ofensiva contaría con el doble de munición por trinchera que el 1º de julio, pero en cambio representaría la mitad de lo lanzado en la ofensiva del 14 de julio aunque se trataba del mayor bombardeo llevado a cabo por los artilleros del ejército de Reserva.
Las baterías del ejército de Reserva (Vº Cuerpo) situadas al oeste del rio Ancre dispararían hacia Thiepval desde el oeste y cogerían al enemigo de enfilada permitiendo un ataque por tres flancos. De los casi 100.000 proyectiles que se iban a lanzar, un 40% pertenecían a piezas de gran calibre. Igualmente, des del mismo sector se llevaría a cabo un contrafuego de ametralladora que barrería la retaguardia alemana para evitar cualquier medida de apoyo. El mando británico también ordenó bombardear con gas las posiciones alemanas de Thiepval para evitar que los alemanes permaneciesen en ellas hasta el momento del ataque. El bombardeo previo comenzó el 23 de septiembre. El mal tiempo de ese día impidió, sin embargo, que los vuelos de observación comprobasen los efectos en las posiciones alemanas. Las nieblas del otoño en el Somme no daban mucha tregua aunque los días siguientes los informes confirmaron un nivel de destrucción óptimo en todo el sector de Thiepval.

Over the top
Sector canadiense (Courcelette)


El ataque comenzó a las 12.35 del mediodía del 26 de septiembre. En el flanco más oriental del ataque, la 2ª y 1ª canadiense atacaron con sus 6ª y 3ª brigadas respectivamente. El 5º y 8º batallón de la 6ª brigada atacaron por la derecha, el 14º de los Royal Montreal y el 15º de los Highlanders (48º) por la izquierda. Objectivos: sobrepasar la trinchera Zollern, luego la Hessian y prolongar el avance hasta la Regina. No lo tuvieron fácil. Los informes previos hablaban de una primera línea desocupada, pero la noche previa ataque los alemanes volvieron a ocuparla en el sector frente a los Highlanders. El avance canadiense por su izquierda (5º y 8º batallón) fue bastante limpio y sin excesivas bajas, aunque el fuego en enfilada procedente del oeste (frente la 11ª división) les advirtió que los británicos no había logrado sobrepasar el reducto Zollern. Neutralizada la trinchera Zollern y con un centenar de prisioneros, los hombres de la 6º brigada prosiguieron hacia la trinchera Hessian donde se encontraron con que 5º batallón a su derecha ya había ocupado su parte de la Hessian. A las dos de la tarde los informes que recibió el mando procedentes del 8º hablaban de que era imprescindible que los británicos neutralizasen el reducto Zollern ya que el fuego procedente de allí los estaba diezmando.
La distancia entre líneas no era muy amplia, pero los alemanes resistieron duramente hasta media tarde. Informado el mando de la toma de la Zollern/Fabeck se hicieron los preparativos para asaltar la Regina. Volvió una certera cortina de fuego pero la resistencia fue durísima. Los canadienses tuvieron que improvisar una nueva línea entre la que habían abandonado y la Regina. Los Highlanders resistieron en la nueva línea de frente hasta el alba del 28 cuando el 27ª de la 2ª división los relevó. Las pérdidas habían sido muy duras para tanto poco terreno. La trinchera Regina no caería hasta octubre durante la llamada batalla por los altos del Ancre (Ancre Heights).

Continúa en: El Somme desmitificado: la batalla por Thiepval, 26-30 de septiembre 1916 (II)

viernes, 2 de mayo de 2014

Byng & Currie, o el triunfo de la táctica: Vimy Ridge, 1917


Mucho se ha escrito sobre las lecciones que proporcionó la 1a batalla del Somme (julio-noviembre 1916) en cuanto a táctica militar y lo mucho que sirvieron para conseguir la victoria final. La historiografía británica de entreguerras se encargó de elevar dichas enseñanzas a la categoría de mito a través de la teoría del aprendizaje progresivo. 'The learning curve', como así se bautizó el nuevo paradigma, explicaba la  adopción de una serie de procedimientos y operaciones militares que permitieron la derrota de las potencias centrales en otoño de 1918. Discutir sobre la credibilidad de esa teoría o enzarzarse a defender las líneas revisionistas no es objeto de este humilde trabajo. Desearía matizar, sin embargo, la afirmación de que existe una línea ascendente de mejoría -sin solución de continuidad- desde la 1a batalla del Somme hasta la 2a segunda en agosto del 1918. No considero esta tesis del todo exacta.
Las victorias en Vimy Ridge, Cambrai, o la ofensiva final de los Cien Días son coetáneas de episodios más bien desastrosos como Passchendaele (3a batalla de Ypres), Bullecourt (1917) o las ofensivas alemanas de 1918 (Kaiserschlacht). La coexistencia entre victorias y desastres no anula el hecho de que la experiencia bélica fuese modificando los usos y las prácticas en la táctica militar. Bien al contrario. Simplemente demuestra que la ciencia militar no es un ámbito de estudio infalible y que en el transcurso de una guerra, el valor y el orden de los factores sí que alteran el producto, como es el caso del humano.
Podría trabajarse en ucronías del tipo 'que hubiese pasado si en Jutlandia al frente de la Grand Fleet se hubiese encontrado Beatty y no Jellicoe' o 'si en septiembre de 1914 Ludendorff hubiese estado en la silla de Moltke' pero sería imposible determinar el resultado. Sin embargo, y a pesar de la futilidad, el establecimiento del factor humano como elemento central nos permite elucubrar conclusiones relacionadas con las características más determinantes de los jefes militares que estaban al mando de sus ejércitos.
Hoy en día, y dejando de banda la visión más historicista, es impensable imaginarse la resistencia francesa en Verdun sin el temple y el carácter organizativo de Pétain. Como tampoco es posible imaginarse un desenlace tan victorioso en Tannenberg sin el dueto Hindenburg-Ludendorff (planes de Hoffmann a banda) o un descalabro tan desastroso en vidas y material como la ofensiva francesa en Chemin de Dames llevada a cabo por Nivelle. Se podría llegar a un sinfín de ejemplos como la impresionante campaña africana de Lettow-Vorbeck, la defensa numantina de Kemal Ataturk en Gallipoli o los paseos militares de Von Hutier en Riga o los de Von Dellmensingen en Caporetto. El hecho crucial en todos ellos, como decía, es el factor humano. Nadie puede disociar según que campañas o hazañas de estos nombres, y aún más difícil, de las singularidades de cada uno de estos militares y estrategas. Todos ellos, sin embargo, comparten un elemento común y es la adaptación de su doctrina militar a la evolución de la guerra moderna. Todos ellos, incluido Nivelle, usaron conceptos o ideas nuevas para el despliegue de su pensamiento estratégico o táctico. Bien fuese para la defensa (Pétain o Ataturk), para el hostigamiento (Lettow-Vorbeck) o para la ofensiva (Nivelle, Von Dellmensingen o Von Hutier) todos estudiaron con detenimiento su misión, el contexto y la situación en la que se encontraban, los medios con los que contaban y los resultados que querían obtener.
La historia militar de la Gran Guerra, y especialmente después del Somme, fue protagonista en la alternancia entre militares brillantes y jefes mediocres o caducos. La distinción entre ellos no fue la edad, como siempre se suele reseñar, sino la adaptación o no al nuevo escenario de guerra dominado por la tecnología con nuevos armamentos y recursos técnicos. La Gran Guerra, y su especificidad, fueron el escenario propicio para un cambio de mentalidad táctico,  aún anclado en conceptos de raigambre napoleónica. Las batallas u ofensivas de 1914, 1915 y 1916 en el bando aliado ofrecieron duras lecciones que solo algunos aprendieron, otros desdeñaron y los más se empeñaron en repetir. Ataque en formación cerrada, fila tras fila; disposición de tropas de reserva a kilómetros del frente; ausencia de sorpresa; nulo trabajo de contrabatería artillera; mala praxis o ausencia de las cortinas de fuego o 'creeping barrage'; etc., etc., etc.. Todos estas pésimas decisiones se volvieron a reiterar en algún que otro frente y volvieron a producir terribles resultados en bajas humanas por apenas decenas o cientos de metros de terreno conquistado.
Volviendo al Somme y a sus duras enseñanzas en el bando británico, incluyendo australianos y canadienses, sí que coincido en que supuso un punto de reflexión de no-retorno. Las conclusiones extraídas desde julio de 1916 señalaban que sin un excelente trabajo artillero, tanto en la protección del avance como en la destrucción de la artillería enemiga (contrabatería) poco se podía hacer. La cuestión, no era tanto la anchura o profundidad de los objetivos en el terreno, que también, sino la minuciosidad y ejecución con la que debía llevarse a cabo. Pocos mandos de la BEF, como Plumer o Allenby, llegaron de forma natural a la conclusión de que algo debía de cambiar. No sería hasta abril del año siguiente, 1917, que se tendría una visión clara y práctica de lo que significaban los nuevos usos de la infantería y la mejora -rayando la excelencia- del potencial artillero como apoyo indisociable de la táctica militar. Lo curioso en este caso es que los éxitos llegaron de parte del Cuerpo Expedicionario Canadiense (CEF) y es por esta razón - y por otras más ocultas - que la trascendencia de los éxitos y su futura emulación tardarían en llegar al resto del contingente británico.

Byng & Currie
En junio de 1916, y después de diversos y exitosos trabajos de 'fontanería' militar (véase 1a batalla de Ypres, retirada de Gallipoli o defensa del Canal de Suez), Sir Julian Byng - posteriormente reconocido como 1r vizconde de Vimy - fue destinado a comandante en jefe del Cuerpo Expedicionario Canadiense (CEF). Las razones de tal destino, a parte del hecho de que Byng hubiese sido el comandante en jefe del XVIIº cuerpo británico en el área de Vimy, se desconocen parcialmente pero vistos los resultados y su excelente colaboración con su segundo, el quizá mejor militar aliado durante la Gran Guerra, el general de división Sir Arthur Currie, se intuyen. Desde un punto de vista táctico, Byng y Currie coincidieron al instante. Cualquier ataque, por menor que fuese menor, requería una máxima y concienzuda preparación, un secretismo absoluto (algo que olvidaría Nivelle en su preparación de Chemin des Dames) y una milímetrica ejecución, tanto de la infantería como del apoyo artillero. A estos tres elementos, cabía sumarle el grado de importancia que le dieron ambos a las duras enseñanzas del Somme y a las esperanzas surgidas de Verdun. Tanto es así que cuando se confirmaron los rumores sobre una ofensiva en todo el frente de Arras en marzo de 1917, Currie pidió informes a sus mandos intermedios de los métodos utilizados por franceses (y alemanes) durante la batalla de Verdun.
Currie era militar atípico. Enrolado en las fuerzas canadienses desde los escalafones más bajos (arma de artillería en el servicio pre-militar) alcanzó el grado de comandante en jefe de la CEF en junio de 1917 (después del ascenso de Byng al mando del 3r ejército británico). Sus acciones en el frente occidental desde mayo de 1915 hasta el mismo día del Armisticio estuvieron marcadas por la acción, la contundencia y el temple. La fama de Currie se acrisoló con la 2a batalla de Ypres, se cimentó en el Somme y se engrandeció en Vimy Ridge (la cresta de Vimy). Des de un primer momento, y observador de los cambios en la guerra moderna, Currie cayó en la cuenta que los manuales y los protocolos no servían de nada. Fue precisamente ese desprecio por la rigurosidad y el encorsetamiento en el campo de batalla lo que le permitió aplicar una serie de principios tácticos que apenas dejaría hasta el final de la guerra.
Gracias a sus experiencias en Ypres y en el Somme, junto a los informes recabados por algunos oficiales del frente de Verdun, Currie determinó llevar a cabo pequeños golpes de mano no muy extensos en tiempo y en el terreno, con una preparación artillera muy contundente, municiosa y no dilatada en el tiempo que tenía como objetivo aniquilar la artillería enemiga de cobertura. La artillería debía disponerse en un frente muy delimitado, preferiblemente no muy ancho, que tuviese como objetivo destruir las primeras líneas enemigas, así como los campos atrincherados. Una vez se iniciase el ataque de la infantería (en pelotones y en compañías y lo más cerca de la línea enemiga), la artillería debía iniciar sincronizadamente una cortina de fuego de cobertura que despejase el camino a la infantería para ocupar el frente enemigo. De forma complementaria, y como respuesta al fuego enemigo, se debia iniciar un fuego de contrabatería que eliminase el potencial artillero enemigo facilitando doblemente el ataque de la infantería, y eliminando la posibilidad de que el enemigo iniciase un contraataque para recuperar el terreno perdido. La infantería, por su parte, debía prepararse minuciosamente no solo desde el punto de vista de la instrucción, sino de la asimilación de sus objetivos concretos - previamente conocidos -. Currie también expidió órdenes para que en caso de confusión o caos  los mandos intermedios pudiesen actuar casi autónomamente otorgándoles poder de decisión y maniobra. La prensa y los propios medios militares denominaron a este tipo de golpes de mano minuciosos y resueltos 'bite-and-hold' (morder y resistir), no solo por su rapidez y contundencia ejecutiva sino porque también llevaban aparejada la doctrina de aguantar en el terreno y resistir el contraataque enemigo a la espera de nuevas reservas. De ahí la importancia que daba Currie tanto a la disposición de unidades de reserva muy cercanas a la línea de frente como al trabajo de zapa en la creación de túneles o rampas de ataque muy cercanas a las primeras líneas enemigas, tanto para el primer ataque como para la afluencia contínua de nuevos contingentes de cara a asegurar el terreno reconquistado. Los pruebas de fuego serían Vimy Ridge y la Hill 70 (la colina 70).
Vimy Ridge proporcionó al 'fontanero' Byng un vizcondado y la estimación del pueblo canadiense, a Currie lo elevó a héroe nacional y a Canadá le proporcionó el orgullo y la dignidad patriótica necesaria para olvidar su estatuto de dominion y ganarse la categoría de nación. La batalla de la Colina 70, por su parte, elevó los métodos de Currie y su 'bite & hold' a dogma militar y, lo más importante, descubrió en él a un gran estratega.

Vimy ridge, 9-12 abril de 1917




En noviembre de 1916 el general Julian Byng recibió órdenes de preparar un ataque para la primavera siguiente en el sector norte de Arras como parte de un ataque global británico en todo el sector como cobertura a una ofensiva francesa de principios de mayo. La cobertura británica se conocería como la batalla de Arras (1917) y la ofensiva francesa sería la tristemente famosa batalla de Chemin de Dames u 'ofensiva Nivelle'. La parte reservada al contingente canadiense se denominaría la batalla de Vimy Ridge.
La cresta de Vimy o Vimy Ridge (alternaremos ambas nomenclaturas) se encontraba situada al nordeste del sector denominado de Arras, y al suroeste del ya tristemente famoso sector de Notre-Dame de Lorette (Nuestra Señora de Loreto). Se trataba de un enclave de gran valor estratégico, no solo por los puntos elevados y de observación, sino por que en las vertientes que caían hacia el este, hacia terreno enemigo, se hallaban dispuestas numerosas grupos de artillería que ofrecían una cobertura excelente a las tropas situadas en los puntos elevados haciendo casi imposible su conquista o incluso aproximación. La toma de Vimy Ridge tenía un doble objetivo. El primero eliminar un punto de hostigamiento y de tiro enfilado hacia la ofensiva que debía llevarse a cabo más al sureste, hacia Chemin des Dames y, de otra parte, obtener un punto estratégico y de observación futuro que proporcionaría un control artillero a más de diez kilómetros en dirección este y por tanto hacia terreno alemán.

Preparación
Estudiados el terreno y la proyección del ataque, Byng & Currie decidieron aplicar gran parte de las conclusiones a las que habían llegado oficiales canadienses y británicos durante las clases recibidas de sus colegas en Verdun. Las reconquistas francesas en otoño y diciembre de 1916, así como las precedentes victorias alemanas en febrero-mayo del mismo año, habían puesto de relieve que cualquier avance debía ser muy veloz, realizado por pequeñas unidades de infantería cubiertas (antes y durante el ataque) de un certero y contundente fuego de artillería y con un alto grado de precisión para lo cual era imprescindible un conocimiento previo del terreno, de las líneas enemigas y de sus posiciones fortificadas en caso de haberlas.
No se escatimó el más mínimo detalle en ninguno de los aspectos del ataque. A las cuatro divisiones que formaban el CEF (por primera vez iba a luchar al completo el contingente canadiense) se las sometió a un completo entrenamiento no solo físico, sino táctico a nivel de pelotón y compañía con objetivos muy precisos. Se construyeron, incluso, réplicas a escala de las posiciones alemanas en la retaguardia para explicar con detalle todas las fases de la operación. Con el objetivo de delimitar las áreas de ataque, el sector de Vimy se dividió en cuatro sectores (con 4 colores) que se asignaron a cada una de las 4 divisiones participantes. A banda del entrenamiento táctico, cada soldado contó con un mapa detallado de su zona de ataque con la posición a conquistar y la ruta que debían seguir para tomarla.
Por lo que hace referencia a la artillería, el cuerpo divisionario canadiense de artillería no contaba con más de ocho brigadas de artillería de campaña y dos de artillería pesada por lo que pidió ayuda al mando británico para conseguir una potencia de fuego adecuada a las expectativas depositadas en el ataque. El resultado fue que el ejército británico cedió a los canadienses casi un millar de piezas de artillería, entre calibres pesados, medios y morteros de trinchera permitiendo que el ataque canadiense se llevase cabo con una potencia tres veces superior a la habitual para cualquier tipo de operación. A banda de la potencia y de la concentración de fuego, Currie tenía entre sus prioridades tácticas el silenciar al máximo la artillería enemiga, antes, durante y tras el ataque como medio para dificultar los seguros contraataques alemanes.
Para ello, y a banda de intensificar los vuelos de observación para localizar la posición de las baterías alemanas, los servicios de soporte elaboraron numerosos tableros y mapas que permitieron a la artillería tener localizadas las posiciones enemigas. Para fortuna de Currie, al frente del servicio de contrabatería se hallaba el teniente coronel Andrew McNaughton, quién había trabajado en el campo de la balística y la localización de objetivos a través de artefactos precursores del radar. 
A banda de la precisión y el apoyo de la artillería en el ataque, Currie consideró imprescindible el acortar la distancia entre su línea de frente y las posiciones enemigas. La velocidad (y la sorpresa) en la resolución del ataque eran una de las claves, y para ello contó con la ayuda de varias compañías de tuneladores británicos para que abriesen dos tipos de túneles en dirección al enemigo. Los primeros serían las 'lanzaderas' desde las cuales partiría el grueso del ataque y que, una vez vacíos, servirían de refugio y posterior partida para que las tropas reserva que apoyarían y ocuparían las posiciones ya depasadas durante la operación. Currie, con la dura experiencia del Somme en la cabeza, cubría varios aspectos primordiales de su nueva táctica: acortaba el espacio a recorrer a campo abierto de la infantería, reducía el número de bajas de las primeras oleadas, facilitaba al máximo la disposición de las reservas y proporcionaba al ataque una sorpresa indiscutible al acercarse al máximo a las posiciones enemigas, reduciendo el tiempo de reacción enemigo.
Los otros túneles o galerías se destinaron para el emplazamiento de minas que servirían para eliminar el mayor número de enemigos, junto a sus posiciones, así como servir de elemento desconcertante poco antes del ataque. El grado de sofistificación de los túneles de comunicación llegó a ser tal que la mayoría contaron con luz eléctrica, y los destinados a funciones de abastecimiento y de logística tenían raíles, a banda de espacios concretos para funciones sanitarias, depósitos de municiones y puestos de mando.

Plan
El plan para la conquista de la cresta de Vimy contaba con tres factores. El primero el terreno a conquistar y la prioridad de los objetivos señalados como imprescindibles, el segundo la entidad del enemigo y su capacidad para reaccionar en caso de contraataque y el tercero el papel que tendría la artillería en toda la ofensiva. Unidos estos tres elementos, el plan primaba en un primer momento en desalojar al enemigo de la 'cima' de la cresta, la llamada Hill o colina 145, manteniendo a raya (y en lo posible) el fuego que vendría de enfilada de la otra cima de la cresta llamada The Pimple situado en el bosque de Givenchy. En un momentum similar se debían tomar las otras posiciones que caían hacia el este, hacia la derecha de la línea canadiense para tomar completamente la cresta y hacer retroceder al enemigo hasta la llanura de Douai (Douai plain). Byng & Currie sabían que las tropas alemanas que estaban defendiendo la posición eran una mezcla de soldados veteranos en el sector (la 1a División bávara de reserva) con otras que eran el resultado de la fusión de otras formaciones procedentes de otros sectores (la 79a División de reserva) o la simple fusión de tropas de una misma procedencia como la 16a División de infantería bávara. 
A pesar de la composición de las unidades alemanas, los servicios de información aliados intuían que el mando alemán, a partir de noviembre de 1916, había procedido a implantar un tipo de defensa flexible en profundidad, que más tarde se conocería como línea o sistema defensivo Hindenburg. La idea alemana era adaptar la defensa y la contraofensiva a la magnitud del ataque recibido, en parte apoyado por un sistema defensivo basado en situar varias líneas de defensa conectadas entre sí por una red de fortificaciones, nidos de ametralladora y blocaos que hacían muy costoso en vidas el avance.

Artillería
Sabedores, en parte, de lo que les esperaba, la sociedad Byng & Currie ordenó a la artillería una continuidad total durante toda la ofensiva. Previo al 9 de abril, fecha fijada para el ataque, y durante casi quince días, la artillería aliada castigó sin cesar las posiciones enemigas, logrando eliminar gran parte del campo atrincherado frente a las posiciones alemanas, así como aniquilar en casi tres cuartas partes de la contraparte artillera enemiga. Éxito atribuible al completo a las nuevas técnicas de localización implantadas por el oficial al mando de la contrabatería, el teniente coronel McNaughton. 
Byng & Currie señalaron la importancia no solo de anorrear a las tropas alemanas dispuestas en primera línea sino de evitar al máximo la concurrencia de las reservas enemigas al contraataque. Para ello y a lo largo del ataque, la barrera de fuego no solo se limitó a cubrir el ataque y machacar los objetivos de la cresta sino que avanzó su tiro para castigar la retaguardia enemiga, imposibilitando o dificultando al máximo la afluencia de tropas para tapar brechas o reconquistar lo perdido.

Infantería
La infantería canadiense, 4 divisiones con aprox. 100.000 hombres, situada frente de la cresta tenía objetivos muy concretos y un horario muy calculado. Byng ya había advertido a sus oficiales que "you shall go over exactly like a railroad train, on time, or you shall be annihilated", o funcionáis y os movéis con la exactitud de un tren o os aniquilarán'.
La longitud de la cresta, de unos seis kilómetros y medio, se había dividido por colores correspondientes a las 4 divisiones atacantes. Al margen de cada uno de los objetivos asignados a cada división, el conjunto de la ofensiva debía conquistar la primera línea defensiva alemana (la Zwischen Stellung o la trinchera del medio) que se bautizó como Black Line. Descendiendo de norte a sur, la 4a Division debía acometer la misión más difícil: conquistar las dos alturas más importantes  de la cresta y las mejor fortificadas (la Colina 145 y el promontorio llamado The Pimple en pleno bosque de Givenchy) alcanzando la llamada Red Line, con la 16a División bávara en frente.
A la derecha de la 4a canadiense se situaron la 3a y la 2a, frente a la 79a de reserva alemana, con el objetivo del punto fortificado de Folie Farm, los alrededores de Vimy y el nudo de Les Tilleuls, situados en la zona de la Blue Line. Por último y como la unidad más al sur se encontraba la 1a División que tenía que avanzar hasta la Brown Line, en la que se encontraban la posición de Théllus y los arrabales de Farbus.
Jack Sheldon en The German Army on Vimy Ridge, 1914-1917 sostiene que los planes canadienses no eran del todo ajenos al mando alemán. En febrero de 1917 un soldado canadiense de origen alemán desertó aportando documentación referente a la supuesta ofensiva de primavera. De hecho, los alemanes sabían que algo ocurría ya que el trabajo de mina y contramina de los ingenieros y zapadores británicos habían aumentado considerablemente. Tanto es así que los alemanes lograron desbaratar y destruir algunas de las minas que habían dispuestos los ingleses bajo sus pies.
El plan de ataque para el 8 de abril quedó pospuesto a petición de los franceses hasta el día siguiente.

Ejecución

El 9 de abril al romper el alba comenzó el ataque en toda la línea. El tiempo como los días precedentes no era muy halagüeño: ráfagas de viento helado y una nevada ligera pero contínua. Poco antes de las 5.00 de la mañana los cañones que habían estado aún martillenado las líneas enemigas callaron y recalibraron el tiro para la cortina de fuego que acompañaría las tropas de asalto, que se habían desplazado por los túneles hasta sus posiciones de salida por la tarde-noche del día anterior. Cada uno de los soldados llevaba un rifle con su bayoneta, munición (120 balas), dos granadas Mills, cinco sacos terreros, ración para dos días, una cantimplora de agua, una máscara de gas, unas gafas y una bengala. Todo fue calculado al milímetro: unos 20.000 solados saltaron a la Tierra de nadie a las 5.28 h., mientras segundos antes los ingenieros hicieron volar tres minas para asegurar el avance y descolocar a los alemanes. Al iniciar la cortina de fuego hicieron detonar otra media docena de cargas situadas estratégicamente bajo posiciones fortificadas. El recalibrado de la artillería pesada británica permitió castigar las defensas alemanas y lanzar numerosos proyectiles de gas en la línea defensiva alemana (la Zw¡schen Stellung) mientras la artillería canadiense ofreció una efectiva cobertura en cortina de fuego. A pesar del castigo, la defensa alemana aguantó el tipo y el fuego de ametralladora castigó mucho a los atacantes causando enormes bajas. Los partes canadienses hablan de que sobre las 6.30 h. la mayoría de los objetivos, unos 3/5 dicen, se habían logrado. Cierto, en parte.
No fue hasta media tarde que el terreno estuvo limpio y además no hay que perder de vista que los objetivos más estratégicos e importantes no se habían conseguido. Las brigadas 11a y 12a de la 4a División no habían conseguido poner apenas un pie en la colina 145 y menos en The Pimple. 
Debido a su importancia estratégica, los alemanes habían fortificado la cota 145 con un triple cinturón de alambre de espino y con una serie de nidos de ametralladoras camuflados tras la vertiente opuesta. De ahí que la artillería británica no hubiese podido aniquilar esas defensas y que las tropas de la 4a División canadiense fuesen castigadas sin cesar por el fuego procedente de The Pimple. Los cuatro batallones de la 12a brigada (38º, 72º, 73º y 78º) sufrieron lo indecible para cubrir a los hombres de la 11a brigada que no habían podido avanzar. El batallón 102º  de la 11a había logrado abrirse algo de camino pero el 54 que le seguía se quedó a medio camino y se retiraron con enormes pérdidas. Se confirmó que existía todavía un reducto fortificado intacto. Batallones canadienses como el 87º o el 75º fueron literalmente barridos, perdiendo en algunos casos el 60% de sus efectivos. Se reanudaron los esfuerzos pero la 145 no se cayó ese día. Solo dos compañías del batallón 85º lograron asegurar parte de la vertiente oeste, mientras que el resto siguió en manos alemanas hasta el día siguiente. La lentitud en la conquista de la colina 145 y el sector adyacente frenaron el avance de la 3a División canadiense, que podría haberse adentrado aún más en las líneas enemigas. El fuego procedente de la Colina 145 estaba cogiendo a los canadienses de enfilada por lo que se decidió esperar y consolidar el terreno ganado.
A pesar de la contundencia del ataque, los alemanes no se dieron por vencidos y en la medida de lo posible enviaron tropas (de la 79a División) a ocupar las brechas y en algunos casos, como en la colina 145, a reforzar la línea. No obstante, los canadienses (y los británicos) no estaban dispuestos a perder la oportunidad de tomar toda la loma, The Pimple incluido.
Al día siguiente, 10, se retomaron los ataques con más fiereza. Se movilizaron algunas brigadas británicas como soporte, junto a alguna sección de tanques, y se prosiguió el avance en el sector de la 1a y 2a División canadiense.
A primeras horas de la tarde se había conseguido llegar al límite nordeste establecido en el plan de ataque, la llamada Brown Line. El escollo, sin embargo, persistía en el norte. La colina 145 resistía y The Pimple seguía casi incólume. Los mandos lo vieron claro: los alemanes se dejarían la piel. O subían más refuerzos o desguarnecían algunos puntos conquistados por la 3a División, enviando a tropas de ésta para encararlas hacia la colina 145.
Se optó por ambas opciones. Tropas de la 4a por el sur y tropas de la 3a por el sureste fueron cerrando el cerco. Esa tarde los batallones 44º y 50º de la 10a brigada remataron la faena. Los alemanes resistían pero la falta de munición y el cansancio hicieron mella. Poco antes de las cuatro los canadienses pusieron el pie en la parte norte de la colina, que los alemanes reconquistaron por poco tiempo y con enormes bajas, hasta que tropas frescas (y bisoñas en combate) como el 25º batallón de los Nova Scotia Rifles expulsaron o apresaron a los alemanes que resistían.
El mando ordenó descansar al día siguiente, miércoles 11 de abril, para hacer recuento de bajas y actualizar la situación. Byng & Currie lo tenían claro: The Pimple debía caer sí o sí. Y así fue. En medio de una tormenta de nieve, parte de los efectivos que habían logrado tomar la cota 145 se lanzaron a la conquista de The Pimple. Tropas alemanas pertenecientes a la 4a División de la Garde Infanterie, que habían relevado a la castigada 16a División bávara, defendían la posición. El ataque se inició a las 4.00 de la mañana con un bombardeo previo de gas que gracias a un viento favorable diezmó parte de la defensa pero que logró rechazar un primer embite canadiense. La 10a brigada canadiense, apoyada por efectivos de la 24a División británica se lanzó otra vez al ataque sobre las cinco de la mañana, asestando un golpe definitivo y logrando capturar la posición una hora después.
Vimy Ridge ya había sido controlada totalmente al anochecer del 10 de abril, pero la captura de la posición de The Pimple fue imprescindible para asegurar la posición en toda la cresta.

Epílogo
Vimy Ridge permite hacer dos lecturas, una militar y otra política. Des de un punto de vista exclusivamente militar, la batalla fue un rotundo éxito con pocos precedentes en la historia bélica de la Primera Guerra Mundial. La cresta había estado en el punto de mira aliado desde 1914 y se había intentado reconquistarla infructuosamente en 1915 y 1916 con miles de pérdidas, primero francesas y luego británicas. Los canadienses tuvieron casi 11.000 bajas, muriendo finalmente unos 3.700 soldados. El precio fue alto, muy alto, como en toda la guerra a pesar de que la sensación de triunfo maquilló las pérdidas. Los mandos comenzaron a intuir en Vimy la luz al final del túnel. Los alemanes habían sido desalojados y vencidos en apenas cuatro días de una posición prácticamente inexpugnable e inconquistable que había costado decenas de miles de muertos durante los 3 o 4 años previos. La prensa y los mandos británicos y francés miraron hacia la magnífica sociedad de Byng & Currie y se preguntaron -por supuesto- cuál había sido la clave de un éxito tan rotundo en Vimy y un fracaso tan sangriento como el de Chemin des Dames. Poco tardaron las mentes pensantes y los jefes militares más clarividentes en darse cuenta que el factor más determinante había sido la mezcla de una preparación táctica impoluta y el empleo de la artillería en todo su potencial. Haig tomó nota, Pétain se reafirmó en lo que ya intuía y Foch pondría a la práctica las lecciones en el verano de 1918.
Lo de Vimy Ridge no fue una casualidad. Currie repitió éxito el agosto siguiente en la Colina 70. Con menos potencial artillero, pero con la misma minuciosidad y preparación, Currie -esta vez solo- aplicó los principios que habían guiado el triunfo de Vimy: preparación, minuciosidad, exquisita ejecución artillera y absoluto secretismo. Vimy abrió las puertas a Byng hacia su futuro vizcondado y el mando del IIIr ejército británico. Currie subió a los altares de la Patria canadiense, no sin antes limpiar cierto expediente por desfalco y superar numerosas zancadillas del premier canadiense Sam Hughes, el cual lo odiaría hasta el final de su vida por haber relegado a su hijo Garnet como mando militar de la CEF. La sociedad Byng & Currie puso en práctica algo ignoto en los campos de batalla de Francia o Flandes: sentido común, paciencia y una fe ciega en la victoria.
La lectura política de Vimy la creó la prensa y la alimentó la opinión pública, sobre todo canadiense. El pueblo canadiense consideró la victoria de Vimy como un hito no solo en la guerra, sino para su propia historia y dignidad como nación. Con el transcurrir de los meses y los años, el mito de Vimy Ridge se instaló -por méritos propios- en la breve historia de Canadá como un punto de inflexión en su consolidación nacional. Vimy Ridge fue (y es) una fita en la historia de Canadá. Apuntaló su orgullo nacional y permitiéndole sentirse como una nación más. Los canadienses, como los australianos con Gallipoli o Pozières, otorgaron al triunfo de Vimy Ridge un carácter fundacional en su historia como nación.

Fuentes

Morton, Desmond and J.L. Granatstein. Marching to Armageddon: Canadians and the Great War 1914-1919. Toronto: Lester & Orpen Dennys Ltd., 1989, pp. 138-143.
Nicholson, Colonel G.W.L., C.D. Canadian Expeditionary Force 1914-1919: The Official History of theCanadian Army in the First World War. Ottawa: Queen's Printer and Controller of Stationery, 1962, pp. 244-265.
Sheldon, Jack. The German Army on Vimy Ridge 1914–1917, Barnsley : Pen & Sword Military, 2008.
Turner, Alexander. Vimy Ridge 1917 : Byng's Canadians triumph at Arras. London : Osprey, 2005.

http://www.remembrancetrails-northernfrance.com/history/battles/vimy-ridge-april-1917.html

martes, 23 de noviembre de 2010

Las tropas indígenas canadienses en la Gran Guerra


La primera guerra mundial fue un episodio traumático y demoledor para todas las naciones participantes. La 'edad de oro' europea, la civilización de las luces y de los descubrimientos científicos y técnicos se convirtió en un lejano recuerdo. Nada volvió a ser igual. La fragua del Dios de la guerra fue la tumba de tres imperios y el crisol de varias naciones. Para algunos de estos países fue algo más que un cesura histórica, resultó ser su 'puesta de largo' como protagonistas de un nuevo mundo global.
Australia, Nueva Zelanda o Canadá, antiguos dominions -colonias- pertenecientes al Imperio británico surgieron de las cenizas de la guerra con una identidad nacional reafirmada, propia de aquellos países madurados y bregados en los nuevos tiempos. Su 'costosa' participación les granjeó el respeto del mundo más allá del ancho paraguas de la Commonwealth. Incluso desde Londres, la visión paternalista hacia los dominios ultramarinos mutó hacia un reverencial respeto, cargado -obviamente- de orgullo

Canadá y la Canadian Expeditionary Force (CEF)
El caso canadiense fue paradigmático. Cuando estalló la guerra, Canadá decidió entrar en el conflicto sin dudarlo, igual que Australia y Nueva Zelanda. La 'raza británica' estaba en peligro y los indisolubles lazos de hermandad entre la metrópolis y las antiguas colonias eran más fuertes que nunca.
En 1914, los canadienses no estaban preparados para una guerra como la que se avecinaba. La milicia canadiense movilizada apenas llegaban a 60.000 hombres, y la mayoría de armamentos y pertrechos militares procedentes del Reino Unido no habían llegado todavía. Los mandos optaron por equipar a los nuevos soldados del preciso, aunque no siempre fiable, fusil Ross fabricado en Canadá. De entre los primeros 30.000 voluntarios establecidos en el campamento de Valcartier, a las afueras de Ottawa, algunos eran miembros de las tribus indígenas canadienses. Su admisión, sin embargo, en el recién creado Cuerpo Expedicionario Canadiense (Canadian Expeditionary Force, CEF) no fue nada sencilla.
Los recelos, un disfrazado 'paternalismo' y un arraigado sentimiento racista y de desprecio hacia las poblaciones autóctonas de algunos de los mandos del ejército canadiense, así como de la mayoría de políticos entorpecieron su entrada en la CEF. El pretexto oficial era que temían que los alemanes tratasen a los indígenes canadienses como a salvajes, como a hombres no civilizados.
La realidad de la nueva guerra industrial cambió el panorama. Para finales de setiembre ya había partido hacia Inglaterra la primera división canadiense, otra se estaba movilizando. Al poco se habían movilizado dos más, siendo cuatro las que se desplazaron a Francia. Juntamente con ellas cientos de artilleros, ingenieros o zapadores, y otras tropas auxiliares fueron al frente europeo.
La guerra seguía engullendo tropas y el ministro canadiense de defensa, el coronel Sam Hughes se comprometió con los aliados a formar a 16 divisiones en total. Para ello, Hughes decidió emplazar a un centenar de personajes ilustres e influyentes de la sociedad canadiense para que se encargasen de formar batallones en sus comunidades, regiones o grupos ètnicos. La CEF abría las puertas a la tropas indígenas canadienses. Al poco ya se habían constituido dos batallones compuestos exclusivamente de soldados indígenas. Los iroqueses y la tribu de las Seis naciones fueron dos de las comunidades indígenas más activas en la mobilización de sus miembros. En el caso de la nación iroquesa, una fuerte filiación histórica la ligaba a la corona británica, hasta el punto que apenas reconocía la realidad nacional canadiense, y aún menos su gobierno. Los iroqueses habían luchado junto a los ingleses contra los franceses hasta la Paz de Montreal en 1701 y se habían introducido en territorio canadiense para librar zonas de influencia francesa. Los iroqueses también lucharon contra las nuevas tropas estadounidenses durante la invasión en 1812. Otro caso fue el de los Inuits de la zona ártica, los mal denominados esquimales, con una nula adhesión a la causa británica o francesa. La corona británica vendió sus tierras en 1881 al gobierno del Canadá. El resto de comunidades padecieron también las políticas aislacionistas del Canadá, heredadas del imperio británico: enclaustramientos de las poblaciones indígenas en reservas, instaladas en tierras baldías o sin interés para la comunidades blancas. Junto a la institucionalización de sociedades nómadas con sus propios modelos de explotación natural (pesca, caza,...), las políticas canadienses hacia los indígenas consistieron en una asimilación total y una proactiva alienación cultural. Misioneros, maestros y otros elementos procedentes de la cultura europea fueron los instrumentos de la nueva política. A banda de las cuestiones de aniquilación cultural y social, las epidemias y enfermedades importadas por las poblaciones europeas diezmaron enormemente las sociedades indígenas. Por todo ello, la respuesta indígena hacia una guerra 'blanca' no fue masiva.

Batallones indígenas canadienses
Sólo los miembros de las tribus más asimiladas, principalmente iroqueses, respondieron a la llamada de las armas. También participaron los miembros de la tribu de las Seis naciones, que pidieron a las autoridades militares organizar el famoso batallón 114º, que llevaría el nombre de los Brock Ranger's. Finalmente, dos de las cuatro compañías del 114º estarían formadas exclusivamente por miembros de las Seis naciones, procedentes en su mayoría de las comunidades de Mohawk y Kanewahke en el Quebec. El emblema del 114º eran dos tomahawks cruzados.
La guerra, sin embargo, marcaba sus reglas y como la mayoría de batallones canadienses al llegar a Francia, las tropas indígenas del 114º fueron repartidas y esparcidas por los diferentes batallones de la CEF que requerían refuerzos. Otro emblemático batallón fue el 107º, al mando del teniente coronel Campbell. De sangre índigena, Campbell tenía la intención de reclutar 'cowboys e indios'. Cosa que realizó con éxito ya que fueron 962 voluntarios indígenas los que fueron a Inglaterra, superando incluso a los del 114º. El 107º consiguió, por otra parte, mantenerse más cohesionado ya que debido a la ausencia de zapadores o ingenieros, fue designado como el batallón de zapadores e ingenieros para la 3ª división canadiense en 1917, viviendo las cruentas experiencias de Vimy ridge y Passchendaele. De los territorios del norte de Ontario y de la Columbia surgieron otros dos renombrados batallones, el 52º llamado 'Bull moose batallion' o batallón del Arce y el 54º, el Kootenay
Los mandos canadienses mostraban un especial respeto por los soldados indígenas en el campo de batalla. Los solían describir como tropas fieras y valientes, aunque a la par desordenadas y poco atentas a la disciplina cuartelaria y militar.
Las cualidades de las tropas indígenas canadienses estaban determinadas por su 'modus vivendi' y su relación con el medio hostil. Destacaban sobretodo por ser excelentes exploradores y reputados tiradores de élite. Por ello, la mayoría se encontraban o bien en las compañías de reconocimiento o eran tiradores de élite. Ambas funciones permitían a los soldados una disciplina militar más relajada acorde con la costumbre de independencia de dichas tropas. Su perfecto cometido en este tipo de acciones levantaba la admiración de sus compañeros de unidad.

Héroes indígenas
Francis Pegahmagabow, quizás el soldado indígena canadiense más célebre, no sólo por sus hazañas bélicas sinó también por su propio talante como Ojibwa de la Primera nación, se alistó voluntario al inicio de la guerra. En el campo de entrenamiento de Valcartier se instaló con una tienda la cual decoró con todo tipo de simbología tribal y la piel de ciervo a modo de estandarte de su clan. Junto a la parafernalia clánica, cuenta que llevó un pequeño saco de hierbas medicinales preparado por una vieja anciana, que según él, le salvó la vida en más de una ocasión. Al finalizar la guerra, Pegahmamow 'Peg', había sido condecorado tres veces por haber matado más de 370 enemigos. Otro caso fue el de Henry Nor'west. Nor'west era un indígena de la tribu de los Cree. Sus compañeros, sin embargo, le pusieron el curioso mote de 'Ducky' al sumergir a una prostituta en una fuente de Londres. Nor'west mató a 115 enemigos confirmados. El 18 de agosto de 1918 una bala alemana lo mató
Las hazañas de los soldados indígenas tuvieron cierto reconocimiento, aunque muy pocos fueron ascendidos a grado de oficial, los pocos eran Mohawks

La dura posguerra
Las suspicacias entre los elementos europeos canadienses siguieron durante y después de la guerra. Los responsables del departamento canadiense para los asuntos 'indios' vieron en la guerra un medio para enrolar al mayor número de voluntarios indígenas con la ulterior esperanza de que éstos y sus tribus se asimilasen a los roles 'blancos' y dejasen un modo de vida que chocaba totalmente con los designios del gobierno canadiense que deseaba una total asimilación del elemento indígena. Los informes del departamento para asuntos indígenas concluyeron que de una población de más de 100.000 indígenas, apenas se enrolaron unos 3500.
La Gran guerra, sin embargo, no reportó beneficio alguno a las comunidades indígenas canadienses. Bien al contrario. Uno de los actos más execrables que cometió el departamento para asuntos indígenas fue la confiscación y compra ilegal de tierras propiedad de las comunidades indígenas con la excusa de repartirlas a los veteranos de guerra.
La ignominia fue doble. Según la Indian act de 1906, el gobierno canadiense prohibía a los indígenas ser poseedores de tierras allende de sus reservas, con lo que el soldado desmobilizado indígena no tenía derecho a ningún tipo de compensación en especie en forma de tierras.
El balance de la guerra fue absolutamente negativo para todos los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial. Para los indígenas candienses fue otra constatación más de la traición del hombre blanco.

Fuentes

- Gaffen, Fred. Forgotten soldiers. Ottawa : Thyetus books, 1985.
- Morton, Desmond. 'Les canadiens indigènes engagés dans la Prèmiere Guerre mondiale'. En Guerres mondiales et conflits contemporains, 2002, n. 230, pp. 37-49.