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viernes, 14 de agosto de 2015

Las peripecias de Fray Bentos en la Gran Guerra


Una de las facetas más espectaculares -y siniestras- de la Primera Guerra Mundial fue su indudable contribución al avance de la ciencia y de la técnica. El inicio de la guerra química y sus funestos resultados coincidieron con el perfeccionamiento acelerado de la aeronáutica o los impresionantes avances en medicina. Aunque la mayoría de ciencias y disciplinas técnicas ya estaban experimentado un gran avance desde inicios del siglo XX, la guerra aceleró su desarrollo. No obstante, mientras la ingeniería aeronáutica vivió un progreso fulgurante, el sector terrestre apenas avanzó. Con la Guerra de Secesión americana ya surgieron voces para crear un artilugio móvil y blindado que permitiese el desplazamiento de armamento y tropas por el campo de batalla pero los decenios pasaron y al llegar la Gran Guerra todo eran bocetos a cada cuál más inverosímil o fantasioso.
La guerra europea que estalló en agosto de 1914, a finales de año era mundial y el número de bajas crecía a un ritmo infernal: antes de 1915 los muertos superaban el millón. La tecnología, especialmente artillera, y la estupidez eran las responsables. Los cañones y obuses de gran calibre conquistaron el campo de batalla y la táctica militar. La defensa se impuso al ataque y la guerra de movimiento murió. Los frentes se estabilizaron y los ejércitos corrieron refugiarse bajo la débil protección de las trincheras, que sembraron los campos de batalla junto a las alambras de espino y otros ingenios defensivos. Cualquier éxito pasaba por el dominio de la artillería, que fue proliferando a golpe de obús y a miles de muertos. El control de la potencia de fuego, la gestión de la munición y el progreso en nuevas técnicas como la barrera de fuego o creeping barrage para proteger el avance de la infantería tras una cortina de obuses o el trabajo de contrabatería serían algunos de los caballos de batalla, literalmente, de la nueva guerra. Las principales cuestiones tácticas que surgieron con la guerra de trincheras consistían en como superar el cinturón defensivo enemigo para conquistar las líneas enemigas.
Aunque la máxima de Pétain de "la artillería destruye y la infantería ocupa" era meridianamente cierta, era necesario contar con un elemento sorpresa y la filosofía del tanque era simple. Se trataba de construir un artefacto móvil capaz de transportar a un grupo de soldados en su interior con el objetivo de romper las líneas enemigas para recuperar o conquistar territorio enemigo cruzando, previamente, un campo de batalla lleno de obstáculos como trincheras, cinturones de alambradas o enormes cráteres de obús. El fruto de esa visión acabaría concretándose en 1916 con el tanque Mark I después de algunos antecedentes como los "Little" y "Big Willie", que acabarían derivando en uso y forma en la familia de tanques Mark. La apuesta por el tanque fue producto del empeño del coronel E. Swinton y de Maurice Hankey, Secretario del Committee for Imperial Defence, que convencieron a Winston Churchill para que la Marina británica encauzase el proyecto después de la negativa del British War Office.
Así, y bajo el manto protector del Almirantazgo y el padrinaje de Churchill y de Lloyd George, futuro Primer ministro, se encauzó el diseño y producción del tank. El recién creado Landships commitee y el ya existente Inventions commitee fundieron sus esfuerzos. Con la ayuda del teniente Walter Wilson, miembro del RNAS y del ingeniero William Triton de la William Foster & Co. se comenzó a proyectar el tanque. Éste debía cumplir con tres condicionantes: que se desplazase -como mínimo- al paso de una persona (unos 6 Km/h), que fuese capaz de subir pendientes de unos 2 metros o franquear trincheras de dos metros de ancho y que soportase la potencia de fuego de armas ligeras.
Bajo estas premisas, y tras las probaturas de los "Willies", el primer tanque que vio la luz fue el Mark I. El tanque, bautizado así en parte como despiste y en parte por la forma - que decían - tenía de tanque de agua, pesaba unas 28 Tn, tenía un blindaje de entre 6 y 12 mm, dependiendo de la sección del casco y una capacidad para 8 personas. Existieron dos versiones del Mark I. La versión "masculina" incorporaba un armamento de 2 cañones ligeros Hotchkiss de 57 mm y tres ametralladoras Hotchkiss, mientras que el Mark I hembra solo montaba 4 ametralladoras Vickers y una Hotchkiss.
El Mark I hizo su debut el 15 de septiembre de 1916 en el Somme, durante la batalla de Flers-Courcelette en la que tomaron parte unos treinta tanques, siendo solo 9 los que llegaron a las líneas alemanas. El resultado tuvo varias lecturas. Las negativas ofrecían un panorama todavía incierto, sobretodo en cuanto a fiabilidad ya que de los 50 tanques que llegaron a Francia solo tres decenas salieron al campo de batalla y tan solo un tercio de estos culminó su objetivo. Las conclusiones positivas permitían observar el futuro con esperanza. El tanque había sido capaz de cruzar la temida "Tierra de nadie", vadear cráteres de extensión media, aplastar los cinturones de alambradas, franquear trincheras de casi tres metros de ancho, dar cobertura al avance de la infantería, y sobre todo asustar al enemigo. Con esta perspectiva, la producción se multiplicó y el papel del tanque fue 'in crescendo' hasta el final de la guerra, con el elemento de la innovación siempre en la mente de los ingenieros. Hasta nueve versiones del Mark se realizaron durante la guerra, pero fue un Mark IV (y su tripulación) el que protagonizó una de los episodios más sorprendentes de la guerra.
 

Las peripecias de Fray Bentos


El F41 o Fray Bentos era un tanque Mark IV perteneciente al batallón o sección 'F' del Tank Corps. La serie del Mark IV, con no demasiadas mejoras respecto al I (las series II y III se destinaron a entrenamiento), incorporaba 2 cañones Hotchkiss de caña corta (6 libras) en las barbetas, 2 ametralladoras Lewis (también en las barbetas) y otra en el casco. El curioso nombre de Fray Bentos, se lo puso -muy seguramente- el capitán Donald Richardson, antiguo dueño de una tienda de comestibles ya que Fray Bentos era una marca de carne enlatada que fabricaba la casa Oxo y de ahí la irónica comparación con los rigores que vivían los soldados en el interior de esas 'latas' móviles.
Las peripecias de Fray Bentos comenzaron a las 4.45 h. del 22 de agosto de 1917 cuando Richardson, comandante del batallón F y ese día a bordo del F41, ordenó avanzar hacia a las líneas enemigas desde de la trinchera Capricorn, justo detrás de la granja Spree. A pesar de que el campo de batalla era un mar de lodo, la misión era conquistar (con el apoyo de la infantería) una serie de búnqueres en la colina 35. La colina y sus alrededores habían proporcionado al enemigo un vital punto de observación desde el inicio de la batalla de Passchendaele y era imprescindible tomarla. Los objetivos concretos del Fray Bentos era la granja Somme, la Gallipoli y la Martha. Se trataba de la primera misión del Fray Bentos (y su tripulación) y las cosas no fueron del todo mal, al principio. Al poco de la ofensiva el Fray Bentos había destruido la granja Somme (Somme farm), abandonada por los alemanes, y se dirigía solo hacia la cima de la colina 35, donde se encontraba la granja Gallipoli. A diferencia de la granja Somme, los alemanes decidieron plantar batalla y mantenerse firmes ya que se trataba del último reducto de la colina 35.
Al acercarse a la granja Gallipoli el tanque recibió un nutrido fuego de ametralladora, por lo que el piloto buscó un terreno donde cubrirse. La lluvia de impactos provocó una multitud de esquirlas que hirieron levemente a algunos de los ocupantes. Instantes después, y medio de la confusión, una bala anticarro atravesó el blindaje e hirió al piloto (teniente Hill) en el cuello. Desconcertado y herido, Hill se desentendió de los mandos. Al verlo Richardson, que estaba a su lado, intentó controlarlos pero fue demasiado tarde. El tanque dio un bandazo, y al subir un pequeño repecho de tierra embarrancó de lado, con tal mala fortuna que la barbeta derecha se hundió en el lodo y la izquierda se encaró al cielo. Inmovilizado y sin apenas armas el Fray Bentos quedaba fuera de combate.

El calvario
La situación de la tripulación se volvió complicada no solo por ser blanco de los enemigos, sino por el fuego amigo. Los mandos británicos no estaban dispuestos a dejar que el F41 cayese en poder los alemanes. Aunque el incidente no había dejado heridos, excepto Hill, Richardson decidió actuar con rapidez. Era necesario desencallar el tanque mediante la viga que incorporaban los Mark IV para sortear zanjas o accidentes, así que el soldado Braedy y el sargento Missen se ofrecieron voluntarios para salir y estudiar la solución. Justo cuando Braedy estaba desencadenando la viga en la parte superior del casco, ahora en el flanco descubierto, lo alcanzó una ráfaga de ametralladora y murió en el acto. Viendo la suerte de Braedy, Missen decidió volver al interior. Intuyendo la procedencia de los disparos, informó al artillero de la barbeta superior, que consiguió desplazar el cañón a un nivel paralelo al suelo, ajustó el tiro y destruyó el nido de ametralladora. Esto solo fue un aperitivo de lo que estaba por venir.Viendo el ejemplo del Fray Bentos, los mandos lanzaron al 8º de los Seafort Highlanders y al 7º de los Cameron Highlanders a la conquista de la granja Gallipoli sin mucha fortuna y con numerosas bajas. Similares a las del 9º de los Black Watch y del 10º de los Scotch Rifles que también atacaron al poco con la misma suerte.
Enrabiados por la 'impertinente' respuesta del Fray Bentos, los alemanes decidieron acabar con él por la vía directa. Acercaron un cañón a primera línea, seguramente un 77 mm, para aniquilarlo. Pintaban bastos para Fray Bentos. Minutos después un impacto dio de lleno en la barriga del tanque, y una esquirla hirió de gravedad a uno de los artilleros. Las cosas iban a peor. Parecía tiro al pichón, pero con el añadido de que el fuego amigo también se estaba cebando con ellos. Los ingleses creían que el tanque había caido en manos del enemigo y tenían el deber de destruirlo.
Los impactos y los rebotes no lo destruían, pero a poco a poco el tanque se fue hundiendo en el lodazal. Gran parte del flanco derecho estaba sumergido en el barro y la barbeta izquierda estaba ya inservible. Las cosas siguieron empeorando. Los múltiples impactos que recibió el Fray Bentos hicieron que el cadáver de Braedy y la viga se escurriesen por el lateral del tanque y bloqueasen el portón izquierdo, la única vía de escape. Liberar el tanque parecía imposible.
Llegó la tarde y los alemanes lanzaron un contraataque para recuperar la granja Somme. Situado en la trayectoria de ataque y viendo el movimiento enemigo, el Fray Bentos desbarató la ofensiva con la única ametralladora Lewis operativa. Los alemanes recularon, pero el viacrucis iba in crescendo. Minutos después la artillería alemana y la británica 'unieron' esfuerzos para machacar el indefenso tanque. La situación se hacía insostenible dentro del Fray Bentos. Richardon decidió enviar un mensajero para informar de su situación a los mandos. Missen volvió a presentarse voluntario. Pura heroicidad porque se trataba de cruzar la Tierra de Nadie a plena luz del día con los francotiradores alemanes atentos a cualquier movimiento. La carrera de Missen fue dura. Lo hirieron pero, a pesar de ello logró saltar la trinchera y dar el mensaje de auxilio. Los mandos, maravillados por la resistencia de la tripulación, ordenaron a la artillería que cesase el fuego sobre Fray Bentos.
Durante el anochecer los alemanes prosiguieron con el martilleo sobre el F41 hasta que cayó la noche. Conscientes del peligro, y a la vez de su papel como bastión, Richardson ordenó una ronda de guardias para evitar y/o repeler ataques. La noche se preveía larga. Pasadas unas horas, el capitán Richardson, medio endormiscado en su guardia, notó que el portón se entreabría. Al instante distinguió la figura de un soldado alemán con una granada en la mano. Antes de asomar la cabeza, Richardson desenfundó y lo abatió con su revólver. Por fortuna, el cuerpo cayó hacia fuera junto con la granada que estalló fuera del tanque. Advertidos por la denotación, los ingleses comenzaron a iluminar con bengalas la Tierra de nadie para evitar otro ataque nocturno sobre el tanque. La tripulación del Fray Bentos consiguió repeler otra patrulla alemana con un método poco ortodoxo pero efectivo: mientras un soldado entreabría la barbeta izquierda, otro disparaba y así coordinadamente hasta que llegaron las luces del nuevo día.
 

23 de agosto
Al segundo mediodía la situación rayaba lo desesperante. La calor era asfixiante y el agua se había terminado, por lo que la tripulación optó por beberse el agua de los radiadores del motor. Hill había empeorado y debía recibir ayuda médica. El segundo día de encierro siguió, sin embargo, la tónica del primero: bombardeos, patrullas alemanas al acecho y defensa numantina con una sola ametralladora y revólveres. Con las primeras horas de la tardes los miembros del Fray Bentos vieron la luz al final del túnel cuando el 9º de los Black Watch reemprendió su ofensiva por la colina 35. La esperanza, sin embargo, duró poco. Los escoceses fueron rechazados. Al llegar la segunda noche Richardson comenzó a ver a su tripulación exhausta. La noche volvería a ser larga, pero era necesario resistir. Horas después, a media madrugada, Richardson oyó ruidos por el casco. Al momento ordenó a los suyos que abriesen todas las escotillas posibles y que disparasen o utilizasen cualquier arma que tuviesen a mano. La patrulla alemana fue sorprendida y rechazada. El Fray Bentos se defendía como gato panza arriba, pero las energías se iban fundiendo. La noche no había acabado y los alemanes deseosos de venganza comenzaron a acribillar el tanque con munición anticarro. Una lluvia de balas cayó sobre el Fray Bentos dejándolo como un queso gruyére. La fortuna volvió a sonreir a Fray Bentos. Hubo heridos pero no murió nadie. La noche moría.  


24 de agosto
El tercer día comenzó como el segundo, pero la sed y el malsano ambiente en el interior del tanque por la olor a cordita y aceite de motor comenzaban a ser insoportables. Se imponía una solución drástica. Richardson sabía que si se quedaban, antes o después, los matarían o los cogerían prisioneros. Así que al caer la oscuridad de la noche decidió abandonar el Fray Bentos a su suerte. A las 21.00 h. ordenó a sus hombres que abriesen el portón y que volviesen con toda cautela hacia las propias líneas. Cuatrocientos metros, que se hicieron en completo silencio y bajo una manto estrellado. Las peripecias del Fray Bentos duraron sesenta horas, de las cinco de la mañana del 22 de agosto a las nueve de la noche del 24. Sesenta horas de angustia, resistencia y heroicidad. De los nueve miembros de la tripulación, Braedy murió y los otros ocho fueron baja. El episodio tuvo tal renombre que por su conducta heroica, Richardson y el teniente Hill fueron condecorados con la cruz militar, el sargento Missen y el artillero Morrey con la medalla por conducta distinguida y el resto con la medalla militar. El soldado Braedy aparece mencionado en la sección de desaparecidos del cementerio Tyne Cot en Passchendaele.  

Fuentes
- Spagnoly, Tony. Salient points two. Cameos of the Western Front Ypres Sector 1914-18. Leo Cooper, 1998.
- The siege of Fray Bentos at the Battle of Passchendaele.
- Incredible bravery of WWI tank crew who survived 72 hours being bombarded by both Germans and their own side
- Fray Bentos (Short film)

viernes, 2 de mayo de 2014

Byng & Currie, o el triunfo de la táctica: Vimy Ridge, 1917


Mucho se ha escrito sobre las lecciones que proporcionó la 1a batalla del Somme (julio-noviembre 1916) en cuanto a táctica militar y lo mucho que sirvieron para conseguir la victoria final. La historiografía británica de entreguerras se encargó de elevar dichas enseñanzas a la categoría de mito a través de la teoría del aprendizaje progresivo. 'The learning curve', como así se bautizó el nuevo paradigma, explicaba la  adopción de una serie de procedimientos y operaciones militares que permitieron la derrota de las potencias centrales en otoño de 1918. Discutir sobre la credibilidad de esa teoría o enzarzarse a defender las líneas revisionistas no es objeto de este humilde trabajo. Desearía matizar, sin embargo, la afirmación de que existe una línea ascendente de mejoría -sin solución de continuidad- desde la 1a batalla del Somme hasta la 2a segunda en agosto del 1918. No considero esta tesis del todo exacta.
Las victorias en Vimy Ridge, Cambrai, o la ofensiva final de los Cien Días son coetáneas de episodios más bien desastrosos como Passchendaele (3a batalla de Ypres), Bullecourt (1917) o las ofensivas alemanas de 1918 (Kaiserschlacht). La coexistencia entre victorias y desastres no anula el hecho de que la experiencia bélica fuese modificando los usos y las prácticas en la táctica militar. Bien al contrario. Simplemente demuestra que la ciencia militar no es un ámbito de estudio infalible y que en el transcurso de una guerra, el valor y el orden de los factores sí que alteran el producto, como es el caso del humano.
Podría trabajarse en ucronías del tipo 'que hubiese pasado si en Jutlandia al frente de la Grand Fleet se hubiese encontrado Beatty y no Jellicoe' o 'si en septiembre de 1914 Ludendorff hubiese estado en la silla de Moltke' pero sería imposible determinar el resultado. Sin embargo, y a pesar de la futilidad, el establecimiento del factor humano como elemento central nos permite elucubrar conclusiones relacionadas con las características más determinantes de los jefes militares que estaban al mando de sus ejércitos.
Hoy en día, y dejando de banda la visión más historicista, es impensable imaginarse la resistencia francesa en Verdun sin el temple y el carácter organizativo de Pétain. Como tampoco es posible imaginarse un desenlace tan victorioso en Tannenberg sin el dueto Hindenburg-Ludendorff (planes de Hoffmann a banda) o un descalabro tan desastroso en vidas y material como la ofensiva francesa en Chemin de Dames llevada a cabo por Nivelle. Se podría llegar a un sinfín de ejemplos como la impresionante campaña africana de Lettow-Vorbeck, la defensa numantina de Kemal Ataturk en Gallipoli o los paseos militares de Von Hutier en Riga o los de Von Dellmensingen en Caporetto. El hecho crucial en todos ellos, como decía, es el factor humano. Nadie puede disociar según que campañas o hazañas de estos nombres, y aún más difícil, de las singularidades de cada uno de estos militares y estrategas. Todos ellos, sin embargo, comparten un elemento común y es la adaptación de su doctrina militar a la evolución de la guerra moderna. Todos ellos, incluido Nivelle, usaron conceptos o ideas nuevas para el despliegue de su pensamiento estratégico o táctico. Bien fuese para la defensa (Pétain o Ataturk), para el hostigamiento (Lettow-Vorbeck) o para la ofensiva (Nivelle, Von Dellmensingen o Von Hutier) todos estudiaron con detenimiento su misión, el contexto y la situación en la que se encontraban, los medios con los que contaban y los resultados que querían obtener.
La historia militar de la Gran Guerra, y especialmente después del Somme, fue protagonista en la alternancia entre militares brillantes y jefes mediocres o caducos. La distinción entre ellos no fue la edad, como siempre se suele reseñar, sino la adaptación o no al nuevo escenario de guerra dominado por la tecnología con nuevos armamentos y recursos técnicos. La Gran Guerra, y su especificidad, fueron el escenario propicio para un cambio de mentalidad táctico,  aún anclado en conceptos de raigambre napoleónica. Las batallas u ofensivas de 1914, 1915 y 1916 en el bando aliado ofrecieron duras lecciones que solo algunos aprendieron, otros desdeñaron y los más se empeñaron en repetir. Ataque en formación cerrada, fila tras fila; disposición de tropas de reserva a kilómetros del frente; ausencia de sorpresa; nulo trabajo de contrabatería artillera; mala praxis o ausencia de las cortinas de fuego o 'creeping barrage'; etc., etc., etc.. Todos estas pésimas decisiones se volvieron a reiterar en algún que otro frente y volvieron a producir terribles resultados en bajas humanas por apenas decenas o cientos de metros de terreno conquistado.
Volviendo al Somme y a sus duras enseñanzas en el bando británico, incluyendo australianos y canadienses, sí que coincido en que supuso un punto de reflexión de no-retorno. Las conclusiones extraídas desde julio de 1916 señalaban que sin un excelente trabajo artillero, tanto en la protección del avance como en la destrucción de la artillería enemiga (contrabatería) poco se podía hacer. La cuestión, no era tanto la anchura o profundidad de los objetivos en el terreno, que también, sino la minuciosidad y ejecución con la que debía llevarse a cabo. Pocos mandos de la BEF, como Plumer o Allenby, llegaron de forma natural a la conclusión de que algo debía de cambiar. No sería hasta abril del año siguiente, 1917, que se tendría una visión clara y práctica de lo que significaban los nuevos usos de la infantería y la mejora -rayando la excelencia- del potencial artillero como apoyo indisociable de la táctica militar. Lo curioso en este caso es que los éxitos llegaron de parte del Cuerpo Expedicionario Canadiense (CEF) y es por esta razón - y por otras más ocultas - que la trascendencia de los éxitos y su futura emulación tardarían en llegar al resto del contingente británico.

Byng & Currie
En junio de 1916, y después de diversos y exitosos trabajos de 'fontanería' militar (véase 1a batalla de Ypres, retirada de Gallipoli o defensa del Canal de Suez), Sir Julian Byng - posteriormente reconocido como 1r vizconde de Vimy - fue destinado a comandante en jefe del Cuerpo Expedicionario Canadiense (CEF). Las razones de tal destino, a parte del hecho de que Byng hubiese sido el comandante en jefe del XVIIº cuerpo británico en el área de Vimy, se desconocen parcialmente pero vistos los resultados y su excelente colaboración con su segundo, el quizá mejor militar aliado durante la Gran Guerra, el general de división Sir Arthur Currie, se intuyen. Desde un punto de vista táctico, Byng y Currie coincidieron al instante. Cualquier ataque, por menor que fuese menor, requería una máxima y concienzuda preparación, un secretismo absoluto (algo que olvidaría Nivelle en su preparación de Chemin des Dames) y una milímetrica ejecución, tanto de la infantería como del apoyo artillero. A estos tres elementos, cabía sumarle el grado de importancia que le dieron ambos a las duras enseñanzas del Somme y a las esperanzas surgidas de Verdun. Tanto es así que cuando se confirmaron los rumores sobre una ofensiva en todo el frente de Arras en marzo de 1917, Currie pidió informes a sus mandos intermedios de los métodos utilizados por franceses (y alemanes) durante la batalla de Verdun.
Currie era militar atípico. Enrolado en las fuerzas canadienses desde los escalafones más bajos (arma de artillería en el servicio pre-militar) alcanzó el grado de comandante en jefe de la CEF en junio de 1917 (después del ascenso de Byng al mando del 3r ejército británico). Sus acciones en el frente occidental desde mayo de 1915 hasta el mismo día del Armisticio estuvieron marcadas por la acción, la contundencia y el temple. La fama de Currie se acrisoló con la 2a batalla de Ypres, se cimentó en el Somme y se engrandeció en Vimy Ridge (la cresta de Vimy). Des de un primer momento, y observador de los cambios en la guerra moderna, Currie cayó en la cuenta que los manuales y los protocolos no servían de nada. Fue precisamente ese desprecio por la rigurosidad y el encorsetamiento en el campo de batalla lo que le permitió aplicar una serie de principios tácticos que apenas dejaría hasta el final de la guerra.
Gracias a sus experiencias en Ypres y en el Somme, junto a los informes recabados por algunos oficiales del frente de Verdun, Currie determinó llevar a cabo pequeños golpes de mano no muy extensos en tiempo y en el terreno, con una preparación artillera muy contundente, municiosa y no dilatada en el tiempo que tenía como objetivo aniquilar la artillería enemiga de cobertura. La artillería debía disponerse en un frente muy delimitado, preferiblemente no muy ancho, que tuviese como objetivo destruir las primeras líneas enemigas, así como los campos atrincherados. Una vez se iniciase el ataque de la infantería (en pelotones y en compañías y lo más cerca de la línea enemiga), la artillería debía iniciar sincronizadamente una cortina de fuego de cobertura que despejase el camino a la infantería para ocupar el frente enemigo. De forma complementaria, y como respuesta al fuego enemigo, se debia iniciar un fuego de contrabatería que eliminase el potencial artillero enemigo facilitando doblemente el ataque de la infantería, y eliminando la posibilidad de que el enemigo iniciase un contraataque para recuperar el terreno perdido. La infantería, por su parte, debía prepararse minuciosamente no solo desde el punto de vista de la instrucción, sino de la asimilación de sus objetivos concretos - previamente conocidos -. Currie también expidió órdenes para que en caso de confusión o caos  los mandos intermedios pudiesen actuar casi autónomamente otorgándoles poder de decisión y maniobra. La prensa y los propios medios militares denominaron a este tipo de golpes de mano minuciosos y resueltos 'bite-and-hold' (morder y resistir), no solo por su rapidez y contundencia ejecutiva sino porque también llevaban aparejada la doctrina de aguantar en el terreno y resistir el contraataque enemigo a la espera de nuevas reservas. De ahí la importancia que daba Currie tanto a la disposición de unidades de reserva muy cercanas a la línea de frente como al trabajo de zapa en la creación de túneles o rampas de ataque muy cercanas a las primeras líneas enemigas, tanto para el primer ataque como para la afluencia contínua de nuevos contingentes de cara a asegurar el terreno reconquistado. Los pruebas de fuego serían Vimy Ridge y la Hill 70 (la colina 70).
Vimy Ridge proporcionó al 'fontanero' Byng un vizcondado y la estimación del pueblo canadiense, a Currie lo elevó a héroe nacional y a Canadá le proporcionó el orgullo y la dignidad patriótica necesaria para olvidar su estatuto de dominion y ganarse la categoría de nación. La batalla de la Colina 70, por su parte, elevó los métodos de Currie y su 'bite & hold' a dogma militar y, lo más importante, descubrió en él a un gran estratega.

Vimy ridge, 9-12 abril de 1917




En noviembre de 1916 el general Julian Byng recibió órdenes de preparar un ataque para la primavera siguiente en el sector norte de Arras como parte de un ataque global británico en todo el sector como cobertura a una ofensiva francesa de principios de mayo. La cobertura británica se conocería como la batalla de Arras (1917) y la ofensiva francesa sería la tristemente famosa batalla de Chemin de Dames u 'ofensiva Nivelle'. La parte reservada al contingente canadiense se denominaría la batalla de Vimy Ridge.
La cresta de Vimy o Vimy Ridge (alternaremos ambas nomenclaturas) se encontraba situada al nordeste del sector denominado de Arras, y al suroeste del ya tristemente famoso sector de Notre-Dame de Lorette (Nuestra Señora de Loreto). Se trataba de un enclave de gran valor estratégico, no solo por los puntos elevados y de observación, sino por que en las vertientes que caían hacia el este, hacia terreno enemigo, se hallaban dispuestas numerosas grupos de artillería que ofrecían una cobertura excelente a las tropas situadas en los puntos elevados haciendo casi imposible su conquista o incluso aproximación. La toma de Vimy Ridge tenía un doble objetivo. El primero eliminar un punto de hostigamiento y de tiro enfilado hacia la ofensiva que debía llevarse a cabo más al sureste, hacia Chemin des Dames y, de otra parte, obtener un punto estratégico y de observación futuro que proporcionaría un control artillero a más de diez kilómetros en dirección este y por tanto hacia terreno alemán.

Preparación
Estudiados el terreno y la proyección del ataque, Byng & Currie decidieron aplicar gran parte de las conclusiones a las que habían llegado oficiales canadienses y británicos durante las clases recibidas de sus colegas en Verdun. Las reconquistas francesas en otoño y diciembre de 1916, así como las precedentes victorias alemanas en febrero-mayo del mismo año, habían puesto de relieve que cualquier avance debía ser muy veloz, realizado por pequeñas unidades de infantería cubiertas (antes y durante el ataque) de un certero y contundente fuego de artillería y con un alto grado de precisión para lo cual era imprescindible un conocimiento previo del terreno, de las líneas enemigas y de sus posiciones fortificadas en caso de haberlas.
No se escatimó el más mínimo detalle en ninguno de los aspectos del ataque. A las cuatro divisiones que formaban el CEF (por primera vez iba a luchar al completo el contingente canadiense) se las sometió a un completo entrenamiento no solo físico, sino táctico a nivel de pelotón y compañía con objetivos muy precisos. Se construyeron, incluso, réplicas a escala de las posiciones alemanas en la retaguardia para explicar con detalle todas las fases de la operación. Con el objetivo de delimitar las áreas de ataque, el sector de Vimy se dividió en cuatro sectores (con 4 colores) que se asignaron a cada una de las 4 divisiones participantes. A banda del entrenamiento táctico, cada soldado contó con un mapa detallado de su zona de ataque con la posición a conquistar y la ruta que debían seguir para tomarla.
Por lo que hace referencia a la artillería, el cuerpo divisionario canadiense de artillería no contaba con más de ocho brigadas de artillería de campaña y dos de artillería pesada por lo que pidió ayuda al mando británico para conseguir una potencia de fuego adecuada a las expectativas depositadas en el ataque. El resultado fue que el ejército británico cedió a los canadienses casi un millar de piezas de artillería, entre calibres pesados, medios y morteros de trinchera permitiendo que el ataque canadiense se llevase cabo con una potencia tres veces superior a la habitual para cualquier tipo de operación. A banda de la potencia y de la concentración de fuego, Currie tenía entre sus prioridades tácticas el silenciar al máximo la artillería enemiga, antes, durante y tras el ataque como medio para dificultar los seguros contraataques alemanes.
Para ello, y a banda de intensificar los vuelos de observación para localizar la posición de las baterías alemanas, los servicios de soporte elaboraron numerosos tableros y mapas que permitieron a la artillería tener localizadas las posiciones enemigas. Para fortuna de Currie, al frente del servicio de contrabatería se hallaba el teniente coronel Andrew McNaughton, quién había trabajado en el campo de la balística y la localización de objetivos a través de artefactos precursores del radar. 
A banda de la precisión y el apoyo de la artillería en el ataque, Currie consideró imprescindible el acortar la distancia entre su línea de frente y las posiciones enemigas. La velocidad (y la sorpresa) en la resolución del ataque eran una de las claves, y para ello contó con la ayuda de varias compañías de tuneladores británicos para que abriesen dos tipos de túneles en dirección al enemigo. Los primeros serían las 'lanzaderas' desde las cuales partiría el grueso del ataque y que, una vez vacíos, servirían de refugio y posterior partida para que las tropas reserva que apoyarían y ocuparían las posiciones ya depasadas durante la operación. Currie, con la dura experiencia del Somme en la cabeza, cubría varios aspectos primordiales de su nueva táctica: acortaba el espacio a recorrer a campo abierto de la infantería, reducía el número de bajas de las primeras oleadas, facilitaba al máximo la disposición de las reservas y proporcionaba al ataque una sorpresa indiscutible al acercarse al máximo a las posiciones enemigas, reduciendo el tiempo de reacción enemigo.
Los otros túneles o galerías se destinaron para el emplazamiento de minas que servirían para eliminar el mayor número de enemigos, junto a sus posiciones, así como servir de elemento desconcertante poco antes del ataque. El grado de sofistificación de los túneles de comunicación llegó a ser tal que la mayoría contaron con luz eléctrica, y los destinados a funciones de abastecimiento y de logística tenían raíles, a banda de espacios concretos para funciones sanitarias, depósitos de municiones y puestos de mando.

Plan
El plan para la conquista de la cresta de Vimy contaba con tres factores. El primero el terreno a conquistar y la prioridad de los objetivos señalados como imprescindibles, el segundo la entidad del enemigo y su capacidad para reaccionar en caso de contraataque y el tercero el papel que tendría la artillería en toda la ofensiva. Unidos estos tres elementos, el plan primaba en un primer momento en desalojar al enemigo de la 'cima' de la cresta, la llamada Hill o colina 145, manteniendo a raya (y en lo posible) el fuego que vendría de enfilada de la otra cima de la cresta llamada The Pimple situado en el bosque de Givenchy. En un momentum similar se debían tomar las otras posiciones que caían hacia el este, hacia la derecha de la línea canadiense para tomar completamente la cresta y hacer retroceder al enemigo hasta la llanura de Douai (Douai plain). Byng & Currie sabían que las tropas alemanas que estaban defendiendo la posición eran una mezcla de soldados veteranos en el sector (la 1a División bávara de reserva) con otras que eran el resultado de la fusión de otras formaciones procedentes de otros sectores (la 79a División de reserva) o la simple fusión de tropas de una misma procedencia como la 16a División de infantería bávara. 
A pesar de la composición de las unidades alemanas, los servicios de información aliados intuían que el mando alemán, a partir de noviembre de 1916, había procedido a implantar un tipo de defensa flexible en profundidad, que más tarde se conocería como línea o sistema defensivo Hindenburg. La idea alemana era adaptar la defensa y la contraofensiva a la magnitud del ataque recibido, en parte apoyado por un sistema defensivo basado en situar varias líneas de defensa conectadas entre sí por una red de fortificaciones, nidos de ametralladora y blocaos que hacían muy costoso en vidas el avance.

Artillería
Sabedores, en parte, de lo que les esperaba, la sociedad Byng & Currie ordenó a la artillería una continuidad total durante toda la ofensiva. Previo al 9 de abril, fecha fijada para el ataque, y durante casi quince días, la artillería aliada castigó sin cesar las posiciones enemigas, logrando eliminar gran parte del campo atrincherado frente a las posiciones alemanas, así como aniquilar en casi tres cuartas partes de la contraparte artillera enemiga. Éxito atribuible al completo a las nuevas técnicas de localización implantadas por el oficial al mando de la contrabatería, el teniente coronel McNaughton. 
Byng & Currie señalaron la importancia no solo de anorrear a las tropas alemanas dispuestas en primera línea sino de evitar al máximo la concurrencia de las reservas enemigas al contraataque. Para ello y a lo largo del ataque, la barrera de fuego no solo se limitó a cubrir el ataque y machacar los objetivos de la cresta sino que avanzó su tiro para castigar la retaguardia enemiga, imposibilitando o dificultando al máximo la afluencia de tropas para tapar brechas o reconquistar lo perdido.

Infantería
La infantería canadiense, 4 divisiones con aprox. 100.000 hombres, situada frente de la cresta tenía objetivos muy concretos y un horario muy calculado. Byng ya había advertido a sus oficiales que "you shall go over exactly like a railroad train, on time, or you shall be annihilated", o funcionáis y os movéis con la exactitud de un tren o os aniquilarán'.
La longitud de la cresta, de unos seis kilómetros y medio, se había dividido por colores correspondientes a las 4 divisiones atacantes. Al margen de cada uno de los objetivos asignados a cada división, el conjunto de la ofensiva debía conquistar la primera línea defensiva alemana (la Zwischen Stellung o la trinchera del medio) que se bautizó como Black Line. Descendiendo de norte a sur, la 4a Division debía acometer la misión más difícil: conquistar las dos alturas más importantes  de la cresta y las mejor fortificadas (la Colina 145 y el promontorio llamado The Pimple en pleno bosque de Givenchy) alcanzando la llamada Red Line, con la 16a División bávara en frente.
A la derecha de la 4a canadiense se situaron la 3a y la 2a, frente a la 79a de reserva alemana, con el objetivo del punto fortificado de Folie Farm, los alrededores de Vimy y el nudo de Les Tilleuls, situados en la zona de la Blue Line. Por último y como la unidad más al sur se encontraba la 1a División que tenía que avanzar hasta la Brown Line, en la que se encontraban la posición de Théllus y los arrabales de Farbus.
Jack Sheldon en The German Army on Vimy Ridge, 1914-1917 sostiene que los planes canadienses no eran del todo ajenos al mando alemán. En febrero de 1917 un soldado canadiense de origen alemán desertó aportando documentación referente a la supuesta ofensiva de primavera. De hecho, los alemanes sabían que algo ocurría ya que el trabajo de mina y contramina de los ingenieros y zapadores británicos habían aumentado considerablemente. Tanto es así que los alemanes lograron desbaratar y destruir algunas de las minas que habían dispuestos los ingleses bajo sus pies.
El plan de ataque para el 8 de abril quedó pospuesto a petición de los franceses hasta el día siguiente.

Ejecución

El 9 de abril al romper el alba comenzó el ataque en toda la línea. El tiempo como los días precedentes no era muy halagüeño: ráfagas de viento helado y una nevada ligera pero contínua. Poco antes de las 5.00 de la mañana los cañones que habían estado aún martillenado las líneas enemigas callaron y recalibraron el tiro para la cortina de fuego que acompañaría las tropas de asalto, que se habían desplazado por los túneles hasta sus posiciones de salida por la tarde-noche del día anterior. Cada uno de los soldados llevaba un rifle con su bayoneta, munición (120 balas), dos granadas Mills, cinco sacos terreros, ración para dos días, una cantimplora de agua, una máscara de gas, unas gafas y una bengala. Todo fue calculado al milímetro: unos 20.000 solados saltaron a la Tierra de nadie a las 5.28 h., mientras segundos antes los ingenieros hicieron volar tres minas para asegurar el avance y descolocar a los alemanes. Al iniciar la cortina de fuego hicieron detonar otra media docena de cargas situadas estratégicamente bajo posiciones fortificadas. El recalibrado de la artillería pesada británica permitió castigar las defensas alemanas y lanzar numerosos proyectiles de gas en la línea defensiva alemana (la Zw¡schen Stellung) mientras la artillería canadiense ofreció una efectiva cobertura en cortina de fuego. A pesar del castigo, la defensa alemana aguantó el tipo y el fuego de ametralladora castigó mucho a los atacantes causando enormes bajas. Los partes canadienses hablan de que sobre las 6.30 h. la mayoría de los objetivos, unos 3/5 dicen, se habían logrado. Cierto, en parte.
No fue hasta media tarde que el terreno estuvo limpio y además no hay que perder de vista que los objetivos más estratégicos e importantes no se habían conseguido. Las brigadas 11a y 12a de la 4a División no habían conseguido poner apenas un pie en la colina 145 y menos en The Pimple. 
Debido a su importancia estratégica, los alemanes habían fortificado la cota 145 con un triple cinturón de alambre de espino y con una serie de nidos de ametralladoras camuflados tras la vertiente opuesta. De ahí que la artillería británica no hubiese podido aniquilar esas defensas y que las tropas de la 4a División canadiense fuesen castigadas sin cesar por el fuego procedente de The Pimple. Los cuatro batallones de la 12a brigada (38º, 72º, 73º y 78º) sufrieron lo indecible para cubrir a los hombres de la 11a brigada que no habían podido avanzar. El batallón 102º  de la 11a había logrado abrirse algo de camino pero el 54 que le seguía se quedó a medio camino y se retiraron con enormes pérdidas. Se confirmó que existía todavía un reducto fortificado intacto. Batallones canadienses como el 87º o el 75º fueron literalmente barridos, perdiendo en algunos casos el 60% de sus efectivos. Se reanudaron los esfuerzos pero la 145 no se cayó ese día. Solo dos compañías del batallón 85º lograron asegurar parte de la vertiente oeste, mientras que el resto siguió en manos alemanas hasta el día siguiente. La lentitud en la conquista de la colina 145 y el sector adyacente frenaron el avance de la 3a División canadiense, que podría haberse adentrado aún más en las líneas enemigas. El fuego procedente de la Colina 145 estaba cogiendo a los canadienses de enfilada por lo que se decidió esperar y consolidar el terreno ganado.
A pesar de la contundencia del ataque, los alemanes no se dieron por vencidos y en la medida de lo posible enviaron tropas (de la 79a División) a ocupar las brechas y en algunos casos, como en la colina 145, a reforzar la línea. No obstante, los canadienses (y los británicos) no estaban dispuestos a perder la oportunidad de tomar toda la loma, The Pimple incluido.
Al día siguiente, 10, se retomaron los ataques con más fiereza. Se movilizaron algunas brigadas británicas como soporte, junto a alguna sección de tanques, y se prosiguió el avance en el sector de la 1a y 2a División canadiense.
A primeras horas de la tarde se había conseguido llegar al límite nordeste establecido en el plan de ataque, la llamada Brown Line. El escollo, sin embargo, persistía en el norte. La colina 145 resistía y The Pimple seguía casi incólume. Los mandos lo vieron claro: los alemanes se dejarían la piel. O subían más refuerzos o desguarnecían algunos puntos conquistados por la 3a División, enviando a tropas de ésta para encararlas hacia la colina 145.
Se optó por ambas opciones. Tropas de la 4a por el sur y tropas de la 3a por el sureste fueron cerrando el cerco. Esa tarde los batallones 44º y 50º de la 10a brigada remataron la faena. Los alemanes resistían pero la falta de munición y el cansancio hicieron mella. Poco antes de las cuatro los canadienses pusieron el pie en la parte norte de la colina, que los alemanes reconquistaron por poco tiempo y con enormes bajas, hasta que tropas frescas (y bisoñas en combate) como el 25º batallón de los Nova Scotia Rifles expulsaron o apresaron a los alemanes que resistían.
El mando ordenó descansar al día siguiente, miércoles 11 de abril, para hacer recuento de bajas y actualizar la situación. Byng & Currie lo tenían claro: The Pimple debía caer sí o sí. Y así fue. En medio de una tormenta de nieve, parte de los efectivos que habían logrado tomar la cota 145 se lanzaron a la conquista de The Pimple. Tropas alemanas pertenecientes a la 4a División de la Garde Infanterie, que habían relevado a la castigada 16a División bávara, defendían la posición. El ataque se inició a las 4.00 de la mañana con un bombardeo previo de gas que gracias a un viento favorable diezmó parte de la defensa pero que logró rechazar un primer embite canadiense. La 10a brigada canadiense, apoyada por efectivos de la 24a División británica se lanzó otra vez al ataque sobre las cinco de la mañana, asestando un golpe definitivo y logrando capturar la posición una hora después.
Vimy Ridge ya había sido controlada totalmente al anochecer del 10 de abril, pero la captura de la posición de The Pimple fue imprescindible para asegurar la posición en toda la cresta.

Epílogo
Vimy Ridge permite hacer dos lecturas, una militar y otra política. Des de un punto de vista exclusivamente militar, la batalla fue un rotundo éxito con pocos precedentes en la historia bélica de la Primera Guerra Mundial. La cresta había estado en el punto de mira aliado desde 1914 y se había intentado reconquistarla infructuosamente en 1915 y 1916 con miles de pérdidas, primero francesas y luego británicas. Los canadienses tuvieron casi 11.000 bajas, muriendo finalmente unos 3.700 soldados. El precio fue alto, muy alto, como en toda la guerra a pesar de que la sensación de triunfo maquilló las pérdidas. Los mandos comenzaron a intuir en Vimy la luz al final del túnel. Los alemanes habían sido desalojados y vencidos en apenas cuatro días de una posición prácticamente inexpugnable e inconquistable que había costado decenas de miles de muertos durante los 3 o 4 años previos. La prensa y los mandos británicos y francés miraron hacia la magnífica sociedad de Byng & Currie y se preguntaron -por supuesto- cuál había sido la clave de un éxito tan rotundo en Vimy y un fracaso tan sangriento como el de Chemin des Dames. Poco tardaron las mentes pensantes y los jefes militares más clarividentes en darse cuenta que el factor más determinante había sido la mezcla de una preparación táctica impoluta y el empleo de la artillería en todo su potencial. Haig tomó nota, Pétain se reafirmó en lo que ya intuía y Foch pondría a la práctica las lecciones en el verano de 1918.
Lo de Vimy Ridge no fue una casualidad. Currie repitió éxito el agosto siguiente en la Colina 70. Con menos potencial artillero, pero con la misma minuciosidad y preparación, Currie -esta vez solo- aplicó los principios que habían guiado el triunfo de Vimy: preparación, minuciosidad, exquisita ejecución artillera y absoluto secretismo. Vimy abrió las puertas a Byng hacia su futuro vizcondado y el mando del IIIr ejército británico. Currie subió a los altares de la Patria canadiense, no sin antes limpiar cierto expediente por desfalco y superar numerosas zancadillas del premier canadiense Sam Hughes, el cual lo odiaría hasta el final de su vida por haber relegado a su hijo Garnet como mando militar de la CEF. La sociedad Byng & Currie puso en práctica algo ignoto en los campos de batalla de Francia o Flandes: sentido común, paciencia y una fe ciega en la victoria.
La lectura política de Vimy la creó la prensa y la alimentó la opinión pública, sobre todo canadiense. El pueblo canadiense consideró la victoria de Vimy como un hito no solo en la guerra, sino para su propia historia y dignidad como nación. Con el transcurrir de los meses y los años, el mito de Vimy Ridge se instaló -por méritos propios- en la breve historia de Canadá como un punto de inflexión en su consolidación nacional. Vimy Ridge fue (y es) una fita en la historia de Canadá. Apuntaló su orgullo nacional y permitiéndole sentirse como una nación más. Los canadienses, como los australianos con Gallipoli o Pozières, otorgaron al triunfo de Vimy Ridge un carácter fundacional en su historia como nación.

Fuentes

Morton, Desmond and J.L. Granatstein. Marching to Armageddon: Canadians and the Great War 1914-1919. Toronto: Lester & Orpen Dennys Ltd., 1989, pp. 138-143.
Nicholson, Colonel G.W.L., C.D. Canadian Expeditionary Force 1914-1919: The Official History of theCanadian Army in the First World War. Ottawa: Queen's Printer and Controller of Stationery, 1962, pp. 244-265.
Sheldon, Jack. The German Army on Vimy Ridge 1914–1917, Barnsley : Pen & Sword Military, 2008.
Turner, Alexander. Vimy Ridge 1917 : Byng's Canadians triumph at Arras. London : Osprey, 2005.

http://www.remembrancetrails-northernfrance.com/history/battles/vimy-ridge-april-1917.html

sábado, 16 de noviembre de 2013

El perfeccionista turco: Mustafa Kemal en la Gran Guerra (II)


Frente caucásico, 1916-1917
Tras un merecido descanso y en Istanbul, Kemal puso en orden sus experiencias de Gallipoli. De sus reflexiones surgiría Corps order: Counsel for Solving Tactical Problems and for Writing Orders (trad. inglesa), un manual de apenas siete páginas en la que resumía de forma sucinta su filosofía de mando y la resolución de problemas tácticos. Entre notas y publicaciones, Enver Paşa lo destinó como jefe del XVIº Cuerpo acantonado en Adrianópolis (Edirne) a finales de febrero de 1916. Poco le duró el descanso, Ahmet Izzet -al mando del recién creado IIº ejército - reclamó el XVIº Cuerpo para el frente caucásico. El sector europeo estaba tranquilo, en Mesopotamia los británicos fueron derrotados en Ctesifonte y sitiados en Kut-el-Amara y en Palestina el 4º Ejército de Cemal Pacha aguantaba en el Sinaí, la cruz, sin embargo, estaba en el Cáucaso.
Los rusos habían derrotado en febrero al IIIr Ejército en Erzurum y el marzo en Bitlis. Se imponía un cambio de estrategia y Kemal era un estrella en ascenso. Enver Paşa decidió frenar a los rusos con un movimiento de pinza. Mientras el rehecho IIIr Ejército contraatacaría desde el oeste, el IIº Ejercito -desplazado de la Tracia- atacaría el flanco izquierdo ruso, al sur del lago Van. Kemal llegó finalmente el 27 de marzo a Diyarbakir. A principios de abril lo promocionaron a general de brigada y le otorgaron el prestigioso título de Paşa. Cuenta la leyenda -y los biógrafos de Kemal- que cuando Enver accedió finalmente a promocionarlo, no puedo evitar decir que 'cuando Kemal fuese nombrado Paşa, al poco querría ser Sultán, y que una vez nombrado Sultán querría ser Dios...' Pero las mieles y parabienes no endulzaron la misión de Kemal. El XVIº Cuerpo debía cubrir un frente de unos cien kilómetros en terreno montañoso en la línia Bitlis-Muş, ambas poblaciones ocupadas ya por los rusos. La 5ª División al mando de Refet se situó en Bele, al sud de Bitlis. Y la 8ª División de Nuri se desplegó en Conker, frente a Muş. El total de fuerzas de Kemal eran unos 13.740 hombres, casi 10.000 fusiles, siete ametralladoras y 19 piezas de artillería.
La guerra en la Anatolia oriental, en el frente caucásico, era muy diferente a la de Gallipoli. No sólo por el clima, sino por el terreno que facilitaba la maniobrabilidad de las tropas aunque las montañas caucásicas, así como los valles y pequeños pasos no siempre facilitaban las movimientos. A banda del territorio, las poblaciones autóctonas - mayoritariamente kurdas después de la deportación y posterior genocidio de entre 600.000 y 1.800.000 armenios - suponían una dificultad más. Su ayuda en el reconocimiento del terreno y en el avituallamiento eran primordiales, por eso Kemal, como en Líbia, trató con numerosos jefes de tribu kurdos para el asegurarse el mantenimiento de sus tropas y su apoyo militar como fuerzas no regulares. 
El verano se preparaba caliente y los rusos apuntaban a Istanbul. El 2 de julio comenzaron una ofensiva sobre el oeste (IIIr Ejército turco) capturando los enclaves de Bayburt y Erzincan, causando enormes pérdidas a la 8ª Division de Nuri (Kemal) y obligándola a replegarse. Anatolia cedía, pero Mustafa Kemal no se arrugó. Desplazó un batallón de la 5ª a la 8ª División y reemprendió medidas de hostigamiento a los diez días del desastre. El 3 de agosto y acuciado por Enver, el IIº Ejército de Izzet Paşa lanzó una desastrosa ofensiva. Sólo el XVIº Cuerpo de Kemal obtuvo algunas victorias: recuperó Muş el 7 y Bitlis el 8 de agosto. El mérito de Kemal no fue reconquistar ambas posiciones sino imprimir su sello en unidades que habían sufrido graves pérdidas infundiéndoles un espíritu luchador basado en sus increíbles dotes de mando. Enver no pudo ocultar la hazaña y le concedió la medalla Imtiyaz de oro. Los laureles duraron poco, los rusos volvieron a presionar y recuperaron Muş a finales de mes. A principios de otoño la ofensiva rusa se frenó, aunque sus resultados eran óptimos: habían asegurado el frente caucásico, penetrado en Anatolia de la que dominaban vastas extensiones y, aunque lejos, amenazaban Istanbul. 
El parón otoñal no afectó a la agenda de Kemal. Vistos sus logros, Enver decidió enviarlo a Macedonia para hacerse cargo de una fuerza turca que lanzaría una ofensiva conjunta con los búlgaros. Izzet Paşa, sin embagro, frenó el cambio. Argumentó que en tal situación sus dotes de mando eran imprescindibles: y tenía razón. El invierno frenó toda operación bélica pero acució los problemas en el ejército turco, que malpertechado y peor avituallado sufrió la rigurosidad del invierno. La estabilización del frente era un espejismo. Los hospitales de campaña no daban abasto a tantas bajas y existía un enorme riesgo de desintegración. Los turcos aguantaron, pero ahora era el frente sur, Palestina, el que inquietaba a la Sublime Puerta. En octubre de 1916 estalló la revuelta árabe. El Jerife de La Meca, Husayn ibn Ali se levantó contra los turcos -apoyado por los británicos- y atacó Medina. Los turcos no tuvieron excesivo problema en defenderla a pesar del estado de sus tropas. Enver recurrió al de siempre -Kemal- y le nombró comandante en jefe de las tropas en Arabia en febrero de 1917 sustituyendo al General Fahreddin Türkkan. Kemal sabía, sin embargo, que quién mejor conocía sus tropas y el territorio era el comandante en jefe del IVº Ejército y gobernador de Síria Cemal Paşa. Por ello, y tras una reunión en Damasco con Cemal y Enver, se decidió mantenerlo en su puesto aunque replanteando ciertos aspectos estratégicos. La logística y la economía de guerra se impusieron: retirada general de las tropas en Arabia y reforzamiento del frente palestino. Decisión vetada por el nuevo Gran Visir Talat Paşa que exigió que los Santos Lugares del Islam fueran protegidos. 

Frente mesopotámico, 1917 
La despreocupación de Enver por Mesopotamia después de Kut-el-Amara mudó a obsesión cuando los británicos entraron en Bagdad el 11 de marzo de 1917. La caída de Bagdad supuso un duro golpe para el orgullo turco y especialmente para Enver Paşa. Error tras error, fracaso tras fracaso, el círculo sobre la Sublime Puerta se iba cerrando. Ya no había excusas. La preocupación no solo cundió en Istanbul sino que cruzó media Europa hasta instalarse en Berlin. Tal fue así, que a pesar de que las fuentes turcas hablan de apoyo alemán, los hechos sugieren una clara imposición en la dirección militar. A pesar de que los fantásticos planes enverianos para recuperar Bagdad consistían en un envío de tropas a través del desierto sírio, la pura realidad fue que el 7 de mayo llegó Istanbul el Feldmarschal Erich von Falkenhayn. Acompañado de su estado mayor, se hizo cargo del recién creado Yildirim Ordular Grubu (Grupo de Ejército Rayo), que los alemanes rebautizaron prosaicamente como Heeresgruppe F. En agosto de 1917 el Yildirim estaba compuesto por el VIIº Ejército al mando de Mustafa Kemal y el VIº de Halil Kut. El ejército de Kemal lo formaban dos cuerpos de ejército (IIIº y XVº) más las Asien Korps, y el ejército de Kut estaba compuesto por los cuerpos XIIIº y XVIIIº más la 46ª División. Aunque algunas fuentes hablan también del 4º Ejército, éste no participó activamente en la Yildirim hasta septiembre de 1918 con el mando supremo de Von Sanders. 
El 24 de julio de 1917 Kemal recibió el mando del 7º Ejército que fue completado con las tropas turcas que habían sido destinadas a Bulgaria, Macedonia y Galizia. Durante agosto siguieron los preparativos para la gran ofensiva sobre Bagdad. Se desconoce si Kemal y Falkenhayn discutieron sobre el asunto, lo que sí es seguro es que después de una inspección de oficiales alemanes sobre el terreno se concluyó que la ofensiva desde Síria entrañaba muchos peligros y pocas seguridades. Falkenhayn volvió a Berlin y expuso las dificultades. A su vuelta a Istanbul departió con Enver y Cemal exponiendo que era temerario atacar Bagdad sin cubrirse las espaldas con los británicos en el Sinaí. Enver accedió, pero Cemal expuso sus objecciones. Creía -y acertaba- que los ejércitos turcos no podrían llevar a cabo ambas operaciones ya que el plan alemán era despejar el Sinaí para luego girar hacia arriba y tomar Bagdad. Falkenhayn escuchó atentamente los contras de Cemal aunque a los pocos días fue invitado a visitar el Frente occidental en calidad de observador. El plan seguía adelante, pero Kemal estaba en medio. Poco después de llegar a Aleppo para hacerse cargo del 7º Ejército comenzaron los roces con Falkenhayn. Kemal opinaba como Cemal pero no cometería los mismos errores. Consciente de la pésima situación del ejército turco y del previsible destino de los restos del imperio, decidió escribir un memorándum dirigido al Gran Visir. En éste le advertía de la ceguera de Falkenhayn y Enver así como de las oscuras ambiciones alemanas sobre el Imperio. Seguro de sí mismo y sabedor de peso en el ejército presentó su dimisión del mando del 7º Ejército. 

Interludio, Palestina y Mudros 
En octubre de 1917 volvió a Istanbul pero Enver lo quería muy lejos. Enésimo error. Lo envió a Berlin junto al futuro sultán Mehmed VI para un viaje de cortesía que acabaría siendo trascendental para su futuro. Kemal, sin pelos en la lengua, le expuso todos los males y algunas soluciones para el desastre que se avecinaba. Impresionado por la sinceridad y aplomo del militar, una vez en el trono (julio de 1918), Mehmed VI no dudó en contar con Kemal para la defensa de lo quedaba del imperio. De vuelta de Viena y de Karlsbad, tras un tratamiento médico, Kemal fue destinado a Nablus (7º ejército) el 1 de setiembre de 1918 para comprobar que la guerra estaba perdida. Los británicos arrollaron los restos del ejército turco y las tribus árabes les dieron la puntilla. El 21 de setiembre y ya como aide-de-camp de Mehmed VI intentó evitar el desastre creando un frente defensivo en la línea de Aleppo. Demasiado tarde, Aleppo cayó el 26 de octubre. La retirada podía convertirse en desbandada, pero la figura de Kemal ya exhalaba divinidad. Baba Kemal (papa Kemal) como lo llamaban sus tropas en Gallipoli caminaba hacia el futuro Atatürk (padre de los turcos). Su nombre y fama ya tenían algo de reverencial pero la retirada siguió hacia el norte, hasta que el 30 de octubre se firmó el Armisticio en el puerto de Mudros (Lemnos). 

Epílogo 
Mustafa Kemal es de esas figuras que transitan entre el mito y la leyenda: de concienzudo y meticuloso militar al estadista que ve a su pueblo como a sus propios hijos. La hagiografía, sin embargo, tiende a ensalzar algunas virtudes y encubrir defectos. En el caso del hombre político existen algunas, en el militar, pocas o ninguna. Kemal fue siempre consciente de sus pros y contras. Hombre testarudo, audaz y franco, no siempre generó entre sus pares grandes simpatías. No le importaba, contaba con un gran activo, una impresionante confianza en si mismo y sus dotes de liderazgo. Su indisimulado desprecio hacia lo establecido le frenó más de una puerta, pero le abrió otras. Con los años supo cerrar la boca cuando debía y abrir su mente con según quién. Kemal supo imprimir en los suyos muchas de sus capacidad, pero las más importantes -y las que sellarían su futuro al de su país- fueron la dignidad y la defensa de lo propio como baluarte. 

Fuentes

Gawrich, George W. The Young Atatürk: From Ottoman Soldier to Statesman of Turkey. London : Tauris, 2013.
Mango, Andrew. Atatürk. London : Murray, 1999.

sábado, 16 de febrero de 2013

Sopwith Camel f. 1 deconstruido: luces y sombras de un mito


La guerra aérea durante la primera contienda mundial desprende un irrestible halo de romanticismo. Un aire de leyenda repleto de historias de duelos al alba, códigos caballerescos y maniobras imposibles. Ball, Richthofen o Nungesser ocupan un altar especial en la historia de la aviación como coparon en su época los medios que los encumbraron como los nuevos ícaros. La épica, sin embargo, fue más prosaica. Muchos despegaron en pos de la gloria aunque solo unos pocos entraron en el Olimpo. La mayoría se precipitó al abismo de una temprana muerte.
La atracción que todavía despiertan los ases de la Gran Guerra no responde únicamente a las muescas de sus carlingas o a su impresionante aunque suicida coraje. Los temerarios pilotos se enfrentaron contínuamente a los desafíos de la técnica y al dominio de unos aparatos que no siempre respondían a las expectativas bélicas. Muy a menudo, su pericia no solo los salvaba de una muerte segura sino que proporcionaba a los diseñadores una información vital para los futuros prototipos. De la fructífera relación entre ciencia y técnica y los impredecibles avatares de la guerra nació uno de los mejores cazas de la Primera Guerra Mundial: el Sopwith Camel F.1.

El atentado de Sarajevo cogió desprevenida a la aviación militar. Los tambores de guerra sonaron con las fuerzas aéreas por nacer. Los pocos escuadrones existentes eran unidades adjuntas a los ejércitos terrestres que apenas cubrían funciones de observación y fotografía. Las razones para tal situación eran un lento desarrollo de la ciencia aeronáutica pero muy especialmente la obtusa o nula visión de los Altos Mandos respecto a sus potencialidades. La ceguera, no obstante, duró poco. Los episodios de Mons y Le Cateau a finales de agosto de 1914 y la batalla de la Marne a inicios de septiembre evidenciaron la importancia de la aviación como herramienta primordial para la estrategia.
Alemanes, franceses, británicos y en menor medida, rusos y turcos se pusieron manos a la obra. Los italianos lo hicieron en 1915. Se crearon cuerpos específicos, sino los había, y comenzaron a reclutarse mecánicos, y sobretodo pilotos para las nuevas fuerzas aéreas. Proliferaron los campos de instrucción, y los pioneros del aire pasaron por las aulas, bien como alumnos o profesores. La guerra acceleraba la revolución aeronáutica.
La contienda proseguía voraz y los vuelos de observación se tornaron imprescindibles para cualquier tipo de decisión táctica. Los informes proporcionaban datos sobre las posiciones enemigas, trincheras, rutas de abastecimiento, depósitos de munición y lo más importante: sus posiciones artilleras. El conflicto mutaba y la lucha cuerpo a cuerpo se trasladó a las nubes.
Entre mediados y finales de 1915 hubo un cambio de paradigma. Ya no era suficiente con derribar balones de observación, situar movimientos de tropas enemigas o bombardear nudos ferroviarios. Era preciso dominar todo el espacio aéreo para cegar la observación enemiga obstaculizando movimientos de tropas y abastecimientos. De la lucha por mantener los cielos libres surgió la caza aérea que consistió en localizar y abatir el mayor número de aviones enemigos. A medida que avanzaba el conflicto, evolucionaba la aeronáutica y con ella surgieron nuevas máquinas y aviones.
Durante la contienda se crearon aviones de observación y bombarderos de mayor alcance y capacidad, pero donde se avanzó con mayor rapidez, ingenio y éxito fue en el ámbito de los aviones de caza. La mayoría de potencias diseñaron y fabricaron sus cazas, aunque algunas también optaron por importar modelos de éxito de sus aliados. Entre 1914 y 1918 surcaron los cielos europeos y asiáticos decenas de cazas de todos los tipos, formas y colores. Albatros, Fokkers, Aviatiks, Spads, Nieuports o Sopwiths fueron los más célebres. Cada modelo nuevo buscaba superar el anterior aunque no siempre se cubrían las expectativas.
El periodo más activo de la guerra aérea se inició en 1917 y no finalizó hasta noviembre de 1918, aunque 1915 y 1916 tuvieron momentums especialmente álgidos con las celebérrimas versiones de los Eindekker de Fokker. Durante veinte meses de 'caza mayor' algunos cazas se hicieron muy famosos. En el bando alemán destacaron los modelos D de Albatros, así como los Fokker tanto el model Dr. 1 como el D VII y en el bando de la Entente sobresalieron los Spad y Nieuport franceses así como los Sopwith Camel y los S.E.5 (Scout Experimental) de la Royal Aircraft Factory. De entre todos éstos, y aunque la competencia fue dura, el caza probablemente más famoso fue el Camel -con permiso del triplano Fokker Dr. 1- aunque no por ello fuese el avión más completo.

Roll of honour: letal y peligroso

En dieciocho meses 1.294 victorias oficiales y 3.000 oficiosas convirtieron al Camel en el caza aliado más laureado de la guerra y en uno de los más controvertidos. Pocos dudan de su condición de fuera de serie pero su fama no estuvo exenta de sombras. Mientras sus antecesores Pup y Triplane tenían reputación de dóciles, del Camel se decía que 'mataba más pilotos que el enemigo' y en parte era cierto. 413 muertes en combate por las 385 en tareas de entrenamiento demuestran que su pilotaje era ‘complicado’ debido sobretodo a su peculiar e innovador diseño.
La lograda concentración en el morro (solo en 2 metros) de la hélice, el motor, el depósito de combustible, el armamento y la carlinga con el piloto (incluido) le proporcionaba una impresionante maniobrabilidad pero lo convertían en un aparato muy inestable sobretodo en los despegues y aterrizajes. Esta paradójica combinación se debía a tres factores: un impresionante torque, una nula resistencia sobre el centro de gravedad del aparato y el efecto giroscópico propio de las hélices (el motor hace girar la hélice en un sentido, y todo el avión tiende a girar en el sentido contrario). En pleno vuelo, su impetuosidad motriz y un minúsculo timón le permitían realizar maniobras y giros extremadamente cerrados muy difíciles de emular para sus contrincantes. La cruz, sin embargo, surgía en las ascensiones y los descensos. El efecto giroscópico provocaba que en los giros a izquierda su morro se elevase considerablemente y que en los virajes a derecha se produjese el efecto contrario, descendiendo bruscamente. En este caso, sin un contratimón experto, el Camel entraba en barrena y su recuperación era muy difícil a cotas bajas. Especialmente contraindicado en novatos requería un sutil toque y una perícia al alcance de pocos. Pese a estos claroscuros, su increible maniobrabilidad y potencia de fuego contribuyeron claramente a decantar la balanza de la guerra aérea del lado de la Entente.

A banda de su exitoso periplo italiano y de algunas operaciones balcánicas, el Camel luchó exclusivamente en el frente occidental. Las primeras unidades (Clerguet de 110 CV) se destinaron para misiones de vigilancia costera y naval al 4ºescuadrón de la Royal Navy Air Service (RNAS) en junio de 1917 y, a finales de ese mes el 70º escuadrón de la Royal Flying Corps (Fienvilles) recibió sus Camel 'oficiales' con Clerguets de 130 CV. Al inicio de la ofensiva británica en Ypres (Passchendaele) su suministro se acrecentó llegando a completar totalmente los escuadrones 28, 43 y 45º de la RFC en setiembre de 1917. Tras un brevísimo período de adaptación participó activamente en Passchendaele y Cambrai, rubricando sus éxitos en 1918 con la merma del potencial aéreo alemán e interviniendo decisivamente en la ofensiva de los últimos cien días.
Gran fajador en los duelos de altura (dogfights), su innata maniobrabilidad también lo acreditaron como un especialista bajo las nubes. Bombardeo de instalaciones ferroviarias y nudos logísticos, eliminación de blockhaus y trincheras especialmente fortificadas, así como el hostigamiento de refuerzos fueron algunos de sus objetivos terrestres. El F.1 era duro de pelar a 6.000 pies, pero a trescientos metros y armado con dos Vickers o Lewis de 7.7 mm más cincuenta kilos en bombas era mortífero. Cambrai fue su bautismo de fuego y el crisol donde se forjaron sus posibilidades terrestres.
El vuelo a baja altura requería, no obstante, de una perícia excepcional. Las revoluciones no eran muy altas y cualquier giro brusco requería una mano diestra. Pocos se atrevían a bajar por debajo de los cien pies. Solo el objetivo de neutralizar una posición terrestre o zafarse de algún enemigo con giros y contragiros muy cerrados obligaban a ello. Precisamente en estos se registraron algunos de los episodios más increíbles del Camel como los duelos entre Brown y Von Richthoffen, Billy Barker y Frank Linke-Crawford o las hazañas de MacLaren o Collishaw entre otros.

Forjando una leyenda

Cuando las autoridades británicas contactaron con Thomas Sopwith para un nuevo prototipo de caza, le pidieron –o más bien le suplicaron- un avión capaz de hacer frente a los halcones alemanes. Durante la fase inicial, Sopwith como Fred Sigrist y Harry Hawker (piloto de pruebas) se percataron de que el nuevo modelo no podría ser una simple adaptación del Pup. Las mejoras del Triplane en cuestiones como el diseño de los planos (alas) y la distribución de peso y la resituación del centro de gravedad ofrecían grandes posibilidades para un nuevo biplano. Los diseñadores Smith y Ashfield descubrieron que la concentración en apenas dos metros (y coincidiendo con el centro de gravedad del aparato) del motor, el tanque de combustible, la carlinga y el propio piloto mejoraban increiblemente la maniobrabilidad del caza. Mucho se ha discutido sobre la semejanza en los modelos Pup y Camel, pero la verdad es que, a pesar de sus orígenes comunes, fueron aparatos con grandes diferencias, tanto en pilotaje como en rendimiento. Ambos eran soberbios, pero mientras el Pup era una ‘montura fiel’, el Camel era un ‘Mustang’ indomable con una potencia de fuego brutal.

Cuatro versiones, un solo espíritu

Sopwith desarrolló cuatro versiones del Camel diferenciadas por el motor, el diseño de los planos y el armamento instalado. Los prototipos fueron surgiendo con el desarrollo de las pruebas, pero las cuestiones relativas a la fabricación de los motores fueron decisivas. La imposibilidad de que un único fabricante abasteciese toda la producción de los motores implicó que se ensamblasen diferentes plantas motrices para cubrir la imperiosa demanda del nuevo aparato.
La primera versión (F.1) que voló a finales de 1916 lo hizo con un Clerget 9Z de 110 CV. Posteriormente lo hizo con otro Clerget de 130 CV; dos Le Rhône de 110 y 180 CV; dos Gnôme de 100 y 150 CV y finalmente dos Bentley, ambos de 150 CV aunque con diferencias en la comprensión.
La principal novedad del siguiente prototipo F.1/1, conocido por 'Taper Wing Camel', a parte de montar un Clerget de 130 CV, radicaba en el diseño de las alas. Ambas tenían las puntas romas y el montaje entre planos aportaba un mayor encordado para reforzar la estabilidad de un aparato de notable brío.
El tercer modelo, el F.1/2, es un absoluto misterio del que se desconocen sus especificaciones técnicas, así como las diferencias respecto a los otros modelos. El último prototipo fue el F.1/3 o 2F.1, dependiendo del autor. Probado con éxito en marzo de 1917, incorporó dos motores, un Clerget 9B de 130 CV que se destinó a la RFC (luego RAF) y un Bentley Rotary 1 que se ensambló en los modelos destinados para el Almirantazgo (RNAS) en mayo de 1917. Los modelos destinados a la Marina adaptaron su denominación a las series N517 y N518.
El desarrollo de cuatro Camels en seis meses se debió a las enormes posibilidades que ofrecía el aparato. La apuesta en firme por un caza más potente y más mortífero respondían a la necesidad del Alto mando de destronar a los alemanes del dominio aéreo y ofrecer una esperanza a sus pilotos después del ‘Bloody April’. Conscientes del ambicioso proyecto, las autoridades concedieron numerosas licencias de fabricación para poner los máximos aparatos lo antes posible en el aire. Las primeras 50 unidades fueron producidas por la Sopwith (B6330-B6379) y destinadas a la RNAS, mientras que la primera licencia se otorgó en mayo de 1917 a la Ruston Proctor & Co. que fabricó 250 unidades para la RFC. Ambas compañías fueron incapaces de cubrir la demanda por lo que el Gobierno británico cedió otras licencias a la Beardmore; Boulton and Paul, a la British Caudron; Hooper & Co e incluso a la Nieuport & General Aircraft. Se calcula que durante dieciocho meses de guerra se fabricaron cerca de 5.700 Camels, aunque hay fuentes que hablan de un número superior.

El rugido del motor

Siguiendo las recomendaciones de Sopwith sobre la potencia óptima, los primeros contratos especificaban que las plantas motrices (motores) fuesen Clergets o Le Rhône de 130 CV, aunque esto no fue siempre respetado. Sopwith se decidió por ensamblar motores rotativos (los cilindros giraban en torno a un cigüeñal inmóvil) porque se enfriaban con mayor facilidad y evitaban los temidos sobrecalentamientos. La decisión de ensamblar rotativos no evitó que los Camel tuviesen problemas motrices, sobretodo con los Bentley, considerados de peor factura que los franceses. Los Bentley adolecían de contínuas roturas en los resortes del motor y de bombas de aceite poco fiables. Pero los Clerget de 130 CV tampoco resultaron ser infalibles. El diseño de los pistones y su sobrecalentamiento produjeron numerosas averías que no tuvieron, sin embargo, los motores Le Rhône.
Los rotativos solían ser motores muy fiables, pero ello no impedía que la fuerza centrífuga producida por el giro de los cilindros y su peso dificultasen algunas maniobras del Camel. En los giros a contramotor, la brutal resistencia se intentó mitigar con una doble rotación cilíndrica que se abandonó por el excesivo aumento de peso. El Clerget como el Le Rhône era muy brioso lo que unido al poco peso del avión y a la concentración de carga en el morro le daban una inusitada pero difícil maniobrabilidad. Cecil Lewis hablaba maravillas del Camel pero reconocía que se necesitaban muchas horas de vuelo para dominarlo.
Por lo que respecta al motor, es sorprendente que el Camel aun estando a años luz de sus coetáneos Spad XIII y S.E. 5, equipados con el preciado Hispano-Suiza de 150 CV, presentase una hoja de servicios claramente superior a sus dos colegas.

De alas y gibas

El Camel era un caza muy compacto, no por la lograda concentración de peso en el morro, sino por un carenaje sólido que le proporcionaba a la parte delantera un aspecto muy recio y robusto. La morfología resultante de elevar las ametralladoras a una especie de repecho desde la carlinga le proporcionó su rasgo más distintivo y su curiosa nomenclatura, Camel, por un piloto de pruebas de Martlesham Heath. La pequeña giba donde se instalaron las dos ametralladoras proporcionaba al piloto mayor visibilidad y control de tiro sobre el objetivo, así como una excepcional comodidad de cara al duelo. El carenaje que cubría el motor era de aluminio, pasando a ser de contrachapado por la parte de la carlinga. El fuselaje, como la gran mayoría de aviones del momento, lo formaban secciones cuadrangulares de madera, recubiertas de lona, y unidas entre sí con alambre de acero.
El diseño de las alas también condicionó la evolución de los Camel. Diseñadas en principio con el mismo diedro (ángulo), cuestiones relacionadas con la producción hicieron que Fred Sigrist desaconsejara tal opción. Siendo el plano superior de una sola pieza se recomendó que fuese totalmente plano, mientras que el ala inferior se fabricó en dos secciones y ensambladas con un diedro de cinco grados lo que dio al Camel su peculiar diseño y una gran aerodinámica. A pesar que posteriormente el plano superior se fabricó en tres secciones, su diedro se mantuvo totalmente recto.
Otra de las modificaciones que sufrió el plano superior durante la evolución del caza fue la apertura de dos secciones longitudinales por encima del piloto. Mucho se ha especulado sobre el porqué de estos orificios, pero la mayoría de especialistas opinan que se idearon para proporcionar al piloto una mayor visibilidad en el plano superior durante un combate. Se arguyeron cuestiones aerodinámicas pero lo más plausible es que fuese para lo primero.

Carlinga

En el modelo F.1/3 o 2F.1 –el oficial-, las carlingas estaban aparejadas con un tacómetro, un altímetro, un compás, el indicador con la presión del aceite, un velocímetro y un cronógrafo. En los modelos que se destinaron para la patrulla costera y la vigilancia nocturna, a banda del equipo corriente, se introdujeron baterías para iluminar todos los indicadores asi como luces de posición. En algunos casos también se colocaron radios de corto alcance.

Armamento

Otra de las novedades del Camel fue su impresionante potencia de fuego. La mayoría de los modelos incorporó en su giba dos ametralladoras Vickers de 7.7 mm que disparaban a través de la hélice con sincronizadores Sopwith Kauper 3 al principio, y posteriormente con Constantinesco Clay CC. Gran parte de las miras telescópicas instaladas enfrente de la carlinga eran Aldis, aunque con el tiempo se incorporaron miras con círculos concéntricos. La munición de los primeros Camel era cargadores Vickers de 500 balas, pero solían congelarse a gran altitud produciendo encasquillamientos indeseados. El problema se resolvió con la disposición de munición en cinta en vez del tambor. Pero no todos los Camel iban armados en su giba, algunos incorporaron dos ametralladoras Lewis, también de 7.7 mm, en ala superior con mira telescópica Norman y sobre una estructura Foster. En misiones de bombardeo, el Camel también podía llevar bombas con un peso máximo de 50 kg.

Epílogo

El Camel fue un caza excepcional con un diseño muy novedoso – sobretodo por su estudiada carga aerodinámica -, una potencia de fuego impresionante y una versatilidad fuera de lo común. Poseía, sin embargo, otras características que mermaban enormemente su potencial como caza. Montaba un motor no siempre fiable ni excesivamente potente y tenía de graves problemas de estabilidad. Con estos datos resulta ciertamente extraño que un aparato con semejantes pros y contras acabase distinguiéndose como el mejor caza aliado de la Gran Guerra. La conclusión que resta en este análisis es que no siempre la máquina determinaba el éxito o no de sus misiones, sino que en este caso como en muchos otros, véase el ejemplo del Albatros D.V, la perícia de los pilotos sobresalía por encima de las capacidades del artefacto. Ello nos lleva a concluir que los pilotos, a banda o no de sus victorias, fueron verdaderos héroes del aire a lomos de monturas no siempre infalibles y eficaces.

Fuentes

Las fuentes son el Camel son múltiples en formato y en número.
Especialmente útil me ha sido el artículo de uno de los mayores y mejores especialistas en el Camel, John M. Bruce. Sopwith Camel, en Historic Military Aircraft n. 10, part. I-II, april 1955. pp. 527-532, 560-563.

También se han consultado las monografías especializadas:
Franks, Norman, Sopwith Camel aces of the World War I. Osprey, 2003.
Guttman, Jon. Sopwith Camel vs Fokker Dr. I. Osprey, 2008.
Kozent-Kielisnki, Edward. Sopwith Camel. Kagero, 2003. 

Para profundizar en las unidades o escuadrones de Camels y sus trayectorias:

Interesante documentación gráfica en la que se adjuntan numerosos croquis, planos y diseños sobre la fabricación y producción del Camel 2F.1

Recomiendo también muy especialmente la consulta de los vídeos relacionados con el Camel y sus peculiaridades con el torque y el efecto giroscópico. Ambos producidos por la Historical Aviation Film Unit.

Este con un Clerget:
El siguiente con un Gnome:

Metraje con secuencias de época y que resultan muy curiosas: